Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 25 de febrero de 2002
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Cultura

Elena Poniatowska

Renato Leduc, Prometeo sifilítico

El Prometeo sifilítico nació en contra del Prometeo liberado de José Vasconcelos. Renato Leduc había leído las tragedias de Sófocles y de Esquilo hasta sabérselas de memoria, y su fuerte era la literatura griega. Como las enfermedades venéreas abundaban en los años veinte y treinta, Renato se inspiró en ellas. En el Prometeo encadenado, de Esquilo, éste le roba el fuego a los dioses para dárselo a los hombres; en el Prometeo sifilítico de Luduc le roba a los dioses sus secretos eróticos:

 

Transido de dolor

Yo enseñé a los mortales industriosos

Cuarenta y seis maneras de joder.

Tal es, dulces deidades, mi delito:

tal es el crimen de que se me acusa;

por él se quiere convertirme el pito

en una inútil cafetera rusa.

París y el surrealismo

Renato siempre puso más énfasis a las parrandas y a la vida de bohemia que a la soledad y el rigor que impone la creación llamada literaria. El periodismo se lo tragó, y su periodismo es más circunstancial y menos rescatable que el de José Alvarado, por ejemplo. Uno puede preguntarse desencantado qué queda de Francisco Martínez de la Vega, de Rafael Carrillo, de Elvira Vargas, todos extraordinarios periodistas. Pero hay un aspecto de Renato desconocido: el del diplomático, el que se inclina con singular cortesía y savoir faire frente a jefes de Estado y miembros de la familia real.

Fue un gran representante de México que todos recordaban en París, porque hizo amigos buenos y duraderos. Narciso Bassols lo escribió según lo consigna José Ramón Garmabella en su Por siempre Leduc. ''Es hombre de muy raros méritos. Bohemio -esto es lo único que saben de él los que con el trasnochan-, es el primero en estar en su oficina; y gracias a él los embajadores tenemos el sueldo en las manos el día preciso, y hombre desenfadado, nadie maneja cualquier situación política o diplomática con más tacto y con la exquisita educación mexicana cuando debe dejar su lenguaje militar".

Renato trató a los surrealistas: André Breton (''alto, corpulento y melenudo"), Yves Tanguy, Paul Eluard, Louis Aragon y Elsa Triolet, Pierre Mabille y Benjamín Péret, que hacía pareja con Remedios Varo. Conoció en un café de Montparnasse a Leonor Fini, que llegó una noche acompañada por una de las pintoras más decisivas en el arte del siglo XX (y XXI): Leonora Carrington. Testigo de la entrada de los alemanes en París, Renato asistió a las primeras presentaciones de Edith Piaf, quien pretendió enseñarle la vida en rosa. Picasso le preguntaba por su buen amigo Diego Rivera y por el muralismo mexicano.

Renato vivía en el hotel Saint Pierre, en el centro mismo del Quartier Latin y a un lado de la Escuela de Medicina, célebre por los originales desmanes de estudiantes en sus bailes de fin de año. En ese Barrio Latino, Renato recibió a mexicanos de la talla del astrónomo Luis Enrique Erro (''un hombre en verdad inteligente"), con quien compartió amiguitas y parrandas. Cuenta Renato que Erro era socio de una agrupación europea que se denominaba Amigos de las Estrellas Variables, y un día le preguntó:

-Oyeme, mano, Ƒy por qué eres amigo de las estrellas variables y no de las fijas?

Luis Enrique respondió:

-Porque un error cualquiera puede atribuirse a la naturaleza misma de las estrellas.

José Alvarado (otro personaje igualmente entrañable sobre quien todavía esperamos un libro) llamaría más tarde a Renato gran jefe pluma blanca. Renato se casó con Leonora Carrington, porque era la única manera de sacarla de España. Ambos estaban en Portugal; Lisboa era un nido de agentes de la Gestapo. Leonora esperaba una visa mexicana que tardaba en llegar. El matrimonio con Renato solucionó el problema. Ella se quedaría en Nueva York, pero una vez allá, después de un accidentado viaje en el Exeter, decidió seguirse a México con Renato y vivieron un año juntos en un barrio que Leonora siempre consideró peligroso. Por ello, Leonora pidió un perro guardián ya que Renato salía y la dejaba sola.

