Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 16 de diciembre de 2001
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Mundo
034a1mun Edward W. Said

Callejón sin salida: ¿está Israel más seguro ahora?

El mundo "se cierra en torno de nosotros, nos empuja al pasaje final, y nosotros nos arrancamos las entrañas para pasar", escribió Mahmoud Daewish después de la salida de la OLP de Beirut, en septiembre de 1982. "¿Adónde iremos después de las últimas fronteras, adónde volarán las aves después del último cielo?" Diecinueve años después lo que ocurría a los palestinos en Líbano les vuelve a suceder en Palestina. Desde el comienzo de la intifada de Al Aqsa, en septiembre pasado, el ejército israelí tiene secuestrados a los palestinos en no menos de 220 pequeños guetos discontinuos, sujetos a intermitentes toques de queda que a menudo duran semanas. Na-die, joven o viejo, enfermo o sano, moribundo o embarazada, médico o estudiante, puede moverse sin pasar horas en retenes manejados por rudos soldados israelíes que humillan a discreción. En el momento en que escribo este texto, 200 palestinos están imposibilitados de recibir diálisis de riñón porque los militares israelíes, que aducen "razones de seguridad", no les permiten viajar a los centros médicos. ¿Acaso alguno de los incontables representantes de los medios extranjeros que cubren el conflicto ha preparado una nota sobre estos reclutas brutalizados, entrenados para castigar a ci-viles como parte principal de su deber militar? Me parece que no.

mideast_palestinians_34A Yasser Arafat no se le permitió salir de su oficina en Ramallah para asistir a la reunión de emergencia de ministros de Relaciones Exteriores de la Conferencia Islámica realizada el 10 de diciembre en Qatar; un asistente leyó su discurso. La semana anterior aviones y bulldozers israelíes ha-bían destruido el aeropuerto de Gaza, situado a 25 kilómetros de la oficina de Arafat, así como los dos viejos helicópteros del lí-der, sin que ninguna persona o fuerza pu-diera ya no digamos evitar, sino siquiera llevar cuenta de las incursiones cotidianas de las que ese particular ejemplo de arrojo militar formó parte. El aeropuerto de Gaza era el único puerto directo de entrada a te-rritorio palestino, el único aeropuerto civil destruido a mansalva en el mundo desde la Segunda Guerra Mundial. A partir de mayo pasado los F-16 israelíes (proporcionados generosamente por Estados Unidos) han bombardeado con despiadada regularidad poblados palestinos a la usanza de los franquistas en Guernica, destruyendo propiedades y matando civiles y oficiales de seguridad (no hay en Palestina un ejército, armada o fuerza aérea que defienda al pueblo). Helicópteros Apache de ataque (otra aportación de Estados Unidos) han empleado sus misiles para asesinar a 77 dirigentes pa-lestinos por supuestos actos de terrorismo, presentes, pasados o futuros. Un grupo de operadores israelíes de inteligencia a los que nadie conoce tiene autoridad para de-cidir estos asesinatos, presuntamente con autorización del gabinete israelí en cada caso y, en forma más general, de Estados Unidos. Los helicópteros también han sido eficaces para bombardear instalaciones de la ANP, tanto policiacas como civiles. La noche del 5 de diciembre el ejército de Tel Aviv entró en el edificio de cinco pisos que alberga la Oficina Central de Estadísticas, en Ramallah, y se incautó de todas las computadoras, así como de la mayoría de archivos e informes, con lo cual borró prácticamente todo registro de la vida colectiva pa-lestina. En 1982 ese mismo ejército, encabezado por el mismo comandante, irrumpió en Beirut occidental y cargó con documentos y archivos del Centro Palestino de Investigación antes de derribar el edificio. Unos días después se produjeron las ma-tanzas de Sabra y Chatila.

Por supuesto, los bombarderos suicidas de Hamas y Jihad Islámica estaban en actividad, como Sharon sabía perfectamente que ocurriría cuando, después de una pausa de 10 días en los combates del pasado noviembre, ordenó de pronto el asesinato del líder de Hamas, Mahmoud Abu Ha-noud, acto dirigido a provocar la represalia de la organización y permitir así al ejército israelí reanudar la matanza de palestinos.

