LA MAFIA DE LA CIUDAD
El
enfrentamiento ocurrido ayer en el Centro Histórico de esta capital,
entre vendedores ambulantes y policías de dos corporaciones --auxiliares
y granaderos--, que dejó más de tres decenas de heridos,
es una nueva muestra de la improcedencia de enfrentar u ordenar, mediante
procedimientos meramente policiales y administrativos, el ambulantaje en
la urbe.
Mucho se ha insistido en la gravedad del problema del
comercio ambulante y en sus nefastas consecuencias en materia de economía,
seguridad, salubridad, tránsito y calidad de vida; también
se ha señalado, en numerosas ocasiones, las vinculaciones causales
de este fenómeno con una política económica más
interesada en mantener estables los indicadores macroeconómicos
que en generar empleos, así como con el contrabando, la industria
de réplicas ilegales de casi cualquier producto imaginable y la
persistencia de redes de corrupción corporativa en la ciudad y en
el país.
Sin embargo, se sigue pretendiendo resolver la presencia
de vendedores informales en la vía pública mediante acciones
parciales e insuficientes y, sobre todo, con una palpable falta de coordinación
entre las autoridades urbanas y federales.
Para ilustrar lo anterior, cabe referir el fracaso experimentado
ayer mismo, en Tepito, por elementos de la Procuraduría General
de la República (PGR) que pretendían incautar copias piratas
de discos compactos.
A estas alturas debiera resultar claro para el poder público
que enfrentar mediante la fuerza pública el comercio ambulante y
la venta de este tipo de mercancía sólo puede desembocar
en el fiasco y, como ocurrió ayer en las calles de Moneda y Correo
Mayor, en una violencia desbocada, tanto de comerciantes como de policías.
Independientemente de la necesidad de investigar y sancionar
las agresiones a los agentes del orden y los excesos que éstos pudieron
haber cometido durante el operativo, lo deseable sería desarrollar
una estrategia coordinada para atacar los verdaderos núcleos de
estos problemas: los grupos delictivos organizados que se dedican a la
distribución y comercialización de productos de contrabando
y mercancía robada, por una parte, y por la otra, las mafias clientelares
que controlan a decenas de miles de vendedores en la vía pública,
medran con su necesidad y su desprotección económica y social,
y mantienen una intrincada maraña de complicidades en las estructuras
gubernamentales urbanas y federales.
Investigar y detectar a los primeros es una tarea aún
pendiente; en cuanto a las segundas, sus líderes y cabecillas están
claramente identificados. La desarticulación de ambas clases de
mafias es un primer paso, indispensable para hacer posible la reglamentación
y ordenamiento del espacio público de la capital.
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