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PRD, LA IZQUIERDA VULNERADA
Hace
casi tres años, el 19 de marzo de 1999, el Partido de la Revolución
Democrática (PRD) vivió uno de sus procesos de elección
internos más polémicos y deseasados. Ante la sociedad mexicana,
los jefes de las corrientes y de los grupos en contienda reprodujeron el
peor catalógo de prácticas fraudulentas para vencer al contrario:
desde el ratón loco hasta el relleno de urnas, desde el acarreo
hasta la alteración de actas.
Los protagonistas de entonces no escatimaron epítetos
para descalificar al contrario. De pronto, el partido que se caracterizó
por su constante denuncia del fraude electoral priísta reproducía
lo peor de esa cultura política e iniciaba un proceso de distanciamiento
con la sociedad y de división y pulverización internas.
Al calor del nuevo proceso de elección de su dirigencia,
la sombra de ese fraude reaparece, pero esta vez los adversarios de ayer
son los aliados de hoy, y las descalificaciones de entonces se reproducen
ahora contra quienes quieren rescatar la iniciativa original que le dio
vida al mayor partido de izquierda que ha existido en el país y
que reclama en este momento un proceso de definición y un discurso
que vaya más allá de los anatemas y del sectarismo.
Instalados en el "aparato", estos grupos acusan a los
contrarios de ser los aparitchniks. No se asume ninguna responsabilidad;
el problema son los otros, justamente quienes se distanciaron a raíz
del proceso de marzo de 1999. Sin la menor autocrítica, ninguno
de ellos asume la gravedad de la crisis. En lugar de encarar el desafío
de restablecer la limpieza y la credibilidad internas, se convierten en
partes interesadas de una nueva contienda y se reproducen los escenarios
que permitieron el desaseo en los comicios anteriores.
Tal pareciera que se lucha por un botín que se
reduce al reparto de cargos, curules y recursos, y no por la definición
de una estrategia que vuelva a acercar al PRD a la sociedad y a las causas
que hoy son las que definen la ruta de la justicia, la democracia y el
cambio político en todo el país y en todas y cada una de
las luchas que protagonizan los sectores que menos tienen, los que están
fuera de los beneficios del "voto útil", los que han creído
fielmente en la apuesta iniciada el 6 de julio de 1988.
Los grupos sociales e intelectuales que apoyaron desde
su origen la creación de esta pluralidad de fuerzas de izquierda,
democráticas, que era el PRD, observan con mayor rigor y crítica
el proceso actual. Ya no será posible la autocomplacencia y menos
el conformismo. Los principales críticos del proceso perredista
son quienes se sienten desencantados y engañados por esa dinámica
burocrática.
Son ellos quienes le reclaman a los contendientes no sólo
congruencia, sino altura de miras; autocrítica y propuesta clara;
compromisos con las luchas sociales y no sólo con los cargos electorales;
generosidad democrática; actitud incluyente, tolerante y, sobre
todo, un nuevo dinamismo que rompa con el círculo vicioso del desencanto
y el sectarismo.
El reto para el PRD es doble porque no se trata sólo
de definir a la futura dirigencia, sino de encarar en forma distinta los
próximos desafíos políticos. En momentos en que comienza
a discutirse una reforma laboral que amenaza con atentar contra los derechos
elementales de los trabajadores, una reforma energética que promueve
abiertamente la privatización de Pemex y de la Comisión Federal
de Electricidad, la voz y la presencia de un partido de izquierda sólido,
fuerte, es urgente.
El PRD está en riesgo de caer en la tentación
del "oponente útil", aún cuando durante el proceso presidencial
del 2000, fue muy clara su definición en contra de un simple cambio
de personajes sin cambio de modelo económico.
Los distintos liderazgos del PRD tienen, ante la sociedad
y ante sí mismos, el desafío de promover una auténtica
transformación de la cultura política y no la reproducción
de los mismos vicios autoritarios. No habrá transición posible
si se reinventa una vez más al priísmo interiorizado en la
izquierda. Difícilmente se revertirá el proceso de crisis
y falta de credibilidad si no se logra atraer la atención de quienes
están en la batalla cotidiana por defender su dignidad de indígenas,
su salario, su empleo, su tierra, su acceso a la educación; que
luchan contra la discriminación por su condición de género
o por su preferencia sexual; que reclaman espacios de expresión,
y que ensayan formas novedosas de organización y solidaridad.
Hoy se espera un PRD pensante, activo, no sólo
un partido diletante en su propia crisis y en las trampas de su burocracia.