Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 12 de febrero de 2002
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Cultura
Philip en cine

PABLO ESPINOSA

Once músicos en una jornada histórica: cinco noches consecutivas en el Palacio de Bellas Artes con el ciclo completo de la música que ha concebido en veinte años Philip Glass como una contribución estratégica al arte del cine, hoy casi reducido a mero objeto de consumo y otrora ?como en el caso de la obra de Glass? objeto oscuro del deseo.

Todo empezó el miércoles 6. La sesión inicial se tituló Shorts, en referencia precisamente a los cortometrajes que integran lo más reciente de su trabajo en cine.

Para la creación de Shorts, Philip Glass invitó a personalidades del medio cinematográfico independiente, de la animación, del video y de las artes visuales para crear cortos sin sonido a los que el escribiría la música, misma que él interpretaría junto con su orquesta en vivo.

El resultado de ese proyecto abrió los conciertos del Philip Glass Ensamble en México y al mismo tiempo abrió la nueva gira internacional de este hombre que acaba de ser padre de otro bebé, Benjamin Cameron Glass, a sus 65 años. La gira se titula Philip on film (Philip en cine). Se trata de un acontecimiento artístico de dimensiones descomunales y que este inicio de gira haya ocurrido en Bellas Artes no sólo es trascendental sino plausible.

The Man in the Bath, de Peter Greenaway, abrió el festín. Imágenes ligadas al universo escénico-geométrico de Bob Wilson, evidentemente creadas en computadora (esa maquinita macintosh que cargaba bajo el brazo Greenaway, hace dos Cervantinos, hasta que se la robaron en Guanajuato) en eclipse lunar intenso con la música de sintes mezclada con música concreta, sumatoria de alientos-metales y ninguna parafernalia técnica.

El más interesante y mejor logrado de los cinco cortos estrenados en México el miércoles pasado fue Evidence, de Godfrey Reggio, quien forma parte junto con Bob Wilson del círculo creativo íntimo de Glass. Esta Evidence está construida con una serie de big close ups de niños con los ojos bien abiertos frente al mundo, y al final nos damos cuenta que el mundo está reducido para ellos a la televisión.

Las cineastas Michal Rovner y Shirin Neshat trabajaron en el estudio de Glass para sus cortos respectivos: Notes y Passage, respectivamente. Al igual que Diaspora, de Atom Egoyan (a partir del filme America, America, de Elia Kazan), fundamentan sus inquisiciones y disquisiciones en imaginerías alucinógenas mediante técnicas narrativas digitalizadas, elaboradísimas y conceptuales hasta niveles arriesgados. El contraste cerró la primera noche glassonómica con el conocido Anima Mundi, inspirado en Platón: "el respiro, el soplo, la vida, el alma del mundo". El mundo es un ser vivo.

Retratar el mundo, elevarnos, tal es la consigna estética de Philip Glass en cine. Esto fue evidente en la segunda noche glassiana, la del jueves cuando la magnificencia de esa obra de arte titulada Powaqqatsi volvió en su estallido anímico brutal en refrendo del primer impacto, definitivo, de su estreno en México hace nueve años. Con Einstein on the Beach, Powaqqatsi aparece como lo mejor y más impactante y espectacular de la música escénica de Philip Glass. Durante 102 minutos asistimos a una sumatoria de intensidades tensadas al máximo como en un oleaje de espasmos anímicos semejante a una serie de orgasmos contenidos. Un Nirvana completo, un edén agónico, un cosmos recobrado.

En la anacrusa de un silbato de batucada brasileña se desata un maremagno de corcheas afrodisíacas contrastadas con la finitud de la existencia. Eros y Thanatos y cielo y cosmos y el color de la tierra en una contundencia de imágenes de rostros y cuerpos captados en Brasil, Egipto, Kenya, Perú, India, Hong Kong, Israel, Francia, Nepal y Berlín. Cuerpos bellos, rostros hermosos. Pero ojo, no se trata de las convenciones de belleza condicionadas por la aldea global. No se trata de objetos de consumo. Son los rostros y los cuerpos del color de la tierra. Son las minorías del mundo, los pobres, los sobrexplotados, los desposeídos, las carnes de cañón del imperio. Toda la secuencia inicial en una mina de Brasil es apenas el comienzo de un descenso a los infiernos que es al mismo tiempo el ascenso a las alturas insondables. Solamente el artista Sebastião Salgado ha logrado imágenes comparables en su coherencia y contundencia, bella y terrible al mismo tiempo, con lo que Godfrey Reggio, el director de Powaqqatsi, retrata en su filme regio: nosotros los humanos.

