Enrique Calderón A.

Segundo piso

El anuncio de la construcción próxima de un segundo piso para el Viaducto y el Anillo Periférico ha sido motivo de entusiasmo y expectativa para miles de capitalinos cuya experiencia cotidiana les indica que semana a semana nuevos automóviles se suman a los existentes, en una carrera asfixiante que hace más difícil cada día la circulación de autos y camiones por las insuficientes calles y avenidas de la ciudad.

Si bien los propósitos son entendibles y responden a una nueva demanda de amplios sectores de la población de la ciudad de México, el proyecto genera algunas dudas que debieran ser analizadas antes de que el gobierno de la ciudad se lance a un proyecto tan costoso y cuyos resultados pudieran no satisfacer las expectativas de la población.

Utilizando un viaducto en forma óptima, seis automóviles ocupan 100 metros de un carril, por lo que una vía de tres carriles en cada dirección y con una longitud de 20 kilómetros, tiene un espacio suficiente para 7 mil 200 autos en movimiento, facilitando posiblemente el paso de unos 45 mil a 50 mil autos entre las 6 a.m. y las 10 a.m., que representa el periodo en el cual el 90 por ciento de la gente sale de sus casas para dirigirse a su centro de trabajo, o para llevar a sus hijos a la escuela.

Sin embargo, 50 mil autos representan tan sólo 2.5 por ciento del total de autos en la ciudad de México, lo cual indica que el efecto de una vía rápida nueva de esas dimensiones difícilmente puede contribuir en forma significativa a la solución del problema de vialidad. Si pensamos, además, que el crecimiento del parque vehicular es de más de 6 por ciento anual, es posible afirmar que en dos años, después de su inauguración, el nivel de congestionamiento vehicular será igual o mayor del que ahora padecemos, y las obras civiles de estos segundos pisos que hoy nos entusiasman pasarán a ser parte del posible catálogo de opciones en las que los automovilistas nos entramparemos cada día como parte de nuestra rutina cotidiana.

Sin lugar a dudas, el problema de vialidad y transporte es uno de los más graves que venimos padeciendo los habitantes de la ciudad por varias décadas, y es bueno saber que el gobierno de la ciudad esté planeando un proyecto de estas dimensiones, no obstante las difíciles situaciones por las que atraviesa el país.

No me cabe la menor duda de que el proyecto tendría efectos benéficos sobre la economía de la ciudad, y en la generación de empleos, al menos temporalmente; sin embargo, considero que una solución de largo plazo para los problemas de tráfico y transporte debería ir más en la dirección de desmotivar, que de incentivar el uso del automóvil, efecto necesariamente asociado con la construcción de vías rápidas.

Las experiencias de las ciudades estadunidenses que han optado por estrategias de construcción masiva de vías rápidas, y con ello de promoción del automóvil, nos muestran que los problemas de tráfico, lejos de resolverse, se hacen más críticos, especialmente en las zonas circunvecinas a esas vías rápidas. Dos ejemplos conocidos son los de las ciudades de Los Angeles y Houston.

Una de las componentes más serias del problema de transporte en nuestra ciudad está, sin lugar a dudas, en la pésima calidad del servicio que ofrecen actualmente los microbuses, y la falta de oferta de servicios de transporte público de alta calidad como sustitutos del automóvil. Una pregunta que quizás debiéramos hacernos es si los recursos que habrán de ser empleados en el proyecto del Viaducto-Periférico no podrían tener una aplicación con beneficios mayores, no sólo en materia de tráfico y transporte, sino también en la economía y el empleo, de ser utilizados para el transporte público.

En fin, me atrevo a sugerir que una discusión pública del tema, con la participación de especialistas, constituiría una experiencia democrática y colectiva por demás interesante, de la cual podrían surgir otras alternativas de solución a este problema.