Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 13 de marzo de 2002
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Editorial
 
GENOCIDIO EN CURSO

SOLEl recrudecimiento de la ofensiva israelí contra las ciudades, asentamientos y campos de refugiados en Cisjordania y Gaza no constituye una acción militar contra un enemigo regular sino la expresión de una clara voluntad genocida contra todo el pueblo palestino, un designio que envilece a Israel, que pone en claro las verdaderas intenciones de la política exterior de Estados Unidos --el supuesto "gestor de paz" que entrega a una de las partes armamento sofisticado para que asesine a combatientes y civiles del adversario-- y que agravia a la humanidad en su conjunto.

Parece sumamente improbable que las autoridades de Israel crean en su propia pretensión oficial de que los palestinos abandonen el terrorismo, toda vez que las circunstancias de acoso y exterminio que se abaten sobre ellos son el mayor aliciente para que individuos desesperados no encuentren más horizonte que cambiar su vida por las del mayor número posible de israelíes. Por lo demás, a estas alturas suena grotesco y ofensivo el discurso de Tel Aviv de que pretende "combatir a los terroristas" mediante incursiones con tanques y helicópteros artillados y la sistemática destrucción de personas, casas, oficinas e infraestructura en las zonas palestinas.

Por el contrario, la comunidad internacional se encuentra ante la evidencia de que los propósitos reales de Ariel Sharon son matar a la mayor cantidad posible de palestinos, independientemente de que sean terroristas, niños, mujeres o ancianos; reducir a lo que quede de ese infortunado pueblo a un estado extremo de miseria, envilecimiento, terror y desarticulación, atrofiarle los más elementales reflejos de autodefensa y extirparle hasta la esperanza de un Estado propio.

El principal cómplice de Sharon en este ejercicio genocida es el gobierno de Estados Unidos. El Departamento de Estado simula comportarse como un factor de paz en la región, pero los recursos monetarios y militares empleados en la masacre de palestinos provienen, en su gran mayoría, del propio gobierno estadunidense, el cual, además, proporciona a Israel la cobertura diplomática requerida para que los terroristas de Estado que gobiernan ese país puedan pasearse con impunidad por el mundo.

Ante la desmesurada contradicción de propugnar, por un lado, una guerra total contra el terrorismo de Irak, Irán y Corea del Norte, y dar plena protección a Israel, por el otro, pareciera que George W. Bush posee dos sistemas nerviosos en conflicto dentro de un solo organismo. Pero se trata, en realidad, de una expresión --agraviante, si las hay-- de la inveterada doble moral con la que actúa Washington ante el mundo: un discurso humanista, democrático y tolerante, y una práctica de barbarie, exterminio y arrasamiento de pueblos, sociedades y estados que no se plieguen a los designios de la Casa Blanca y del complejo militar, industrial, financiero y mafioso que controla el poder en la nación vecina.

Como parte de esa doble cara, Bush y las representaciones diplomáticas de Estados Unidos fingen sorpresa y ofensa cada vez que constatan el tamaño de los sentimientos antiestadunidenses abrigados por numerosas sociedades del orbe, que van desde la distancia crítica hasta el odio más enconado.

El exterminio de palestinos realizado por Israel es una muestra de barbarie que debió suscitar, en la comunidad internacional, acciones firmes y enérgicas en defensa de la vida humana y de los derechos humanos y colectivos, y de no ser por la alianza estratégica entre Washington y Tel Aviv, los gobernantes israelíes habrían corrido ya destinos semejantes a los de Milosevic, Pinochet o el mullah Omar.

En lo inmediato, lo menos que puede exigirse es que poderes mundiales menos involucrados con Israel que Estados Unidos, como la Unión Europea, Rusia y China, adopten medidas efectivas --como el embargo comercial y tecnológico contra Israel, e incluso el envío de tropas de interposición-- para defender a un pueblo que está siendo masacrado a la vista de todos y cuyo martirio puede llegar a pesar tanto en la conciencia del mundo como el silencio vergonzoso y criminal que guardaron muchos gobiernos y organismos cuando los nazis alemanes emprendieron el exterminio de los judíos.
 

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