DESEMPANTANAR LA REFORMA FISCAL
La necesidad de reformar a fondo los mecanismos y el sentido
del sistema impositivo nacional constituye un punto de consenso entre las
fuerzas políticas y sociales del país. Ciertamente, ese acuerdo
básico no incluye la dirección que ha de darse a la reforma
fiscal ni las acciones concretas que deben adoptarse. Los desencuentros
a este respecto llegan incluso al interior de las dos principales bancadas
partidarias en el Congreso de la Unión --la de PRI y la de PAN--
e incluso a las oficinas del gobierno federal, cuya desafortunada propuesta
de imponer el IVA a alimentos, medicinas, libros y colegiaturas pierde
rápidamente los apoyos que pudo haber generado en un primer momento.
Salta a la luz que el Ejecutivo federal y su equipo económico
cometieron un error al suponer que la mera popularidad de arranque del
presidente Vicente Fox bastaría para lograr la aprobación
de semejante reforma; en las circunstancias actuales, no es fácil
para el gobierno encontrar, fuera de sus filas, promotores de esos incrementos
impositivos, no sólo por el costo político que ello entraña,
sino, también, porque la argumentación a favor de tales aumentos
no logra convencer a nadie: si es cierta la intención gubernamental
de devolver a los pobres del país el impuesto que paguen al adquirir
alimentos y medicinas, resulta obligado concluir que sería más
sencillo no cobrárselos; el gravamen a los libros es otra medida
impresentable, en lo argumental, ya que la recaudación que las arcas
públicas lograrían por esa vía sería ínfima
comparada con el severo daño que se causaría a la industria
editorial y a los bolsillos de los --escasos-- consumidores regulares de
libros.
En el punto al que ha llegado la polémica, sería
necesario y pertinente que, tanto el gobierno como sus opositores, realizaran
un ejercicio de transparencia y se tomaran el trabajo de calcular, además
de los montos adicionales de la recaudación fiscal, los costos administrativos
que tendría, por un lado, cobrar el IVA en alimentos, medicinas,
libros y colegiaturas y, por el otro, restituir a los pobres parte de lo
obtenido. Si se realizara con honestidad, un cálculo semejante podría
contribuir a despejar las incertidumbres sobre la propuesta del Ejecutivo
e incluso parte de las discusiones, ya que reflejaría con claridad
--y al margen de la polémica sobre si la reforma fiscal propuesta
es realmente redistributiva o, por el contrario, concentradora de riqueza--
la relación costo-beneficio de la iniciativa, en términos
que además resultan familiares para las mentalidades empresariales
que proliferan hoy en día en la administración pública.
Ello, a su vez, permitiría centrar la discusión
y avanzar en la conformación de consensos políticos, fundamentados
en algo más que la mera ideología, para formular los contenidos
de una reforma fiscal que es, sin duda, muy necesaria para el país,
y lograr para ella un amplio respaldo legislativo. Pero la construcción
de un escenario semejante demanda paciencia y tolerancia política,
y no desplantes y apresuramientos tecnocráticos de los que la sociedad
ha tenido de sobra en los últimos dos sexenios.
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