034a1mun
Edward W. Said
Callejón sin salida: ¿está Israel
más seguro ahora?
El mundo "se cierra en torno de nosotros, nos empuja al
pasaje final, y nosotros nos arrancamos las entrañas para pasar",
escribió Mahmoud Daewish después de la salida de la OLP de
Beirut, en septiembre de 1982. "¿Adónde iremos después
de las últimas fronteras, adónde volarán las aves
después del último cielo?" Diecinueve años después
lo que ocurría a los palestinos en Líbano les vuelve a suceder
en Palestina. Desde el comienzo de la intifada de Al Aqsa, en septiembre
pasado, el ejército israelí tiene secuestrados a los palestinos
en no menos de 220 pequeños guetos discontinuos, sujetos a intermitentes
toques de queda que a menudo duran semanas. Na-die, joven o viejo, enfermo
o sano, moribundo o embarazada, médico o estudiante, puede moverse
sin pasar horas en retenes manejados por rudos soldados israelíes
que humillan a discreción. En el momento en que escribo este texto,
200 palestinos están imposibilitados de recibir diálisis
de riñón porque los militares israelíes, que aducen
"razones de seguridad", no les permiten viajar a los centros médicos.
¿Acaso alguno de los incontables representantes de los medios extranjeros
que cubren el conflicto ha preparado una nota sobre estos reclutas brutalizados,
entrenados para castigar a ci-viles como parte principal de su deber militar?
Me parece que no.
A
Yasser Arafat no se le permitió salir de su oficina en Ramallah
para asistir a la reunión de emergencia de ministros de Relaciones
Exteriores de la Conferencia Islámica realizada el 10 de diciembre
en Qatar; un asistente leyó su discurso. La semana anterior aviones
y bulldozers israelíes ha-bían destruido el aeropuerto
de Gaza, situado a 25 kilómetros de la oficina de Arafat, así
como los dos viejos helicópteros del lí-der, sin que ninguna
persona o fuerza pu-diera ya no digamos evitar, sino siquiera llevar cuenta
de las incursiones cotidianas de las que ese particular ejemplo de arrojo
militar formó parte. El aeropuerto de Gaza era el único puerto
directo de entrada a te-rritorio palestino, el único aeropuerto
civil destruido a mansalva en el mundo desde la Segunda Guerra Mundial.
A partir de mayo pasado los F-16 israelíes (proporcionados
generosamente por Estados Unidos) han bombardeado con despiadada regularidad
poblados palestinos a la usanza de los franquistas en Guernica, destruyendo
propiedades y matando civiles y oficiales de seguridad (no hay en Palestina
un ejército, armada o fuerza aérea que defienda al pueblo).
Helicópteros Apache de ataque (otra aportación de
Estados Unidos) han empleado sus misiles para asesinar a 77 dirigentes
pa-lestinos por supuestos actos de terrorismo, presentes, pasados o futuros.
Un grupo de operadores israelíes de inteligencia a los que nadie
conoce tiene autoridad para de-cidir estos asesinatos, presuntamente con
autorización del gabinete israelí en cada caso y, en forma
más general, de Estados Unidos. Los helicópteros también
han sido eficaces para bombardear instalaciones de la ANP, tanto policiacas
como civiles. La noche del 5 de diciembre el ejército de Tel Aviv
entró en el edificio de cinco pisos que alberga la Oficina Central
de Estadísticas, en Ramallah, y se incautó de todas las computadoras,
así como de la mayoría de archivos e informes, con lo cual
borró prácticamente todo registro de la vida colectiva pa-lestina.
En 1982 ese mismo ejército, encabezado por el mismo comandante,
irrumpió en Beirut occidental y cargó con documentos y archivos
del Centro Palestino de Investigación antes de derribar el edificio.
Unos días después se produjeron las ma-tanzas de Sabra y
Chatila.
Por supuesto, los bombarderos suicidas de Hamas y Jihad
Islámica estaban en actividad, como Sharon sabía perfectamente
que ocurriría cuando, después de una pausa de 10 días
en los combates del pasado noviembre, ordenó de pronto el asesinato
del líder de Hamas, Mahmoud Abu Ha-noud, acto dirigido a provocar
la represalia de la organización y permitir así al ejército
israelí reanudar la matanza de palestinos.
Después de ocho años de estériles
pláticas de paz, 50 por ciento de palestinos es-tán desempleados
y 70 por ciento viven en la pobreza con menos de dos dólares al
día. Cada día trae consigo apropiaciones de tierras y demoliciones
de casas a las que no hay resistencia posible. De hecho, los israelíes
ponen especial cuidado en destruir árboles y huertos en tierra palestina.
