Miguel León-Portilla
Hacia una nueva relación*
Las relaciones de los pueblos indígenas de México
con los distintos gobiernos y la sociedad nacional han sido, desde que
se consumó la Conquista hasta el presente, adversas en grado sumo
para los dichos pueblos. Hagamos un breve repaso.
Los indígenas quedaron sometidos al régimen
de encomiendas y corregimientos. Allí se les impusieron las duras
cargas de los tributos y los servicios personales, desde los domésticos
hasta los de la agricultura, la ganadería y los más extenuantes
de las minas y los obrajes. Sus diferencias culturales, de modo especial
sus creencias religiosas, tenidas como inspiradas por el demonio, fueron
vistas como algo que era necesario erradicar.
Después de tres siglos de sometimiento, consumada
la independencia del país, cuando pudo esperarse que esas relaciones
se transformarían en beneficio de los indígenas, la situación
se tornó en muchos aspectos más adversa para ellos. So capa
de establecer plena igualdad entre los habitantes del país, se borró
el reconocimiento legal de su presencia. Se proclamó que no había
ya indios y se ignoraron sus diferencias y requerimientos. Las relaciones
de los pueblos indígenas con los gobiernos y la sociedad nacional
empeoraron aún más con el paso del tiempo.
La Constitución federal de 1857, al suprimir la
propiedad comunal, abrió el camino para el despojo de sus tierras
y territorios ancestrales. Muchos pueblos indígenas quedaron arrinconados
en las que se han llamado zonas de refugio. Otros, desarticulados socialmente,
fueron a parar como trabajadores encasillados en las haciendas. En las
tiendas de raya de las mismas quedaban endeudados de por vida, en condiciones
no muy alejadas de la esclavitud.
Las relaciones de los pueblos indígenas con la
sociedad nacional y los caudillos de la Revolución de 1910 fueron
en general adversas. Como había ocurrido antes en otras revoluciones
y en guerras extranjeras, grandes contingentes indígenas fueron
manipulados como carne de cañón. Hubo excepciones, pero pocas.
Una memorable la ofrece Emiliano Zapata, que luchó por la restitución
de las tierras de los indios y demás campesinos.
Las relaciones de los pueblos indígenas con los
gobiernos y la sociedad nacional, consumada la Revolución de 1910,
siguieron siendo desfavorables para los dichos pueblos. De modo paralelo
a lo que había ocurrido en los siglos coloniales, se buscó
entonces su absorción en la cultura nacional. Se pensó que,
sólo suprimiendo sus diferencias culturales y sus lenguas, se lograría
que el país se integrara cabalmente. Se siguió negando de
hecho y de derecho la realidad insoslayable de que México es un
país pluricultural y multilingüe.
¿Son
otras hoy las relaciones de los pueblos indígenas con el gobierno
y la sociedad nacional? El Poder Legislativo, que se ha rehusado hace muy
poco a prestar oídos a las demandas indígenas en términos
de los acuerdos de San Andrés Larráinzar, nos está
mostrando con su actitud que las relaciones con los pueblos indígenas
continúan siendo adversas para ellos.
Hemos venido aquí a la Mesa del Nayar, en territorio
indígena, con la presencia cercana de hermanos nuestros de estirpe
cora, huichol, tepehuana y nahua. Se nos ha invitado manifestando que se
quiere establecer una nueva relación con los pueblos indios. Para
ello se ha diseñado un Programa Nacional para el Desarrollo de los
Pueblos Indígenas del país, 2001-2006.
El Presidente de la República mexicana, Vicente
Fox, y sus cercanos colaboradores, Xóchitl Gálvez, titular
de la Oficina de Representación para el Desarrollo de los Pueblos
Indígenas, así como Humberto Aldaz Hernández, director
del Instituto Nacional Indigenista (INI), han venido con el propósito
de fomentar una nueva relación con los pueblos indígenas.
