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Luis González Souza
Una ética de la lucha
Las vacaciones -šque ya extrañamos otra vez! (así de dura está la cuesta de enero)- pueden servir también para pensar y repensar muchas cosas de grueso calibre. En nuestro escrito anterior subrayábamos el reto de recuperar, de manos del "nuevo" gobierno, el ideal y la orientación del cambio. Y concluíamos con dos tareas centrales en lo inmediato: precisar el mandato de la sociedad respecto al perfil de dicho cambio, y desarrollar nuevos cauces organizativos para empujarlo. Una vez más, sin embargo, y como ha ocurrido desde tiempos inmemoriales, olvidamos (y es que las vacaciones también aturden) una tarea todavía más elemental y apremiante, que es la de idear y practicar una ética de la lucha por el constante mejoramiento personal, familiar, comunitario, nacional, regional y hasta universal. Es decir, consensuar y cristalizar un conjunto de normas (aunque no estén escritas o legalizadas) que, afincadas en una serie de ideales, principios y convicciones de la mayor jerarquía, sirvan para dar sentido y trascendencia a nuestra(s) lucha(s). Sin esa ética de la lucha, siempre estaremos expuestos a la expropiación, la perversión y aun la muerte de los cambios por todos tan anhelados (el primer año del gobierno foxista bien lo corrobora).
Más que un alivio, la vejez de tal olvido debería angustiarnos y sacudirnos al límite. La carencia de una ética de la lucha es tan añeja como perniciosa. En tiempo y espacio, sus daños ya son incuantificables. Desde el siglo XIX, los marxistas descubrieron la necesidad científica del cambio, de un cambio radical, en todo el mundo, lo que en México ocurrió, de manera específica y elocuente, primero con la Revolución de 1910, y luego con la insurrección electoral de 1988 bajo el liderazgo de Cuauhtémoc Cárdenas. En ninguno de esos casos, sin embargo, se contó con una normatividad ética de la lucha. Reveladoramente, en cambio, todos ellos son típicos casos en que el ideal motriz de la lucha quedó tan expropiado como pervertido.
Tal vez la primera lección de todo ello, traducible a un primer precepto de una probable ética de la lucha, es que si bien todos estamos obligados a luchar por un mundo mejor (porque finalmente todos somos seres humanos, y no animales simples), la lucha no basta. Ni siquiera basta la lucha con ideales claros e instrumentos contundentes, militaristas. Tarde o temprano se muestran indispensables, imperativos éticos referentes a la congruencia, a la prédica con el ejemplo, al construir-luchando y al luchar-construyendo, ahora mismo y en todos lados, el nuevo mundo que se desea. Más preciso, tal primera norma de la lucha diría: no exigir a otros lo que no es capaz de ser o de hacer uno mismo o su organización; no obstruir ni destruir aquello frente a lo cual no ofrecemos una alternativa, sea esta "utópica" o "realista"; no esperar momentos fundamentales ni el permiso de nadie para mostrar la pertinencia y la viabilidad de esas alternativas; dignificarlo todo y dignificar a todos, comenzando por el aprecio y el respeto de todas sus autonomías: desde las respectivas cosmovisiones hasta los usos y costumbres para vivir o sobrevivir con la frente en alto, o el corazón a salvo; olvidarse de vanguardismos, y reconocer que la lucha trascendente tiene tareas y trincheras para todas y todos, así personas como organizaciones e inclusive instituciones. En fin, luchar sin descanso en todos lados, y no en espera de otra gratificación que la del deber cumplido, tanto más valioso si sus frutos benefician a los demás, y no tanto o no sólo al que lucha. Preocuparnos porque las cosas salgan bien, y no por los reflectores ni las medallas.
Sugerir conductas como esas no equivale a pedirle peras al olmo. Con tal o cual variante, muchas de ellas ya se practican, además, muy cerca de nosotros: sobre todo en las comunidades indígenas de filiación zapatista, por ejemplo. De hecho, las normas sugeridas son simples inferencias de la filosofía mostrada por el EZLN en sus primeros ocho años de lucha, tal como intentamos aprehenderla. Pero también en esto de la ética hay espacio para todos. Incluso podríamos remontarnos hasta los antiquísimos Diez Mandamientos que, actualizados y mexicanizados, resumirían lo aquí escrito tal vez así: 1) Amarás tu(s) lucha(s) por sobre todas las cosas (o casi); 2) No lucharás en nombre de nada que tú mismo (o la organización en que militas) no estés dispuesto a cumplir o a emular; 3) Aplaudirás, en lugar de envidiar, las luchas y los triunfos de otros (aun si opacan la tuya); 4) Honrarás a todos los que luchen con sinceridad y congruencia; 5) No matarás a nadie, ni siquiera con las armas del desprecio y el olvido; 6) Lucharás en todas las trincheras que gustes, siempre y cuando no sea con afanes protagónicos, ni le quites su espacio a nadie; 7) No robarás a nadie su derecho a soñar y luchar, antes que nada; 8) No mentirás ni reproducirás en modo alguno la subcultura de la simulación (utilización y abandono de clientelas, incluidos), no las palabras sino los hechos aun los hechos silenciosos serán lo que determine el valor de nuestra lucha; 9) No desearás las luchas y tareas que ya otros hacen con decoro, y 10) Respetarás e inclusive ayudarás a abrir espacios nuevos para que cada vez más individuos y organizaciones se incorporen, desde la trinchera que elijan y con su autonomía a salvo, a la lucha por un México plenamente digno, o por lo menos, el que Fox prometió durante su desparpajada campaña electoral.
Cada quien podría agregar otra cauda de normas, principios, ideales y valores. Desde la antiquísima filosofía católica hasta la novísima filosofía zapatista, hay mucha tela de donde cortar. Lo importante es que no sigamos luchando nomás por luchar, sino que ahora sí lo hagamos con una ética de la lucha misma. Feliz y luchador año para todos.