En su serie interminable de epifanías, el altísimo contenido social de Powaqqatsi, su decidida apuesta del lado moridor, su evidente simpatía por el débil (Mick Jagger tiene su propia Sympathy for the Devil, je) eleva una empatía de compromiso social a toda prueba. Una maravilla artístico-social.

La siguiente noche glássica, la del viernes, reunió a la fauna prototípica en Bellas Artes: snobs, oportunistas, yuppies, pirrurros y algunos pocos conocedores. El pretexto era Drácula, esa obra de arte de Tod Browning con un genio en pantalla: Bela Lugosi y otro en los teclados: Philip Glass con su Ensamble. A lo divertido del filme, a los ecos y revisitaciones (Tom Waits gritando: ''¡maaasteeer!'' en el remake de Francis Ford Coppola, que de tan cacahonda debería haber firmado esta versión filmada como Francis Ford Copula) dejaron la mesa puesta para la siguiente noche con otro filme en blanco y negro restaurado: La Belle et la Bete, del maestro Jean Cocteau.

Esa noche fue evidente nuevamente cómo el arte del cine ha desarrollado su lenguaje hacia el negocio, el consumo, la flojera mental. Arte, ciencia, artesanado en cambio en las manos y en la mente de Cocteau, a cuadro por cierto al inicio escribiendo los créditos con gis sobre un pizarrón negro. La del sábado, penúltima del ciclo, fue una deliciosa noche de ópera, pues como tal concibió Philip Glass su partitura, pues como tal concibió Jean Cocteau con Georges Auric (el autor original de la música) su filme, pues como tal concibió por ejemplo Peter Greenaway su filme El cocinero, el ladrón, su esposa y su amante. Al término de la sesión de la noche del sábado quedó evidente también que la historia recordará a Philip Glass como uno de los renovadores del arte operístico mientras habrá quienes sigan frunciendo el ceño y ceñiendo el frunso de la envidia.

El ciclo concluyó la noche del domingo con la más antigua de las producciones fílmicas de Glass, Koyaanisqatsi (lengua hopi, al igual que Powaqqatsi) creada por el genial cineasta Godfrey Reggio. Una alegoría júnica (de Junus, dios bifronte) semejante a Powaqqatsi acerca de la condición humana. Da en el clavo la mancuerna Philip Glass/Godfrey Reggio: "el objetivo de esta película es el de provocar y generar interrogantes que solamente el público podrá responder. Este es el valor más grande en cualquier trabajo de arte, el no predeterminar una razón, sino que ésta surja de la evidencia del encuentro".

Durante cinco noches consecutivas, el genio de Glass fue degustado por un dechado de dichosos. Al término de cada uno de los conciertos, especialmente en los dos últimos, Glass fue vitoreado como un héroe. Habían sonado, en unísonos de gloria, sets completos de sintetizadores en, a la vez, una síntesis exacta de la historia de la música. En escena, la confluencia exacta entre los estilos de Bach y Messiaen. El placer duplicado: a la delicia a los sentidos que es el arte del cine, se sumó siempre el éxtasis de la música para deleite de los mismísimos dioses del Olimpo.

Las respuestas, los beneficios, los valores de este encuentro que tuvimos cinco noches con el arte prodigioso de Philip Glass con su Ensamble dirigido por Michael Riesman y en cuyas filas figuran genios del minimalismo como el también compositor Jon Gibson, el encuentro de tantos genios en pantalla y sus contrapartes al pie de la imagen, verán sus frutos pronto en la historia cultural de México.

Philip en cine. Gloria in excelsis.

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