Sami David
Vigencia de la Constitución
Incertidumbre, desconcierto, pero también falta de credibilidad en las instituciones políticas. Tal es la lectura que a los ojos de cualquier observador presenta la realidad mexicana. Todo ello a consecuencia de que en el país todo debe ser realizado con otra óptica, con otras perspectivas a los ojos del régimen. El cambio por el cambio mismo es el eje gubernamental como resultado del sufragio y expresión ciudadana.
Sin embargo, la libertad en que nos apoyamos significa, también, libertad de pensamiento. Y aquí es donde las ópticas se bifurcan. El proyecto de nación debe ser único, como único el sentido del progreso común. Es decir, la historia no puede cambiarse con un cambio de partido en el poder. Porque la camiseta ideológica puede errar el rumbo. Y México está más allá de esas diferencias de camisetas partidistas.
ƑQué ha cambiado en el México actual?, Ƒla Constitución política ha perdido vigencia?, Ƒlas instituciones son novedosas, nueva la justicia o el sentido de patria? Porque se ha pregonado que el cambio ha ocurrido en nuestro país. Y que todo será visto con ojos nuevos, aunque la historia habla de hechos enlazados, de antecedentes y consecuencias: el sacrificio de tantos mexicanos que desde sus particulares espacios, desde sus personales ámbitos de trabajo, han contribuido al engrandecimiento de la nación.
El Constituyente de 1917 pensó en un mundo más promisorio, pero basado en la legalidad, en la armonía, en el esfuerzo de todos, con un conjunto de preceptos capitales que le dieran congruencia a esos sueños. Y lo consiguieron. A la fecha diversas voces indican la posibilidad de una nueva Constitución, como si hubiese otro orden, otro país. La democracia camina a marchas forzadas, cuando quizá el concepto mismo varía de un pueblo a otro, de un régimen a otro.
Aunque el sentido que se le desea dar no sea sino la aplicación de criterios prácticos para gobernar, en nombre de la democracia se han debatido diversos procesos; incluso se piensa que el sufragio, el acto democrático, da inicio en las urnas y concluye en el mismo instante en que el voto queda emitido. Como si la democracia fuese la panacea, la varita mágica para apartar todos los males.
Pero la democracia se construye entre todos. Y se fundamenta en la participación ciudadana. Por lo mismo, los principales partidos políticos buscan fortalecerse con el cambio de dirigencia. El individuo, no el programa, es lo que en apariencia cuenta. Se invoca el sentido particular, la visión e intuición de quien dirija los destinos. En este sentido advertimos un PRI huérfano no sólo del poder omnímodo presidencial de antaño, sino desvalido en cohesión ideológica. Un PRD enfrentado a sí mismo, a consecuencia de la fragmentación originaria que lo creó: la disidencia del PRI. Un PAN que a las matacallando desea continuar en la sombra para no involucrarse con los desatinos del gobierno producto de sus filas.
Y la gente, la ciudadanía, ahora más que nunca con una visión crítica, madura, defendiendo sus intereses frente a la inconsistencia de un gobierno gerencial que pretende a todas luces desafiar la autoridad del pueblo. Porque es el pueblo quien le otorga el poder y en el pueblo donde descansa el poder. Y aquí, justamente, puede hablarse de la vigencia de la Constitución, que aún marca los derroteros a seguir para la convivencia pacífica y armónica. Pero no en contra de las decisiones populares, que requieren de empleo, vivienda, salud, oportunidades de mejoría. No se puede gobernar a espaldas de la gente. No se pueden elevar los precios de manera inmisericorde, sin un mínimo de sensibilidad social. No se puede arrojar al vacío la historia, la raíz, el origen de lo que consideramos nuestro. Olvidar estas lecciones es tanto como castrarse. Después de todo la palabra lex, de la que deriva ley, significa palabra elegida. Y la elección ya está tomada por la ciudadanía: se necesita un gobierno que trabaje en favor del progreso común. Esto es evidente.
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