Marco Rascón
Big Brothers y partidos
Cuando George Orwell escribió 1984, en 1948, muchos críticos volvieron los ojos a la URSS, cuando en realidad lo que describió fue el mundo globalizado e individualizado de hoy.
No se necesita del monitor vigilante para adivinar cómo vive, piensa, desea y sufre cada individuo de cada clase social, alienada en sus niveles de consumo y enajenada por la presencia totalitaria de los medios de comunicación que dictan modas, conceptos de belleza, valores, exaltaciones y condenas. La publicidad es el gran Big Brother de Orwell que establece quién es bueno y quién malo; el gran caudillo no viene de una guerra patria o de un golpe de Estado, sino del fondo de las batallas de la libre competencia, donde yacen miles de empresas en calidad de cadáveres que permitieron que nacieran los monopolios que dominan las pantallas, controlan el contenido de los noticiarios para esgrimir las causas de las guerras y justificar las masacres.
El escandalillo del Big Brother de Televisa, motivado por lo que hará, dirá y sucederá a un puñado de jóvenes alienados, lo logra la controversia artificial a su alrededor, no el contenido, pues ellos deberán actuar como lo que son y demostrarlo ante su Big Brother (la sociedad que los observa) sin presiones, pues al igual que él sólo corren un peligro: morir de aburrimiento.
Ayudaría un poco al experimento mostrar a los dirigentes de los partidos y sus elecciones internas, así como su interrelación, alianzas, sufrimientos, uso y abuso de discursos con las mismas palabras, pero mal acomodadas, tales como "democracia", "justicia", "empleo", "responsabilidad", "institucionalidad", "nación", "pluralidad", "vocación de gobierno", "compromiso", "visión de Estado", "principios", "cambio", "nueva etapa", "pacto", "acuerdo político", "inclusión".
Un Big Brother con los representantes de los lugares comunes de la política en México, donde entraran con aplausos Roberto Madrazo, Jesús Ortega, Luis Felipe Bravo Mena, Beatriz Paredes, Elba Esther Gordillo, Rosario Robles, Higinio Martínez, Medina Plascencia y Javier Guerrero para exhibir sus debilidades y fortalezas. Ahí los veríamos buscando metas sublimes: a los priístas, deseando regresar al poder; los panistas de Diego temerosos de perderlo; a los perredistas soñando con comer salmón y viendo televisores de pantalla plana; a Elba Esther con una lámpara de Aladino cumpliéndose nuevos deseos; a Higinio con las manos llenas de despensas con latas de sardinas; a Javier Guerrero, inmutable frente a la cámara (para que no preguntaran quién era); a Madrazo sin bisoñé, pareciéndose cada vez más a su guía, Carlos Salinas de Gortari; a Beatriz Paredes inventando frases como aquella de "acepto el dictamen, pero no lo comparto", para no comer más sapos; a Rosario Robles, atrapada entre el clientelismo de sus aliados y los fraudes locales que se harán en su nombre; a Jesús Ortega, seguro de que la estructura y los gobernadores matan el voto de los medios a favor de Rosario; a Luis Felipe Bravo Mena rezando por que termine el sexenio y pueda regresar a ser oposición leal; a Medina Plascencia reconociendo que "la vida no vale nada" y que la presidencia del PAN, aunque cerca, no estaba en Pénjamo.
Verlos día y noche, en tiempo real, cruzándose miradas, pasándose despensas, camiones de acarreo, prebendas, incertidumbres, mañas, conspirando desde la cocina, en las recámaras y haciendo nuevas fracciones entre perdedores y ganadores, oyendo siempre la sensualidad y musicalidad de la voz de Elba Esther, adivinando los misterios del nuevo look de Rosario, admirando las pasarelas prehispánicas de Beatriz, viendo a Madrazo bailar como Luis xiv; a Bravo Mena rezándole a Diego, su beato; todos ensayando spots de convencimiento, organizando listas, buscándose las flaquezas, luchando por demostrar que el otro es peor; queriéndose y odiándose, insomnes, pero siempre frente a la cámara y el público, sin poder esconder nada. šOh, maravilla de los medios, si exhibieran a nuestra clase política frente a la cámara permanente que busca y desea!
Un Big Brother de nuestros héroes modernos, los que definen el rumbo de la nación, los que inventaron la democracia; la presencia continua en pantalla de los más consecuentes, imaginativos y tolerantes nos haría creer en nosotros mismos y reconocer que nuestros problemas son pequeños. Un Big Brother así contribuiría a reconocer que perdimos un partido único, pero ganamos una clase política, más allá de las siglas que representa en la gran comedia nacional, porque es la que nos salvará.
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