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Guillermo Almeyra
Argentina: el remedio de Cavallo
Domingo Cavallo, superministro de Economía de Argentina,
tiene dos preocupaciones fundamentales: asegurar el pago de la deuda externa
al costo social que fuere y asegurar a los inversionistas y especuladores
que cobrarán en pesos que valen como dólares. La política
monetaria de Cavallo, basada sobre una ortodoxia monetarista de talibán,
que ningún otro practica en este mundo cruel, no es sin embargo
el eje de su política, por importante que sea, pues ésta
es asegurar a toda costa el control del país por la llamada Patria
Financiera (o sea, la alianza entre el sector financiero e importador nacional
y el capital financiero internacional).
Todo lo que hace tiene ese objetivo. Argentina, otrora
el más próspero de los países latinoamericanos, vive
así una profunda recesión y se desmorona. Cavallo bancariza,
obligando a todos a tener una cuenta de ahorros bancaria para cobrar y
pagar con cheques o con tarjeta, de modo de sacar a luz y blanquear todos
los pagos en negro, y borra así de un plumazo al personal doméstico,
a los desocupados, a quienes viven de la caridad ajena y a miles de trabajadores
extranjeros o nativos cuya fuente de trabajo dependía del no cumplimiento
de las leyes por los patrones.
Para colmo, entrega a los bancos un poder aún mayor,
con el resultado de que los mismos no reabastecen los cajeros automáticos,
para seguir jugando con el dinero ajeno. Ante la decisión de congelar
de hecho los depósitos de la gente común (después,
claro está, que los peces gordos retiraron sus pesos, los dolarizaron
o los mandaron al exterior) y de no permitir extraer más de 250
pesos por semana, nadie tiene efectivo o lo poco que posee lo guarda celosamente.
Como resultado no se pagan los servicios (agua, luz, teléfono,
condominio, etc), se reducen las compras en contado al máximo (restoranes,
pizzerías, comercio mayoristas), se eliminan los taxis. Entonces,
por supuesto, la recaudación de los impuestos al consumo y de los
impuestos a los ingresos de los comerciantes cae a pico, aumentando la
recesión y la ola de despidos. El país ha vuelto además
al siglo xix, cuando cada provincia emitía su moneda, y los bonos
con los cuales se pagan los salarios de los empleados provinciales se negocian
a la baja, lo cual equivale a una devaluación del peso y a la creación
de un mercado monetario paralelo (en enteras provincias los bonos desplazan
al peso y éste sólo sirve para los cada vez más raquíticos
pagos al fisco federal).
Si la inflación es un impuesto inicuo y una reducción
de los ingresos, la deflación es un traslado masivo de éstos
hacia el sector financiero e importador y una destrucción de las
fuentes de trabajo y de ingreso remunerado. La sobrevaluación del
peso destruye la capacidad competitiva de los productos argentinos exportables
?agrícolas o industriales? a pesar de su calidad superior y de la
alta productividad de la mano de obra. Además, da un golpe terrible
al Mercosur, en el cual las continuas devaluaciones brasileñas ya
habían desequilibrado profundamente.
Argentina no puede exportar a su socio principal y, con
la congelación de los depósitos, la desocupación y
la crisis, tampoco tiene dinero para importar. El mercado interno y el
parque industrial del país se encogen rápidamente y también
lo hacen las importaciones. La industria no puede renovarse y la gente
no puede responder a sus necesidades. El perro se muerde la cola.
Por supuesto, hay resistencias contra esta política
"de ajuste" hambreadora y antisocial. La Iglesia católica protesta
desaforadamente, hay inquietud en las fuerzas armadas, con salarios congelados,
hay huelgas y manifestaciones masivas y cotidianas, prolifera el trueque,
que practican más de medio millón de personas, las ollas
populares, los trabajos solidarios, los seminarios para encontrar una alternativa.
Pero ésta no está aún en el programa de quienes resisten
ni en la cabeza de la población, abrumada por lo que parece un terremoto
y, por consiguiente, desesperada y aplastada.
Esta es la fuerza de quien está aplicando al país
un remedio de Cavallo, con la complicidad del ala más conservadora
del peronismo y del radicalismo y la dirección del Fondo Monetario
Internacional (que sin embargo está preparado para tirar a Cavallo
por la borda, en el momento en que resulte necesario). Ese momento se acerca,
sea por la protesta social cada vez más explosiva, sea porque la
moneda de hecho está devaluada y se aproxima su devaluación
legal, sea porque el sistema financiero, a pesar de las medidas para reforzarlo,
cuelga del vacío, sea porque incluso los grandes de la Unión
Industrial Argentina y los grandes exportadores protestan junto con los
curas y los obreros y desocupados, además de los comerciantes.
Cavallo y sus talibanes están así cada vez
más aislados y sólo les apoyan los que se olvidan que la
economía debe responder a las necesidades de las personas y es política
concentrada, no una ley natural.
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