Después de ocho años de estériles pláticas de paz, 50 por ciento de palestinos es-tán desempleados y 70 por ciento viven en la pobreza con menos de dos dólares al día. Cada día trae consigo apropiaciones de tierras y demoliciones de casas a las que no hay resistencia posible. De hecho, los israelíes ponen especial cuidado en destruir árboles y huertos en tierra palestina. Aunque en los últimos meses han sido asesinados cinco o seis palestinos por cada israelí, el viejo azuzador de la guerra tiene el cinismo de repetir que Israel ha sido víctima del mismo terrorismo que estila Bin Laden.

El aspecto crucial de todo esto es que Israel ha mantenido una ocupación militar ilegal desde 1967, la más larga de la historia y la única que tiene lugar en el mundo actual: esa es la violencia original y continua contra la cual se han dirigido todos los actos violentos de los palestinos. El 10 de diciembre, por ejemplo, el mismo día en que dos niños de tres y 13 años fueron muertos por bombas israelíes en Hebrón, la delegación estadunidense exigía que los palestinos pusieran freno a sus actos de violencia y terrorismo. Otros cinco palestinos, civiles todos, fueron asesinados el 11 de diciembre, víctimas de bombardeos de campos de refugiados en Gaza por helicópteros. Para empeorar las cosas, a consecuencia de los ataques del 11 de septiembre se emplea la palabra "terrorismo" para desvirtuar actos legítimos de resistencia contra la ocupación militar, y está prohibido establecer cualquier relación causal o incluso narrativa entre la aterradora matanza de ci-viles (a la que siempre me he opuesto) y los treinta y tantos años de castigo colectivo.

Todo erudito o funcionario que pontifica sobre la violencia palestina debería preguntarse de qué manera pasar por alto el hecho de la ocupación puede ayudar a detener el terrorismo. El gran error de Arafat, consecuencia de la frustración y de consejos desacertados, fue tratar de llegar a términos con la ocupación al autorizar las pláticas de "paz" entre los descendientes de dos prominentes familias palestinas y el Mossad en 1992, en la estadunidense Academia de Artes y Ciencias, en Cambridge. En tales pláticas sólo se abordó la seguridad israelí; nada se dijo de la seguridad pa-lestina, y la lucha de ese pueblo por tener un Estado independiente quedó al margen. De hecho la seguridad israelí, con exclusión de cualquier otro asunto, se ha convertido en la prioridad internacional reconocida que permite al general Zinni y a Javier Solana sermonear a la OLP sin decir una palabra sobre la ocupación. Y sin embargo Israel apenas si ha ganado algo más que los palestinos en estas pláticas. El error israelí ha sido creer que al engañar a Arafat y su camarilla con interminables discusiones y concesiones minúsculas obtendría aquiescencia general en Palestina. Cada política oficial israelí seguida hasta ahora ha empeorado las cosas para Tel Aviv en vez de mejorarlas. Preguntémonos: ¿es hoy Israel más aceptado y seguro que hace 10 años?

Por supuesto los terribles y, en mi opinión, estúpidos ataques suicidas contra civiles en Haifa y Jerusalén el fin de semana del primero de diciembre deben ser condenados, pero para que la condena tenga sentido es necesario considerarlos en el contexto del asesinato de Abu Hanoud a comienzos de semana, junto con la matanza de cinco niños por una trampa explosiva en Gaza... para no hablar de las casas destruidas, los palestinos muertos en toda Gaza y en la Margen Occidental, las constantes incursiones de tanques, el interminable despojo de las aspiraciones palestinas, minuto a minuto, durante los 35 años pasados. Al final la desesperación produce po-bres resultados, ninguno peor que la luz verde que George W. Bush y Colin Powell parecen haberle dado a Ariel Sharon cuando estuvo en Washington el 2 de diciembre (tan reminiscente de la que Alexander Haig le dio en mayo de 1982). Junto con su apo-yo vinieron las usuales declaraciones to-nantes que convierten al pueblo ocupado y a su desventurado e inepto líder en agresores de alcance mundial que deben "llevar a la justicia" a sus propios criminales, ¡en momentos en que los soldados israelíes destruían sistemáticamente la estructura policial palestina que supuestamente debería capturarlos!

Arafat se encuentra rodeado por todas partes, resultado irónico de su deseo insaciable de representar todo lo que es palestino ante todo el mundo, amigos y enemigos por igual. Es al mismo tiempo un héroe de tragedia y un fanfarrón. Ningún palestino actual desconocerá su liderazgo por la sencilla razón de que, pese a todas sus debilidades y errores, se le humilla y se le castiga por ser un líder palestino, y en esa calidad su mera existencia ofende a puristas (si tal es la palabra correcta) como Sharon y a los estadunidenses que lo respaldan.

