Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 12 de marzo de 2002
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Economía
Ugo Pipitone

Hacia Monterrey

En 1933, en el peor momento de la depresión, la Sociedad de las Naciones llamó a una conferencia económica mundial. Y poco antes, Estados Unidos devaluó el dólar, dando al traste con cualquier posibilidad de arreglo económico global sobre el futuro. Con las consecuencias que sabemos. Los tiempos han cambiado. El llamado de Naciones Unidas, hoy, a discutir el financiamiento del desarrollo en Monterrey a partir del próximo lunes, encuentra un público de gobiernos interesados. Y Estados Unidos en primera fila.

Apuntemos al margen que llamar "financiamiento para el desarrollo" aquello que atañe al destino colectivo de la humanidad, revela el gusto antiheroico de estos días. Un miedo al énfasis que se degrada en un tranquilizante (y vagamente esotérico) léxico tecnocrático. Pero, más allá de las palabras, el tema es explosivo y supone quebrar inercias, enfrentar dilemas políticos sin recetas canónicas y, en pocas palabras, emprender la lucha (verdadera madre de todas las guerras) contra la pobreza a escala mundial. De eso estamos hablando (más allá del lenguaje notarial), a menos que sigamos en aquello que Scorza llamaba "la danza inmóvil".

La infamia del 11 de septiembre ¿habrá hecho el milagro inquietante de dar un destino humano a la inhumanidad, convirtiendo los principales gobiernos del mundo (y su universo de empresas, empleos, etcétera) a la conciencia de la insostenibilidad del presente? Más concretamente, ¿anuncia esa conferencia de Monterrey un cambio en la percepción institucional de la unidad profunda de los problemas en la edad de la globalización? Esperémoslo.

Como quiera que sea, hay decisiones importantes que tomar y nudos que cortar o desatar. Un mundo globalizado que quiera perdurar en el tiempo y que pone todo en circulación (hombres, capitales, armas, enfermedades y nubes tóxicas) no puede ser compatible con la mitad de la población mundial en condiciones de miseria. Si algo epocal nos sugiere el presente es justamente eso: proyectando la mirada a veinte o treinta años hacia delante resulta claro para cualquiera que el presente no es sostenible. No es sostenible nuestro consumismo compulsivo, no es sostenible nuestro contexto energético actual, como tampoco lo es el continuado asalto a frágiles equilibrios ecológicos o la miseria de enteras regiones del planeta. Moraleja: estamos condenados a inventar formas más inteligentes para convivir y producir. Necesitamos repensar muchos de los rasgos que consideramos todavía irrenunciables en nuestra vida cotidiana.

¿Será Monterrey el campanazo requerido? Más vale suponer que sí. No hay tiempo para perder: en el próximo medio siglo la población del mundo podría duplicarse y todo, inevitablemente, se complicará. Además, el tiempo que no se llene de proyectos de convivencia tiende hoy a estar ocupado por proyectos de exclusión. Y ahí están las Torres Gemelas a recordarnos el tamaño de los delirios que andan sueltos en ese que ciertamente no es un jardín del Edén.

"Financiamiento del desarrollo". Digámoslo brutalmente: se trata de transferir cuantiosos capitales en favor de los más pobres esperando obtener de estas inversiones políticas rendimientos de bienestar para los beneficiarios (que, en un sistema abierto, favorece también a otros) y de estabilidad para todos. Reduzcamos el asunto a sus mínimos términos; las opciones son: obtener recursos como contribución política de los gobiernos de los países más ricos (el famoso, e incumplido, 0.7 por ciento del PIB a la ayuda oficial al desarrollo) o establecer un impuesto global sobre los movimientos especulativos de capital a escala global (alguna variante de la Tobin tax). Ahora, si los gobiernos no quieren introducir el fisco en el movimiento internacional de capitales, tendrán que asumir que si el dinero no sale de un lado tendrá que salir de otro.

Si no se quiere molestar el sueño de los inversionistas internacionales, los gobiernos tienen que cumplir una tarea compensatoria. Lo que significaría no sólo cumplir con el requerimiento de 0.7 por ciento, sino sobrecumplir para compensar una responsabilidad social fiscalmente indultada. El 1 por ciento del PIB sería una meta no irrazonable y cada año pondría en circulación más de 200 mil millones de dólares que, inútil decirlo, le harían mucho bien a distintas regiones del planeta. Y, por consiguiente, a todos.

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