04aa1cul LUNES Ť 10 Ť DICIEMBRE Ť 2001
Hermann Bellinghausen
A cómo el sueño
Bramante en un coyotito cayó en brazos del sueño y parece que estaba viendo montañas, una nube de moscas, las cañas de pescar de un tío que nunca tuvo. Un ruido de motor sobresalta la esquina, la banca, la caseta, los inminentes pasajeros. Abre los ojos.
Todo un costado del autobús que no tomará exhibe lo que debe ser un anuncio. De película, de serial televisivo. Dos mujeres en edad maciza llevan una copa de Margarita en sus manos izquierdas. Una de ellas, que viste saco y corbata, rubia, enciende un largo cigarro y sus uñas, también largas, son carmesí. La otra mujer, no rubia, de pelo suelto, blusa estampada y un chaleco de mezclilla acribillado de pins, estoperoles y plumas color de rosa mira inquisitiva, quizá soñadoramente, hacia el otro extremo, más allá del anuncio, del autobús, de la calle.
"Cigarros en cadena. Atasque de píldoras. Locura borracha. Apúntame en la lista, querida", se lee que dice la rubia en grandes letras blancas sobre fondo moradamente oscuro. Y al calce, cerca del chasis tembeleque de la unidad de autotransporte, en letra negra, más pequeña: "Sin is in, sweetie. (El pecado está de moda, cariñito)".
Con lo que me gusta el pecado, piensa Bramante en un arrebato de ironía. El autobús se aleja para dejarlo, primero sordo, y luego solo. Él se agita en el incómodo asiento y vuelve a cerrar los ojos.
Una campana como de Santa Clara del Cobre lo despierta en un sueño donde no conoce a nadie y busca afanosamente a alguien que sabe quién es pero nadie más sabe así que nadie puede ayudarle.
Abre los ojos otra vez. La costumbre de abrirlos es tan fuerte como la de cerrarlos. La avenida se encuentra desierta. Al otro lado: el parque descuidado, su collar de vagabundos en el césped sobre sus costales, y la nerviosa agitación de los vendedores de droga menuda. Nada nuevo. Pero allá pega el sol, en la parada hace sombra.
'Afloja otra vez la mirada y al instante se duerme. Bramante sueña que está desnudo en un centro comercial y que no le importa. Sale a la calle y con una mano se cubre por delante y con la otra lo de atrás, a la altura del entrepierna, aunque no lo hace por pudor sino por un motivo que no sueña.
En un viraje onírico de esos que hay, ahora no es él sino otro, que no conoce, y camina por una ciudad antigua y empotrada en piedra oscura que no existe en ninguna parte pero le resulta tan familiar que sabe en qué esquina dar vuelta y dirigirse al café donde lo esperan.
Ruge un autobús. Chirriar de frenos. Bramante entreabre los párpados. Nadie más en la esquina. Se incorpora, entumidamente, incierto. Se acomoda el pesado abrigo donde vive, escarba el bolsillo en busca de monedas y sube al camión que en su costado dice "Wonderland" con letras que echan chispas.
Total soñar no cuesta nada, le viene la frase al pagar el pasaje. Toma asiento del lado donde pega el sol, voltea hacia la calle que transcurre transeúntes en sentido contrario. En el movimiento difumina su mirada sin necesidad de párpados y se duerme con los ojos abiertos.
Sumergido en un plasma entre malva y naranja, presencia la superposición de formas, gráficas, una especie de collage tridimensional. Como en las películas. Viendo a Bramante y los de su calaña, y considerando lo que la gente luego sueña, uno bien puede preguntarse si no será que el cine cambió la manera de soñar del mundo. Naa, diría Bramante de estar despierto. Por más que avance la técnica, los efectos especiales de los sueños siguen siendo insuperables.
Cae en un coyotito sin anécdota, pirotecnia insensata para entender la rumia humana de la ciudad, las avenidas, las terminales, el cinturón de tiendas y restoranes que separa los barrios del puerto. Baja al muelle y se dirige al bar de siempre. ƑPero cómo, si no ha despertado? ƑSonambulismo? ƑBizquera sensorial? ƑLa imagen y su doble? Un Bramante va y otro sueña, y viceversa.
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