Comentarios sexistas

Amigo de Antonio Arias Bernal, El Brigadier; de Alejandro Gómez Arias, de Pepe Alvarado, de El Chango García Cabral, de José Pagés Llergo y de toda la vieja guardia del periodismo mexicano, Renato cuenta que una de sus novias se alarmó visiblemente cuando le dijo que salía a París y le rogó: ''Por favor, no te vayas a París, pues con lo mujeriego y lo borracho que eres allá te vas a perder". Lo cierto es que Renato era mucho menos mujeriego que su leyenda; sabía apreciar un buen vino de Burdeos, pero jamás fue borracho. Utilizaba, eso sí, el lenguaje sexista de la época, porque cuando las calles de México se llamaban del Esclavo, de la Amargura y del Campo Florido, los hombres presumían mucho sus conquistas. Renato decía: ''Las mujeres deben ser como un buen toro de lidia, ni muy reservadas (que no embistan) ni muy pregonadas (que embistan al primer capotazo), o sea, ni muy inteligentes ni muy pendejas". Sus comentarios son anteriores al Women's Lib y a la defensa de los gays, y tienen mucho de grito a media canción ranchera, pero curiosamente nadie se lo toma a mal.

Pocos hombres pueden decir que se sienten satisfechos con su vida. Renato (novelista frustrado) alegaba que la mejor novela que había leído era Los bandidos de Río Frío, y escribió: ''He llegado hasta donde podía llegar; he corrido cuanto podía correr; he atravesado esta llanura, a ratos plácida, tormentosa a ratos, cabalgando en el lomo tornadizo de lo transitorio y lanzando ligeras azagayas de displicencia sobre esto y sobre aquello.

''Estuve en un tris de ser héroe, porque como solía decirme Dolores, la de la cabellera impecable: 'Con esas piernas tan largas que tú tienes, se llega a cualquier parte... Ƒno ves a Lindbergh?' [...]

''Corrí, corrí por la llanura, frenéticamente alegre, sin saber por qué; sólo de vez en vez recuerdo que reían los coyotes con tal desolación... sólo de cuando en cuando lloraba la luna en tal forma contenciosa, que una tristeza sub-lunar me llenaba el corazón y veíame precisado a sacudirla arrojando al haz del desierto este grito a todas luces estentóreo: šviva México, jijos de la chingada!"

Genio y figura hasta la sepultura. Renato Leduc se ganaba la vida con su verbo pero jamás se consideró poeta. Trató a su poesía sin benevolencia, en cuanta entrevista, en cuanta charla posible; la hizo menos. La palabra ''prestigio" no existió para él.

Pedro Vargas, Marco Antonio Muñiz y José José cantaron su soneto sobre el tiempo que recorrió los salones de baile, los cabarets, las plazas, las calles de México musicalizado por Rubén Fuentes. Entonces los choferes de taxi, los taqueros y las meseras empezaron a pedirle a Renato su autógrafo, pero Renato trató a su propia obra poética como a una arrimada del periodismo que ejercía a diario.

Como dice Carlos Monsiváis: ''Así, la autodenigración haya sido tan convincente que a su muerte los comentarios destacan sin cesar al personaje y sólo mencionan de paso al poeta que sí fue y es extraordinario:

[...]

 

Si usted me permitiera, yo le daría mi nombre

Soy un hombre de pluma y me llamo Renato,

Lo de la pluma es subsidiario en el hombre

Mas tengo un porvenir color permanganato".

 

Carlos Monsiváis, prologuista de la Obra completa de Leduc, afirma que al Renato que presenció la invasión nazi en París lo aguardaba en México, ''gracias a la difusión oral de sus poemas y su leyenda, el destino temible: convertirse, gracias a su rechazo de la institucionalidad, en institución."

Hoy la leyenda de Renato Leduc recorre no sólo la redacción de los periódicos y esas otras salas de redacción que son bares y cantinas y antesalas de secretarías de Estado, sino el canto grande de la poesía mexicana en el que Renato Leduc ocupa un lugar único. Es como lo dijo Salvador Novo en 1938 y lo consigna Edith Negrín, ''maravilloso, genial, exquisito poeta".

Renato sigue siendo leyenda por donde quiera que se le mire, y la leyenda del personaje singular que le ganó al poeta es una poderosa razón para que Edith Negrín rescate su obra completa, Monsiváis la prologue y el Fondo de Cultura Económica la edite.

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