Aunque en los últimos meses han sido asesinados cinco o seis palestinos
por cada israelí, el viejo azuzador de la guerra tiene el cinismo
de repetir que Israel ha sido víctima del mismo terrorismo que estila
Bin Laden.
El aspecto crucial de todo esto es que Israel ha mantenido
una ocupación militar ilegal desde 1967, la más larga de
la historia y la única que tiene lugar en el mundo actual: esa es
la violencia original y continua contra la cual se han dirigido todos los
actos violentos de los palestinos. El 10 de diciembre, por ejemplo, el
mismo día en que dos niños de tres y 13 años fueron
muertos por bombas israelíes en Hebrón, la delegación
estadunidense exigía que los palestinos pusieran freno a sus actos
de violencia y terrorismo. Otros cinco palestinos, civiles todos, fueron
asesinados el 11 de diciembre, víctimas de bombardeos de campos
de refugiados en Gaza por helicópteros. Para empeorar las cosas,
a consecuencia de los ataques del 11 de septiembre se emplea la palabra
"terrorismo" para desvirtuar actos legítimos de resistencia contra
la ocupación militar, y está prohibido establecer cualquier
relación causal o incluso narrativa entre la aterradora matanza
de ci-viles (a la que siempre me he opuesto) y los treinta y tantos años
de castigo colectivo.
Todo erudito o funcionario que pontifica sobre la violencia
palestina debería preguntarse de qué manera pasar por alto
el hecho de la ocupación puede ayudar a detener el terrorismo. El
gran error de Arafat, consecuencia de la frustración y de consejos
desacertados, fue tratar de llegar a términos con la ocupación
al autorizar las pláticas de "paz" entre los descendientes de dos
prominentes familias palestinas y el Mossad en 1992, en la estadunidense
Academia de Artes y Ciencias, en Cambridge. En tales pláticas sólo
se abordó la seguridad israelí; nada se dijo de la seguridad
pa-lestina, y la lucha de ese pueblo por tener un Estado independiente
quedó al margen. De hecho la seguridad israelí, con exclusión
de cualquier otro asunto, se ha convertido en la prioridad internacional
reconocida que permite al general Zinni y a Javier Solana sermonear a la
OLP sin decir una palabra sobre la ocupación. Y sin embargo Israel
apenas si ha ganado algo más que los palestinos en estas pláticas.
El error israelí ha sido creer que al engañar a Arafat y
su camarilla con interminables discusiones y concesiones minúsculas
obtendría aquiescencia general en Palestina. Cada política
oficial israelí seguida hasta ahora ha empeorado las cosas para
Tel Aviv en vez de mejorarlas. Preguntémonos: ¿es hoy Israel
más aceptado y seguro que hace 10 años?
Por supuesto los terribles y, en mi opinión, estúpidos
ataques suicidas contra civiles en Haifa y Jerusalén el fin de semana
del primero de diciembre deben ser condenados, pero para que la condena
tenga sentido es necesario considerarlos en el contexto del asesinato de
Abu Hanoud a comienzos de semana, junto con la matanza de cinco niños
por una trampa explosiva en Gaza... para no hablar de las casas destruidas,
los palestinos muertos en toda Gaza y en la Margen Occidental, las constantes
incursiones de tanques, el interminable despojo de las aspiraciones palestinas,
minuto a minuto, durante los 35 años pasados. Al final la desesperación
produce po-bres resultados, ninguno peor que la luz verde que George W.
Bush y Colin Powell parecen haberle dado a Ariel Sharon cuando estuvo en
Washington el 2 de diciembre (tan reminiscente de la que Alexander Haig
le dio en mayo de 1982). Junto con su apo-yo vinieron las usuales declaraciones
to-nantes que convierten al pueblo ocupado y a su desventurado e inepto
líder en agresores de alcance mundial que deben "llevar a la justicia"
a sus propios criminales, ¡en momentos en que los soldados israelíes
destruían sistemáticamente la estructura policial palestina
que supuestamente debería capturarlos!
Arafat se encuentra rodeado por todas partes, resultado
irónico de su deseo insaciable de representar todo lo que es palestino
ante todo el mundo, amigos y enemigos por igual. Es al mismo tiempo un
héroe de tragedia y un fanfarrón. Ningún palestino
actual desconocerá su liderazgo por la sencilla razón de
que, pese a todas sus debilidades y errores, se le humilla y se le castiga
por ser un líder palestino, y en esa calidad su mera existencia
ofende a puristas (si tal es la palabra correcta) como Sharon y a los estadunidenses
que lo respaldan.
