José Agustín Ortiz Pinchetti
Transición... la vamos haciendo
No comparto el pesimismo generalizado sobre el proceso
político que vive el país. No me gusta que los jóvenes
vean negro el futuro y que muchos viejos sientan una nostalgia vergonzante
por el sistema. Creo que el tránsito entre un régimen y otro
no va mal y que puede terminar muy bien.
Si imaginamos que toda la transición puede ser
representada por un día, diríamos que el alba se dio en 1968.
La hora negra en que el sistema perdió su capacidad de usar el instrumento
de la policía. Yo situaría el amanecer entre 1985 y 1988,
los años de las rebeliones electorales. La mañana se daría
en la contradicción entre el impulso al cambio y los intentos restauradores
del salinismo. El mediodía estaría en 2000, cuando al fin
se produce la alternancia: como producto de una maduración. Todavía
nos falta la mitad de la jornada. El proceso terminará cuando se
reorganice el sistema de partidos, haya un sistema de rendición
de cuentas y una nueva estructura jurídica (una Constitución)
que corresponda a un acuerdo fundamental de los actores políticos.
Esta larga transición es en el fondo un fenómeno
de modernización. Y no sólo política, sino económica
y cultural. La monarquía sexenal comienza su deterioro cuando declina
su capacidad para generar crecimiento. A partir de 1970 no puede sobrevivir
sin un endeudamiento externo. A partir de 1982 y en los siguientes 20 años
el estancamiento económico y el incremento de las desigualdades
sociales dañan irremediablemente al sistema político. Se
produce un gran cambio en la mente de las personas. En la forma como imaginan
el poder y se relacionan con él. El pueblo es capaz de desafiar
a la hegemonía vigente y aprende a exigir, a opinar y votar.
El balance resulta muy positivo. Les invito a leer un
artículo de José Woldenberg ("Datos del cambio", Voz y
voto, mayo 2001). El panorama electoral ha cambiado de modo dramático
en los últimos 20 años. En 1985, por ejemplo, el PRI controlaba
prácticamente la totalidad del aparato político. La oposición
apenas tenía unos cuantos municipios. Los congresos locales, la
Cámara de Diputados, el Senado y la Suprema Corte estaban sujetos
al poder de la Presidencia de la República, la que había
cumplido ya para entonces 60 años en manos del mismo partido.
Hoy el mapa de la política es multicolor. En cada
estado, los tres partidos se dividen las alcaldías. El Distrito
Federal es gobernado por el PRD, pero varias delegaciones por el PAN. En
todos los congresos locales hay composiciones distintas. En la Cámara
de Diputados el PRI ha dejado de ser mayoría desde 1997. En el Senado
la composición es también plural. Los gobiernos de los estados
19 son del PRI, siete del PAN y el resto del PRD.
La Presidencia de la República está fuertemente
acotada por un Poder Legislativo cuya fuerza crece continuamente. Además
desde 1994 tenemos una nueva Suprema Corte de Justicia que está
entendiendo su papel como un verdadero poder político y que se ha
convertido en árbitro de la disputa por el poder.
Pues bien, todo esto se ha logrado sin violencia ni rupturas.
El proceso no ha sido rápido, pero sí pacífico y tendiente
cada vez más a ser legal. Lentamente se va cumpliendo el programa
que Christlieb Ibarrola preveía como una lejana posibilidad en los
años 60: hacer coincidir las fachadas legales con los contenidos
de la política real.
Los partidos están aprendiendo a cumplir nuevos
papeles. Todos ellos dependieron del eje de la presidencia imperial, y
al quebrarse esta entraron en crisis. Están construyendo nuevas
formas para luchar por el poder y asociarse entre sí. También
lo están teniendo que hacer los sindicatos obreros y patronales.
así como las ONG.
Se ha criticado severamente al Congreso por las imperfecciones
de la reforma fiscal. Pero el pueblo de México puede acreditarle
a sus legisladores el haber impedido una reforma regresiva impopular y
peligrosa. No será fácil desvincular su tarea legislativa
de sus intereses partidarios inmediatos. Pero mediante el proceso de ensayo
y error los políticos van a aprender a actuar con profesionalismo,
salvo que quieran desaparecer del escenario.
Es pobre todavía el desempeño de los medios
de comunicación electrónica. Pero los espacios que gana la
libertad y la crítica en televisión y radio hubieran sido
impensables hace 10 años.
El Presidente tiene que soportar críticas y burlas.
Continuamente su equipo parece incapaz de actuar, ejecutar, jerarquizar.
Pero también el nuevo Poder Ejecutivo tiene que cumplir su etapa
de aprendizaje. Hoy los políticos leen con avidez las encuestas.
La opinión de la gente común cuenta. Poco a poco se va extendiendo
una revolución cultural. Los intereses del pueblo van convirtiéndose
en el punto de mira de todo el que quiere actuar, sobrevivir y triunfar
en la política.