Jorge Camil
Desterrados
Como si hubiese un acuerdo previo, varios escritores trataron el domingo pasado, en diversas formas y desde distintos puntos de vista, el escabroso tema de los desplazados: 22 millones de seres humanos, que bajo las confusas categorías de "refugiados políticos", "perseguidos", "acosados por el racismo", "víctimas de guerra" o "asediados por el hambre", rondan el planeta en busca de mejores condiciones de vida. Algunos revivieron, como era de esperar, la tragedia de la población albanokosovar con motivo del inicio de las audiencias del Tribunal Penal Internacional para los crímenes de la antigua Yugoslavia en el caso de Slobodan Milosevic. Bajo la dirección de Carla del Ponte, la severa ex procuradora suiza, el arrogante líder serbio está siendo procesado esta semana por crímenes de guerra y contra la humanidad en Croacia, Bosnia-Herzegovina y Kosovo. Pero la más grave acusación, porque implica la pena de cadena perpetua, es la de genocidio, cometido en colaboración con los aún prófugos Radovan Karadzic y Ratko Mladic (el carnicero de Strebrenica). Para desgracia de Milosevic (que henchido de soberbia ha rechazado toda ayuda legal y asumió su propia defensa negando la legitimidad del tribunal) la desgarradora huida de cientos de miles de seres humanos, las tumbas clandestinas, las violaciones y las masacres disfrazadas de acciones militares fueron cuidadosamente documentadas por la prensa internacional, y en muchos casos presenciadas por millones de seres humanos en los noticiarios de la noche.
Pero los desplazamientos provocados por acciones militares o persecuciones políticas, cada día mejor documentados y vigilados por el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, son de alguna manera más comprensibles que el trágico abandono de la patria por decisión propia. Me refiero al preocupante éxodo argentino, que este domingo fue comentado en El País por el distinguido novelista y académico Tomás Eloy Martínez, y por John Carlin (Un país sin clase media) en la revista El País Semanal.
Martínez explicó las causas de un doloroso éxodo iniciado en 1976: la inclemente dictadura militar, la caótica guerra de las Malvinas, la hiperinflación y la deuda externa; y, a fines de 2001, "la patética ronda de cinco presidentes sucesivos en diez días". Y Carlin, por su parte, presentó los testimonios vivos de profesionales, empresarios e investigadores que hurgan desesperados en los papeles de padres y abuelos buscando lazos de unión con otras nacionalidades, para después hacer colas interminables afuera de las embajadas europeas en busca de visas que les permitan abandonar un país en plena delincuencia. Y por si el éxodo de miles de argentinos a los países de sus antepasados no fuese suficiente, el presidente Eduardo Duhalde confirmó el estado caótico de la nación, haciendo un patético llamado para "fundar una segunda república", con el fin de dejar atrás "la Argentina rentística, financiera, donde sólo ganan los banqueros". Mientras el presidente hablaba, sin embargo, 10 mil caceroleros clamaban ensordecedores afuera de la residencia presidencial: "šque se vayan todos!" (los políticos, claro está). šQue nadie se equivoque!, los mexicanos, inmersos como estamos en una crisis económica interminable y dedicados desde hace 30 años a privilegiar los temas económicos sobre los problemas sociales, tenemos también nuestro propio éxodo vergonzante, el de los emigrantes descritos por Cristina Pacheco en su relato del domingo pasado en La Jornada: los mexicanos olvidados, atrapados irremediablemente entre la miseria y la nostalgia por la patria.
En un ensayo confuso y lleno de contradicciones (Los nuevos intocables), Zygmunt Bauman (El País, 10/02/02) sugiere con algo de razón que los refugiados han dejado de ser "desterrados", porque la extraterritorialidad del mundo global ha borrado las fronteras entre "dentro" y "fuera". Todos estamos dentro, ya no existe el exterior. Eso, profesor Bauman, con el debido respeto, dígaselo a los argentinos, que liquidan propiedades y abandonan su patria y sus ilusiones por decisión propia, habiendo perdido toda esperanza y todos sus ahorros en dólares con el cuento del corralito, una jugarreta desesperada de políticos ineptos (como la de los mexdólares de José López Portillo)
Finalmente, Tomás Eloy Martínez puso todo en perspectiva: enfatizó la tragedia del destierro argentino con el breve poema que le recitó Borges telefónicamente a un amigo antes de irse a Ginebra para siempre: "alguna vez tuvimos/ una patria -Ƒrecuerdas?- y los dos la perdimos".