''šOye: abrieron la embajada de México!"
No era un rumor, sino un llamado, recuerdan testigos cubanos de la ocupación
GERARDO ARREOLA CORRESPONSAL
La Habana, 11 de marzo. Cuando caía la tarde del miércoles 27 de febrero, en las calles empinadas, retorcidas y llenas de baches del municipio de La Lisa no era un rumor lo que corría, sino una convocatoria a voz en cuello: "šOye: abrieron la embajada de México!"
Casi dos semanas después, Pablo Palacio Aparicio recuerda que no lo pensó dos veces. Llamó a su mujer y cargó a su hija. Alquiló un botero (carro particular con permiso de taxi, que cobra en pesos cubanos) y se fue con su familia, esperanzado, convencido de que tanta gente no podía estar equivocada.
La Lisa es uno de los 14 municipios de La Habana. Se extiende al suroeste de la capital en un terreno accidentado, con hondonadas, lomas y senderos irregulares. La capital ha crecido en esta zona, mordiendo las faldas del campo.
Palacio Aparicio, masón de la Logia Nuevos Horizontes, habla con La Jornada en el patio terregoso de su casa, en una zona muy concurrida de La Lisa. Al fondo están dos enormes puercos enjaulados, engordando, esperando la hora de rendir. En el otro extremo, una nube de hombres vocifera, gesticula, exclama y se retuerce al compás de los golpes secos del dominó. Se bebe ron y cerveza sin marca.
"Alquilé la máquina y me fui", dice el hombre, que a diferencia de muchos de sus vecinos acepta identificarse. "Yo sí quería irme y creí que podía."
Cuenta que llegó a la embajada ya de noche, serían las ocho y media, cuando ya era notoria la llegada de gente. La policía, uniformada y de civil, empujaba, gritaba, exhortaba, intentaba persuadir a todos para que se fueran, para que se convencieran de que ese rumor era una entera falsedad.
"Pero la gente no creía, no se quería ir. ƑVenir de tan lejos y viral pa'trás nomás porque te lo dice la fiana (policía)? šQueeeee va!" Más gente llegaba y más se afanaban los guardias en hacerla retroceder. "Serían las diez y cuarto, diez y media, cuando se formó aquello. A uno le dieron un garrotazo en las costillas. El muchacho se echó pa'trás y nomás lo vi que aguantó el dolor. Alguien gritó por ahí: šVamos a coger una guagua!"
Otros testigos de ese momento, ajenos al relato de Palacio, que aceptaron hablar con este diario a condición de permanecer anónimos, ofrecieron una versión similar: la chispa la encendió un golpe de la policía. Dos de los entrevistados creen recordar que el hombre golpeado gritó algo así como: "šYo voy a entrar de todas maneras!"
"De La Lisa había como 400 personas. De Jaimanitas (suburbio del extremo occidental de la capital) había también mucha gente, no sé, como 200. Vino gente de Romerillo, de Marianao (otros barrios del oeste). Cuando empezaron a gritar lo de la guagua muchos caminamos. Eramos un grupo bastante grande, más de 20, 30. Cruzamos (la calle) 10 y seguimos hasta la parada (de autobuses urbanos)", dice Palacio.
Otras versiones confirman ese momento. Uno de los testigos, que pidió el anonimato, relató que el tumulto llegó hasta el ómnibus de la ruta P1. El grupo exaltado gritaba al chofer y a su ayudante, una mujer, que se bajaran, que les dejaran el vehículo. Unos empezaban a subir por la puerta trasera. Otros presionaban a los empleados. La mujer (cuya labor es registrar el movimiento del autobús y cobrar el pasaje) tomó la hoja de ruta y conminó a su colega a salir. Uno de los amotinados gritó: "šEsto va para la embajada de México, el que quiera que siga y el que no, que se baje!"
El autobús estaba lleno, pero hubo segundos de duda. Muchos se bajaron de inmediato. Otros lo hicieron cuando el vehículo arrancó. Lo manejaba alguien que apenas sabía conducir o hacía mucho que no practicaba: la guagua se jaloneaba, la segunda velocidad se anunció con un crujido.
Palacio era de los que se quedaron en la orilla. "Me quedé. Iba con la mujer, con la niña. Ya no quise. Ellos siguieron, la guagua iba lenta. Dobló por (la calle) 10, a la derecha. Luego en Quinta (avenida), en contrario. Nosotros regresamos para ver qué pasaba. Corrimos de vuelta a la embajada. Cuando llegamos ya venía la guagua, pitando, porque había mucha gente en la calle. No se paró. Aceleró un poco más y špaf! quedó medida."
Alguien que iba a bordo confirmó paso a paso ese movimiento. Al doblar a la izquierda de Quinta Avenida a la calle 12, donde está la embajada, la velocidad no era muy alta: 30, 40 kilómetros. El vehículo iba en segunda. El conductor estaba nervioso. Algunos de los ocupantes se sentaron en el suelo ("no sé por qué", dice uno de ellos). Sintieron el acelerón final, el impacto, el ruido, los gritos de dos heridos. La trompa del autobús estaba en el patio de la embajada. A la cola del vehículo estaba la calle, el tumulto, la policía, territorio cubano. Los decididos fueron hasta adelante y saltaron por la ventanilla que está detrás del asiento del chofer. Oyeron gritos, quizá por los lesionados: "šAyuden a ese hombre, ayuden a ese hombre!" Corrieron de frente, por un espacio que se usa como estacionamiento, hasta el fondo del edificio, donde hay un laberinto de patios y pasillos. Por una escalera de servicio subieron a la azotea.
Palacio ahora está preocupado por la suerte de su sobrino, Leonel Barriento Alvarez, de 16 años. "Un muchachón de este pelo", dice, llevando la palma de la mano hasta la altura de 1.80. El muchacho estaba en las aglomeraciones. Tiene retraso mental: su inteligencia es la de un chico de ocho años. "La madre está destrozada." Palacio dice que el joven está en el Combinado del Este, centro carcelario en los linderos de la ciudad. Espera su pronta liberación. "No hizo nada. Se fue con el embullo (entusiasmo). Como todos."
Un caso paralelo al de Yilbán Gilberto Escobar Torres, otro muchacho muy conocido en La Lisa. En el barrio le dicen El Albino, porque tiene esa condición de piel y es débil visual. Nadie notaba su ausencia porque hace tiempo se dedica a la venta ambulante, junto con otros ciegos o afectados de la vista. En la lista de ocupantes de la embajada que difundió el gobierno aparece con el número 12. Tiene registrada una "contravención por alteración del orden" en 1999. Gente que lo conoce dice que fue por un zafarrancho del grupo de ciegos vendedores con la policía en el municipio La Habana Vieja (casco antiguo). Una disputa por el lugar para ejercer el comercio. El joven se ayuda con un bastón para caminar. Nadie se explica cómo pudo entrar a la embajada, pero entró y está preso.