Recordaré aquí una anécdota que ocurrió
hace años en un pueblo de Chiapas. Había sido yo invitado
por un alto funcionario del INI. Habló éste a la gente del
lugar, de estirpe tzotzil. Ofreció mejorar la atención sanitaria,
la educación, las comunicaciones, así como emprender algunos
proyectos de desarrollo económico. Al terminar su discurso, se levantó
un anciano tzotzil. Con respeto manifestó: "mira, señor,
¿sabes que ya he oído varias veces palabras como las que
acabas de decirnos? Y sabes que pasa luego el tiempo y lo que, varias veces
nos han ofrecido, nunca nos lo cumplen. ¿Cómo podemos creerte?
Por favor, ya no vengas a burlarte de nosotros. Somos mexicanos, pero la
verdad es que siempre nos desprecian, no quieren oírnos, piensan
que somos tontos y no servimos para nada".
Hermanos indígenas, presidente Fox, funcionarios
que lo acompañan: ¿volverá a repetirse esta historia?
Los hermanos indígenas lo han afirmado y lo reiteran: no quieren
un México sin ellos. He leído y examinado el texto del Programa
Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas 2001-2006.
Encuentro en él muchas proposiciones buenas y atinadas.
Por ejemplo, en él se describe cuál es en
la actualidad la situación de los pueblos indígenas. Se reconoce
que aportan ellos a México una gran riqueza. Esta se manifiesta
en su diversidad cultural, que es baluarte admirable frente a las embestidas
de una globalización cultural rampante que pareciera dirigida a
clonarnos a todos a imagen y semejanza del poderoso.
De los 12 millones de indígenas mexicanos un elevado
porcentaje participa en actividades agrícolas. Además, en
sus tierras y territorios existen yacimientos petrolíferos y de
otros minerales; varias de las grandes presas hidroeléctricas se
ubican también allí, pero casi todo es para beneficio de
otros. Los indígenas han aportado desde tiempo inmemorial una rica
farmacología y valiosos elementos de su dieta ancestral. Mantienen
vivas sus artes y artesanías, tradiciones y expresiones de su palabra,
con una antigua y nueva literatura en sus lenguas vernáculas. Todo
esto se reconoce en el Programa Nacional para el Desarrollo de los Pueblos
Indígenas. Pero asimismo se habla de los problemas que más
los agobian en campos como la salud, nutrición, vivienda, comunicaciones,
educación, economía, ocupación e ingreso, difícil
acceso a la obtención de justicia y a la defensa de sus derechos
humanos.
Tomando conciencia de todo esto, en el referido programa
se da entrada a una pregunta capital: ¿qué es lo que se propone?,
¿cuál es la nueva relación que se busca? En la respuesta
que se ofrece se insiste venturosamente en un reiterado reconocimiento
por parte del Estado Mexicano de la diversidad cultural y lingüística
de los pueblos originarios, abriendo cauces para que puedan participar
de forma sustentable en los diversos campos de la vida del país.
Además en la enunciación de los principios, objetivos, estrategia
y líneas de acción de este programa hay muchos elementos
positivos, que ojalá se traduzcan en realidades.
Me fijaré en algunos puntos que quiero subrayar:
1. Si se busca una nueva relación con los pueblos indígenas
es imprescindible no sólo enunciar que debe lograrse el respeto
a sus diferencias culturales y lingüísticas por el Estado y
la sociedad nacional. Convertir en realidad tal respeto sólo podrá
alcanzarse si ellas se reconocen plenamente, y sin ambage alguno, en la
Constitución Política de México; si son objeto de
atención en todo el sistema educativo, y también, masivamente,
a través de los medios de comunicación. Los no indígenas
habrán de valorar las grandes contribuciones de los pueblos originarios
en el campo de la cultura, es decir, en la riqueza de la civilización
prehispánica y en lo que significan, como fuentes de creatividad,
tales diferencias culturales contemporáneas. Habrá que poner,
desde la educación primaria, ante los ojos y la mente de los educandos
y, a través de los medios de comunicación, los aspectos más
valiosos de la diferencia cultural indígena: su sentido estético
a partir de su indumentaria; su actitud de respeto y amor ante la naturaleza;
su capacidad creadora de símbolos manifiesta en sus artesanías
y en su literatura contemporánea; su sentido comunitario y de hospitalidad;
la finura de su trato; sus prácticas genuinamente democráticas
en la elección de sus autoridades; en fin, la resistencia que han
demostrado y que los ha llevado a sobrevivir tras cinco siglos de injusticias.