Salvo los ministros de Salud y Educación, que han hecho un trabajo decente, la ANP de Arafat no ha sido un éxito deslumbrante. Su corrupción y brutalidad emana de la forma en apariencia caprichosa pero en realidad muy calculada en la que Arafat hace que todos sus allegados dependan de su generosidad: él controla el presupuesto y sólo él decide qué noticias aparecen en la primera plana de los cinco diarios que se publican. Más que nada manipula y azuza unos contra otros a los 12 o 14 (19 o 20, según algunos) servicios independientes de seguridad, cada uno de los cuales es estructuralmente leal a sus líderes y a Arafat al mismo tiempo, sin poder hacer por sus compatriotas mucho más que arrestarlos cuando así lo ordenan Arafat, Israel y Estados Unidos. Las elecciones de 1996 se llevaron a cabo para un periodo de tres años, pero Arafat ha vacilado en convocar a otras, que casi con certeza pondrían a se-vera prueba su autoridad y popularidad.

A raíz de los bombardeos realizados por Hamas en junio, Arafat y esa organización establecieron una suerte de alianza muy publicitada: Hamas no atacaría civiles is-raelíes si el dirigente dejaba en paz a los partidos islámicos. Sharon destruyó esa alianza con el asesinato de Abu Hanoud: Hamas respondió y ya nada detuvo a Sharon para estrangular a Arafat con apoyo de Washington. Tras destruir la red de seguridad del líder, sus cárceles y oficinas, y ponerlo bajo prisión física, Sharon planteó exigencias que sabe que son imposibles de satisfacer (aun cuando Arafat, con unas cuantas cartas bajo la manga, ha logrado medio cumplirlas de manera asombrosa). Sharon es lo bastante estúpido para creer que al deshacerse de Arafat podrá llegar a acuerdos independientes con los señores de la guerra locales, y dividir 40 por ciento de la Franja Occidental y la mayor parte de Gaza en pequeños cantones no contiguos cuyos límites estarían bajo el control del ejército israelí. La mayoría de la gente no entiende cómo este arreglo puede dar más seguridad a Israel, pero por desgracia quienes tienen el verdadero poder ven las cosas de otra forma.

Con eso quedan tres jugadores, o grupos de jugadores, a dos de los cuales Sharon, en su estilo racista, no concede mayor peso. Primero los propios palestinos, muchos de los cuales son demasiado intransigentes y están muy politizados para aceptar nada que no sea la retirada incondicional de Tel Aviv. Las políticas israelíes, como todas las agresiones de ese tipo, producen el efecto opuesto al que pretenden: suprimir es provocar resistencia. Si Arafat desapareciera, la ley palestina señala que el gobierno será ejercido durante 60 días por el presidente de la Asamblea (un comparsa insignificante e impopular de Arafat llamado Abul Ala, muy admirado por los israelíes por su "flexibilidad"). Pasado ese periodo, sobrevendrá una rebatiña sucesoria entre otros patiños del líder, como Abu Mazen, y dos o tres de los principales (y eficientes) jefes de seguridad, en particular Jibril Rajoub, de la Franja Occidental, y Mohammed Dahlan, de Gaza. Ninguno tiene la estatura de Arafat ni nada que se parezca a su popularidad, quizá no perdida. El resultado probable es un caos temporal: debemos aceptar que la presencia de Arafat ha sido foco de organización de la política palestina, en el cual millones de otros árabes y musulmanes tienen mucho que perder.

Arafat siempre ha sido tolerado, de he-cho apoyado por una pluralidad de organizaciones a las que manipula en diversas formas, equilibrándolas entre sí de forma que ninguna predomine, excepto su Fatah. Sin embargo, surgen nuevos grupos: seculares, tesoneros, comprometidos con la causa de una política democrática en una Palestina independiente. Sobre estos grupos la ANP no tiene control. Sin embargo, debe decirse también que nadie en Palestina está dispuesto a acceder a la demanda de Israel y Estados Unidos de poner fin al "terrorismo" ?aunque en la mente del público sea difícil trazar la frontera entre el aventurerismo suicida y la resistencia real a la ocupación? en tanto Israel persista en sus bombardeos y su opresión de todos los palestinos, jóvenes y viejos.