Salvo los ministros de Salud y Educación, que han
hecho un trabajo decente, la ANP de Arafat no ha sido un éxito deslumbrante.
Su corrupción y brutalidad emana de la forma en apariencia caprichosa
pero en realidad muy calculada en la que Arafat hace que todos sus allegados
dependan de su generosidad: él controla el presupuesto y sólo
él decide qué noticias aparecen en la primera plana de los
cinco diarios que se publican. Más que nada manipula y azuza unos
contra otros a los 12 o 14 (19 o 20, según algunos) servicios independientes
de seguridad, cada uno de los cuales es estructuralmente leal a sus líderes
y a Arafat al mismo tiempo, sin poder hacer por sus compatriotas mucho
más que arrestarlos cuando así lo ordenan Arafat, Israel
y Estados Unidos. Las elecciones de 1996 se llevaron a cabo para un periodo
de tres años, pero Arafat ha vacilado en convocar a otras, que casi
con certeza pondrían a se-vera prueba su autoridad y popularidad.
A raíz de los bombardeos realizados por Hamas en
junio, Arafat y esa organización establecieron una suerte de alianza
muy publicitada: Hamas no atacaría civiles is-raelíes si
el dirigente dejaba en paz a los partidos islámicos. Sharon destruyó
esa alianza con el asesinato de Abu Hanoud: Hamas respondió y ya
nada detuvo a Sharon para estrangular a Arafat con apoyo de Washington.
Tras destruir la red de seguridad del líder, sus cárceles
y oficinas, y ponerlo bajo prisión física, Sharon planteó
exigencias que sabe que son imposibles de satisfacer (aun cuando Arafat,
con unas cuantas cartas bajo la manga, ha logrado medio cumplirlas de manera
asombrosa). Sharon es lo bastante estúpido para creer que al deshacerse
de Arafat podrá llegar a acuerdos independientes con los señores
de la guerra locales, y dividir 40 por ciento de la Franja Occidental y
la mayor parte de Gaza en pequeños cantones no contiguos cuyos límites
estarían bajo el control del ejército israelí. La
mayoría de la gente no entiende cómo este arreglo puede dar
más seguridad a Israel, pero por desgracia quienes tienen el verdadero
poder ven las cosas de otra forma.
Con eso quedan tres jugadores, o grupos de jugadores,
a dos de los cuales Sharon, en su estilo racista, no concede mayor peso.
Primero los propios palestinos, muchos de los cuales son demasiado intransigentes
y están muy politizados para aceptar nada que no sea la retirada
incondicional de Tel Aviv. Las políticas israelíes, como
todas las agresiones de ese tipo, producen el efecto opuesto al que pretenden:
suprimir es provocar resistencia. Si Arafat desapareciera, la ley palestina
señala que el gobierno será ejercido durante 60 días
por el presidente de la Asamblea (un comparsa insignificante e impopular
de Arafat llamado Abul Ala, muy admirado por los israelíes por su
"flexibilidad"). Pasado ese periodo, sobrevendrá una rebatiña
sucesoria entre otros patiños del líder, como Abu Mazen,
y dos o tres de los principales (y eficientes) jefes de seguridad, en particular
Jibril Rajoub, de la Franja Occidental, y Mohammed Dahlan, de Gaza. Ninguno
tiene la estatura de Arafat ni nada que se parezca a su popularidad, quizá
no perdida. El resultado probable es un caos temporal: debemos aceptar
que la presencia de Arafat ha sido foco de organización de la política
palestina, en el cual millones de otros árabes y musulmanes tienen
mucho que perder.
Arafat siempre ha sido tolerado, de he-cho apoyado por
una pluralidad de organizaciones a las que manipula en diversas formas,
equilibrándolas entre sí de forma que ninguna predomine,
excepto su Fatah. Sin embargo, surgen nuevos grupos: seculares, tesoneros,
comprometidos con la causa de una política democrática en
una Palestina independiente. Sobre estos grupos la ANP no tiene control.
Sin embargo, debe decirse también que nadie en Palestina está
dispuesto a acceder a la demanda de Israel y Estados Unidos de poner fin
al "terrorismo" ?aunque en la mente del público sea difícil
trazar la frontera entre el aventurerismo suicida y la resistencia real
a la ocupación? en tanto Israel persista en sus bombardeos y su
opresión de todos los palestinos, jóvenes y viejos.
