Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 20 de enero de 2002
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Política
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Néstor de Buen

Mis amigos los jesuitas

Fue Meche Safont, amiga entrañable, encargada en aquellos remotos tiempos: mediados de los años sesenta, del Departamento de Extensión Universitaria en la Universidad Iberoameri-cana, la que me invitó por primera vez a dictar alguna conferencia en esa institución educativa. Después, responsable de las relaciones laborales de la universidad, me consultaba con frecuencia. No recuerdo cuándo, pero hace muchos años, celebré con la UIA un contrato de prestación de servicios profesionales para atender sus problemas laborales.

Confieso que mis primeros pasos por la Ibero no me resultaban muy cómodos. Cuando empecé a dar clases en relaciones industriales sentía como si me estuvieran espiando las intervenciones. De hecho me pareció visible un sistema de intercomunicación en los salones de clase que no me dejaba tranquilo. No había tal, por supuesto.

No faltaban los antecedentes. A mi padre, Demófilo de Buen, el gobierno de la República española le encargó en los años treinta hacerse cargo de la incautación de los bienes de los jesuitas. Chamba antipática de la que resultó, y no me extraña, una gran admiración de mi padre hacia la orden. La inteligencia siempre convence.

Poco a poco me fui haciendo adepto a la Ibero. Los diferentes rectores aceptaron que continuara prestando mis servicios profesionales a pesar de las ideologías aparentemente encontradas y de mi evidente falta de creencias religiosas.

Un día me llamó Enrique Portilla, SJ, rector de la universidad:

-Néstor: se está formando un sindicato con la intervención de un grupo destacado de académicos. ƑQué opinas?

Mi respuesta fue sencilla:

-Tienen derecho a formarlo, y a firmar un contrato colectivo de trabajo.

Enrique, amigo fraternal, lo aceptó con absoluta naturalidad. Otra llamada de él, tiempo después, no se me olvida: "Néstor: se acaba de caer la universidad". Cuando llegué a la Campestre Churubusco había cambiado el paisaje.

Se firmó el primer contrato colectivo con un sindicato cuyo comité ejecutivo podía aspirar a los más altos premios académicos. Su abogado, Carlos Deuschler, hoy un prominente abogado empresarial, generaba discusiones ejemplares en las que no eran ajenos los temas sobre marxismo. El secretario general, doctor en economía, sabía más que cualquiera de los que representábamos a la Ibero.

Repitieron y cambiaron los rectores: Ernesto Domínguez, Carlos Escandón, Carlos Vigil. Hubo una primera huelga que yo creí que sería dramática y el rector Ernesto Domínguez, SJ, la tomó con calma y acordó con el sindicato que las discusiones para llegar a un arreglo se tenían que hacer dentro de casa, con las banderas puestas. El sindicato lo aceptó y en dos días se arregló todo.

El sindicato tuvo varios asesores, alguno no recordable. Hace bastantes años, un antiguo alumno de la Ibero, Arturo Alcalde, se hizo cargo de la defensa del sindicato. Hombre inteligente, cordial, habilísimo, manejaba las discusiones con soltura y elegancia y al final del camino siempre encontramos soluciones mutuamente convenientes.

Hace alrededor de cinco años terminó el periodo rectoril de Carlos Vigil, SJ, y ocupó su lugar Enrique González Torres, SJ. Me llamó para conocerme, nos entendimos y pudimos trabajar juntos cerca de un año. Pero no tardé en darme cuenta de que nos separaban profundos abismos a propósito de la forma de valorar los problemas sindicales. Decidí terminar la relación en forma cordial. Carlos de Buen y Pedro Robles, ambos alumnos de la Ibero, resintieron la ruptura. Maestros ambos de la universidad protagonizaban las discusiones fuertes pero respetuosas con el sindicato. Yo había dejado de dar clases un año antes, más o menos, por imposibilidad física de estar en todos lados.

No he vuelto a la Ibero. Veo, de lejos, sus problemas, y por supuesto que me preocupan, sobre todo las informaciones acerca de los despidos masivos de los representantes sindicales y la presencia de personajes incompatibles con las formas naturales que fueron nuestras normas de conducta. Ni siquiera se trata de que la universidad haya asumido un estilo empresarial. No es eso. Es una forma personal de ver las cosas que no comparto en absoluto. Estoy convencido de que muchos de mis queridos amigos jesuitas piensan como yo.

Y es obvio que lo que con tanta generosidad ha escrito sobre estos temas Miguel Angel Granados Chapa, mi admirado amigo, periodista de memoria y estilo privilegiados, inventor de la comunicación documentada, me ha emocionado.

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