Leonardo Páez

Eloy, ¿adiós o hasta luego?

MAS TARDO EL agudo cronista en señalar "ese mundito miserable de untados y mamacallos de las empresas y los toreros" -le faltó añadir de los ganaderos y de las autoridades- que en comprobar la afición del DF el mamacallismo de la crítica especializada ante el anovillado encierro de Rodrigo Aguirre padecido en el séptimo festejo de la temporada dizque grande en la plazota México.

HUBO DESDE EL zalamero crónico que consideró "bien presentado" aquel desfile de bueyes -sin la menor posibilidad de brindar espectáculo por su pobre lámina y acusada mansedumbre-, hasta el que de plano prefirió no tocar tan vergonzosas reses ni con el pétalo de un adjetivo, a excepción de Lumbrera Chico, cronista de La Jornada, que no tuvo inconveniente en cabecear, basado en el descastamiento exhibido: "Indignas de Tingüindín, las bestias de Aguirre". Pero como diría la biblia taurina, en caso de que existiera: "A los críticos, por sus omisiones los conoceréis".

ASI, MIENTRAS LAS autoridades del cambio -de izquierda y de derecha, la negligencia es la misma- sigan llevando la fiesta en paz, haciendo a un lado la aplicación de la ley para dejar que sean "los actores que presentan el espectáculo" quienes resuelvan esta endémica crisis taurina, no nos queda a los simples aficionados sino aplicarnos el ungüento de ajo y agua -a jodernos y a aguantarnos.

ESTE DOMINGO APARENTEMENTE Eloy Cavazos se despide, por segunda ocasión, de la Plaza México -no del resto de los cosos del país donde, advirtió el incansable diestro, seguirá toreando hasta que el cuerpo y los públicos aguanten-, luego de apenas 35 años como matador de toros o de sus aproximaciones, dada la excesiva administración que ha caracterizado su prolongado desempeño.

ENTRE OTROS EXCESOS, la disminución sistemática y sin recato de la edad y el trapío de los toros que enfrenta en la capital y en los estados, la generosa repartición de estímulos diversos al grueso de la aduladora prensa especializada, el agandalle para obstaculizar a cuanto torero empezaba a sobresalir o, en el colmo del mangoneo, armar sus propias troupes taurinas con ganado muy joven y alternantes oscuros a los que les prohibía superarlo, así como poner un rejoneador por delante, por aquello de no agarrar frío al público, ya que por su condición de decano de los matadores Eloy tiene la obligación de ir de primer espada.

LA TAUROMAQUIA CAVACISTA cayó en estos excesos no sólo por el indiscutible imán de taquilla del norteño a lo largo de tres décadas, sino sobre todo por la índole predecible de su desempeño, que en buena medida ha contribuido a la tergiversación del toreo en México: divertir en vez de emocionar, torear a los públicos más que a los "toros", simpatías deliberadas, faenas prefabricadas y recursos graciosos, efectismo cascabelero a falta de autoexigencia de interioridad, y una privilegiada eficacia para fulminar a esas reses con la que algún día denominé estocada rebotando, culminación espectacular de su redituable aunque superficial espectáculo que, al menos en la capital, parece concluir.