El segundo grupo son los líderes del resto del
mundo árabe que tienen intereses creados en Arafat, pese a su evidente
exasperación hacia él. El es más listo y persistente
que ellos, y conoce la atracción que ejerce sobre la mente popular
en sus países, en los cuales ha cultivado dos grupos separados de
seguidores árabes: los islamitas y los nacionalistas seculares.
Los dos se sienten agredidos, aunque los últimos apenas si han sido
notados por los expertos occidentales y los orientalistas que han tomado
a Bin Laden por el paradigma musulmán, en vez de a los números
mu-cho mayores de árabes seculares, musulmanes y no musulmanes,
que detestan lo que Bin Laden representa y lo que ha hecho. En Palestina,
por ejemplo, encuestas recientes han descubierto que Arafat y Hamas tienen
casi el mismo nivel de popularidad (entre 20 y 25 por ciento cada uno),
en tanto que la mayoría de favorece ni a uno ni a otro. (Sin embargo,
la popularidad de Arafat ha crecido desde que está acorralado.)
La misma división, con la misma significativa mayoría que
rechaza ambas opciones, existe en los países árabes, en los
que la mayoría de la gente se muestra desencantada tanto por la
corrupción y brutalidad de los gobiernos como por el reduccionismo
y extremismo de los grupos religiosos, la mayoría de los cuales
están más interesados en normar la conducta personal que
en asuntos como la globalización, la generación de electricidad
o la creación de empleos.
Arabes y musulmanes bien podrían re-belarse contra
sus gobernantes si perciben que Arafat está muriendo asfixiado entre
la violencia israelí y la indiferencia árabe. Por eso es
necesario en el panorama presente; su partida sólo parecería
natural cuando de una generación más joven de palestinos
surgiera un nuevo liderazgo co-lectivo. Es imposible decir cuándo
y cómo se producirá ese acontecimiento, pero es-toy seguro
de que llegará.
El tercer grupo de jugadores incluye a los europeos, los
estadunidenses y los demás, y francamente no creo que sepan lo que
hacen. La mayoría preferirían deshacerse del problema palestino
y, en el espíritu de Bush y Powell, no les agradaría que
de algún modo la visión de un Estado palestino tomara forma
si alguien que no fuera Arafat la llevara a cabo. Además, les resultaría
difícil funcionar en el Medio Oriente si no tuvieran un Arafat a
quien culpar, humillar, insultar, aguijonear, presionar o comprar. La misión
de Washington y de Zinni parece no tener sentido y no surtirá ningún
efecto en Sharon y los suyos. Los políticos israelíes han
concluido, con razón, que en general los gobiernos occidentales
están de su lado y que podrán seguir haciendo lo que mejor
saben hacer, por más que Arafat y su gente sigan implorándoles
para negociar.
El grupo de palestinos que surge poco a poco tanto en
Palestina como en la diáspora comienza a aprender y a utilizar tácticas
que impongan a Occidente y a Israel la obligación moral de atender
la cuestión de los derechos palestinos, no sólo de la presencia
palestina. En Israel, por ejemplo, un audaz miembro del Knesset, el palestino
Azmi Bishara, ha sido despojado de su fuero parlamentario y será
en breve llevado a juicio por incitación a la violencia. ¿Por
qué? Porque durante mucho tiempo ha defendido el derecho palestino
a resistir la ocupación, sobre la base de que, al igual que cualquier
otro Estado, Israel debe ser el Estado de todos sus ciudadanos, no sólo
de los judíos. Por primera vez un desafío importante en favor
de los derechos palestinos es montado dentro de Israel (no en la
Franja Occidental) y todas las miradas están puestas en el caso.
Al mismo tiempo, la procuraduría general de Bélgica ha confirmado
que los tribunales de ese país pueden llevar adelante una causa
penal por crímenes de guerra contra Sharon. Una cuidadosa movilización
de opinión secular palestina está en marcha y poco a poco
se apoderará de la ANP. Pronto se disipará la ventaja moral
de la que ahora goza Israel, a medida que la ocupación se vuelva
el centro de atención y cada vez más israelíes caigan
en cuenta de que 35 años de ocupación no pueden prolongarse
indefinidamente. Además, al extenderse la guerra estadunidense contra
el terrorismo es casi seguro que habrá más disturbios; lejos
de aquietar las aguas, el poder estadunidense probablemente las agitará
en formas que quizá ya no puedan contenerse. No es poca ironía
que la renovada atención sobre Pa-lestina provino porque Estados
Unidos y los europeos necesitan mantener viva su coalición antitalibán.
Traducción: Jorge Anaya
Copyright: Edward W. Said
|