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FOX Y EL PAN: GOBIERNO Y PARTIDO
En
el curso de la 13 asamblea nacional extraordinaria del Partido Acción
Nacional, que se lleva a cabo en Querétaro, el presidente Vicente
Fox y su partido se empeñan en encontrar una solución al
dilema que Ernesto Zedillo, en el sexenio pasado, no logró resolver:
dónde ubicar la frontera entre el poder público y el partido
en el gobierno. De la "sana distancia" idílica concebida por su
antecesor con respecto al PRI a la "sana relación" de Fox con respecto
al PAN, la cuadratura del círculo permanece irresuelta.
Las actuales dificultades del equipo de gobierno para
delinear y regular con claridad coincidencias y diferencias entre el panismo
y el poder público arrancan, sin duda, de la falta de precedentes
en esta materia en la historia nacional. El Revolucionario Institucional,
que prácticamente monopolizó la vida política durante
siete décadas, fue fundado desde el gobierno y funcionó,
hasta los tiempos de Carlos Salinas, como una oficina más de la
Presidencia: fábrica de resultados electorales, correa de transmisión
y gestión, mecanismo de control político de obreros, campesinos,
burócratas y gobernadores o agencia de colocaciones, el PRI fue
desalojado del poder en cuanto a un mandatario surgido de sus filas se
le ocurrió que podía existir cierta distancia --la que fuera--
entre el gobierno y el partido.
Pero más allá de los antecedentes históricos,
es claro que Vicente Fox y su equipo, así como Acción Nacional,
ganaron las elecciones del año pasado sin tener una idea clara sobre
el tipo de relación que debe existir, en un entorno de institucionalidad
democrática, entre el Poder Ejecutivo y la organización política
que lo detenta, así sea en forma nominal. Para complicar más
las cosas, los panistas --incluido Fox-- carecían de los cuadros
suficientes para ejercer el poder con una mínima coherencia y eficacia;
los resultados de tal carencia están a la vista, a tal punto que,
en su encuentro de Querétaro, no pocos panistas responsabilizan
a funcionarios medios, "leales al régimen anterior", por las tribulaciones
del actual. Tal incapacidad para reconocer los yerros propios es llevada
a grados absurdos cuando el mandatario y sus correligionarios insinúan,
e incluso arguyen, que los problemas no existen sino que son un invento
de los medios informativos.
Para la sociedad en su conjunto sería deseable
que, tanto el titular del Ejecutivo como su partido, idearan y establecieran
términos claros, éticos y practicables de convivencia. Pero
ni el Presidente ni los panistas cuentan, para esa tarea, con los cinco
años que quedan del sexenio, y ni siquiera con los tres semestres
que faltan para los comicios federales de 2003; si Fox y el PAN pretenden
encontrar un cauce definido de gobierno y encabezar la transición
con un rumbo claro, tendrán que empezar por tener claro dónde
termina el poder y dónde empieza el partido, dónde acaba
la autonomía de su organización política y dónde
empiezan las rivalidades de poder y personalidad entre el propio Fox y
líderes como Diego Fernández de Cevallos.
Por el bien de todos, cabe esperar que lo consigan.
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