2. Para promover una nueva relación con
los pueblos indígenas es impostergable que se reconozca su personalidad
como entidades de derecho público. Sólo a partir de tal reconocimiento
podrán alcanzar ellos la autonomía por la que tanto han luchado.
Importa subrayar que autonomía no es lo mismo que soberanía.
Mientras esta última es atributo de los estados
que la ejercen a través de sus órganos gubernamentales, la
autonomía consiste en la capacidad de regir los intereses de la
vida interna, mediante normas y órganos propios, a niveles como
los de los municipios, algunas universidades y, en nuestro caso, de los
propios pueblos indígenas. La autonomía implica además
derecho a beneficiarse con los recursos existentes en las tierra y territorios
ancestrales. En estrecha relación con la autonomía de los
pueblos indígenas se hallan otros varios puntos acordados en San
Andrés Larráinzar. Entre ellos sobresalen el derecho a elegir
a las propias autoridades de acuerdo con sus usos y costumbres; el derecho
a una educación realmente bilingüe; la representatividad en
las Cámaras a nivel estatal y federal; el acceso expedito a la obtención
de justicia, el respeto a los derechos humanos, así como establecer
y ejercer formas de participación indígena en la que se ha
descrito como una atención pública transversal con la participación
de todas las instancias del gobierno.
Obviamente lo anterior presupone que el Poder Legislativo
revise y modifique, en todo lo que sea necesario, las reformas constitucionales
y cualesquier otras leyes que se hayan emitido en relación con los
pueblos indígenas. Es éste un momento propicio para pedir
al Presidente de la República apoye decididamente que esto se convierta
en realidad.
3. El fomento al desarrollo económico sustentable
de los pueblos indígenas es otra prioridad. El Estado Mexicano habrá
de confiar en la capacidad de los indígenas para que sean ellos
mismos gestores de los proyectos que se emprendan en su propio beneficio.
Hay actualmente numerosos hombres y mujeres indígenas no sólo
bien preparados, sino de sobresaliente capacidad. Conozco científicos
indígenas formados en México y el extranjero; también
lingüistas, escritores, etnólogos, historiadores, abogados,
en fin, personas que ejercen diversas profesiones. Ellos deberán
participar en el diseño y tener a su cargo tales proyectos para
su desarrollo sustentable.
Con gran satisfacción puede comprobarse que en
el programa que estoy comentando se tocan estos puntos. Se habla también
de la transformación del INI, con plena participación indígena,
así como de la creación del Instituto Nacional de las Lenguas
Indígenas. Finalidad de éste debe ser establecer un claro
criterio en el cual la pluralidad de lenguas trascienda a las políticas
públicas, así como fomentar el empleo y el cultivo gramatical
y literario de dichos idiomas. Cada lengua es como atalaya para ver y comprender
de manera distinta el mundo que nos rodea. Por eso cuando muere una lengua,
la humanidad se empobrece.
Los pueblos indígenas como parte esencial que son
del ser de México, y raíz de lo más profundo de nuestro
realidad nacional, tienen pleno derecho a ser tomados en cuenta por los
gobiernos y la sociedad entera. Su plena inclusión, siempre con
respeto a sus diferencias culturales, propiciará nuevas formas de
actuación en bien del país. Sólo logrando esto, llegará
a ser México lo que todos queremos: un país que, si es grande
en extensión y rico en recursos naturales, lo es también
en su herencia y en su diversidad culturales. Terminaré evocando
un breve poema del rey Nezahualcóyotl, del que conmemoramos este
año el sexto centenario de su nacimiento. He aquí sus palabras:
Axcan noyol quimati:
niccaqui in cuicatl,
niquitta in xochitl,
¡maca cuetlahuia!
(Ahora lo sabe mi corazón:/ (escucho un
canto,/ contemplo una flor/¡ojalá no se marchiten!)
Que este bello poema sea un prenuncio. Encontremos la
flor y el canto del diálogo para una nueva relación con los
pueblos indígenas; nueva relación con dignidad, justicia
y esperanza.
* Palabras pronunciadas en la presentación del
Programa Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas 2001-2006
en la Mesa del Nayar, Nayarit, el pasado 6 de marzo