El segundo grupo son los líderes del resto del mundo árabe que tienen intereses creados en Arafat, pese a su evidente exasperación hacia él. El es más listo y persistente que ellos, y conoce la atracción que ejerce sobre la mente popular en sus países, en los cuales ha cultivado dos grupos separados de seguidores árabes: los islamitas y los nacionalistas seculares. Los dos se sienten agredidos, aunque los últimos apenas si han sido notados por los expertos occidentales y los orientalistas que han tomado a Bin Laden por el paradigma musulmán, en vez de a los números mu-cho mayores de árabes seculares, musulmanes y no musulmanes, que detestan lo que Bin Laden representa y lo que ha hecho. En Palestina, por ejemplo, encuestas recientes han descubierto que Arafat y Hamas tienen casi el mismo nivel de popularidad (entre 20 y 25 por ciento cada uno), en tanto que la mayoría de favorece ni a uno ni a otro. (Sin embargo, la popularidad de Arafat ha crecido desde que está acorralado.) La misma división, con la misma significativa mayoría que rechaza ambas opciones, existe en los países árabes, en los que la mayoría de la gente se muestra desencantada tanto por la corrupción y brutalidad de los gobiernos como por el reduccionismo y extremismo de los grupos religiosos, la mayoría de los cuales están más interesados en normar la conducta personal que en asuntos como la globalización, la generación de electricidad o la creación de empleos.

Arabes y musulmanes bien podrían re-belarse contra sus gobernantes si perciben que Arafat está muriendo asfixiado entre la violencia israelí y la indiferencia árabe. Por eso es necesario en el panorama presente; su partida sólo parecería natural cuando de una generación más joven de palestinos surgiera un nuevo liderazgo co-lectivo. Es imposible decir cuándo y cómo se producirá ese acontecimiento, pero es-toy seguro de que llegará.

El tercer grupo de jugadores incluye a los europeos, los estadunidenses y los demás, y francamente no creo que sepan lo que hacen. La mayoría preferirían deshacerse del problema palestino y, en el espíritu de Bush y Powell, no les agradaría que de algún modo la visión de un Estado palestino tomara forma si alguien que no fuera Arafat la llevara a cabo. Además, les resultaría difícil funcionar en el Medio Oriente si no tuvieran un Arafat a quien culpar, humillar, insultar, aguijonear, presionar o comprar. La misión de Washington y de Zinni parece no tener sentido y no surtirá ningún efecto en Sharon y los suyos. Los políticos israelíes han concluido, con razón, que en general los gobiernos occidentales están de su lado y que podrán seguir haciendo lo que mejor saben hacer, por más que Arafat y su gente sigan implorándoles para negociar.

El grupo de palestinos que surge poco a poco tanto en Palestina como en la diáspora comienza a aprender y a utilizar tácticas que impongan a Occidente y a Israel la obligación moral de atender la cuestión de los derechos palestinos, no sólo de la presencia palestina. En Israel, por ejemplo, un audaz miembro del Knesset, el palestino Azmi Bishara, ha sido despojado de su fuero parlamentario y será en breve llevado a juicio por incitación a la violencia. ¿Por qué? Porque durante mucho tiempo ha defendido el derecho palestino a resistir la ocupación, sobre la base de que, al igual que cualquier otro Estado, Israel debe ser el Estado de todos sus ciudadanos, no sólo de los judíos. Por primera vez un desafío importante en favor de los derechos palestinos es montado dentro de Israel (no en la Franja Occidental) y todas las miradas están puestas en el caso. Al mismo tiempo, la procuraduría general de Bélgica ha confirmado que los tribunales de ese país pueden llevar adelante una causa penal por crímenes de guerra contra Sharon. Una cuidadosa movilización de opinión secular palestina está en marcha y poco a poco se apoderará de la ANP. Pronto se disipará la ventaja moral de la que ahora goza Israel, a medida que la ocupación se vuelva el centro de atención y cada vez más israelíes caigan en cuenta de que 35 años de ocupación no pueden prolongarse indefinidamente. Además, al extenderse la guerra estadunidense contra el terrorismo es casi seguro que habrá más disturbios; lejos de aquietar las aguas, el poder estadunidense probablemente las agitará en formas que quizá ya no puedan contenerse. No es poca ironía que la renovada atención sobre Pa-lestina provino porque Estados Unidos y los europeos necesitan mantener viva su coalición antitalibán.
 
 

Traducción: Jorge Anaya

Copyright: Edward W. Said

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