Mujeres en Afganistan

LOS TALIBANES PERPETRAN UN HOLOCAUSTO DE GÉNERO

EU los financió, los negocios de occidente los sostienen



Un cruel apartheid de género niega a las afganas todos los derechos

Urge campaña internacional para combatir el fundamentalismo talibán

Ursula Weiser
"Ocho personas, entre ellas una mujer acusada de adulterio, yacen boca abajo mientras son azotadas con alambres ante la multitud que observa en el graderío". La frase anterior no es una crónica del coliseo romano, tampoco un relato del medioevo; se trata, ni más ni menos, que del reporte anual 1999 de Amnistía Internacional para Afganistán en el que da cuenta de las múltiples violaciones de los derechos humanos de las que es objeto la población civil y de manera especialmente cruel, las mujeres, por parte de los talibanes, el grupo fundamentalista islámico que desde 1996 controla el 80% del país. Aproximadamente 30,000 espectadores presenciaron los más de cien azotes que les fueron propinados a estos ocho civiles en el estadio deportivo de Kabul, la capital afgana, en febrero de 1998.
Desde su virtual arresto domiciliario, las mujeres afganas claman por ayuda a la otra mitad del mundo que, en una actitud indiferente, pareciera ignorarlas o asumir que su terrible situación es un problema de carácter eminentemente cultural. Sin embargo, los testimonios de estas mujeres, consignados en numerosos reportes de organizaciones de derechos humanos, así como en diversos medios escritos, revelan que la situación ha rebasado los límites de la confrontación ideológica entre oriente y occidente.
Hasta el momento, el "estado islámico puro" de los talibanes no ha sido reconocido por ningún otro gobierno, ni siquiera por aquellos de países musulmanes y de hecho son duramente criticados por la forma en que tratan a las mujeres: partidos islámicos pakistaníes cuestionan el maltrato de los talibanes hacia las mujeres y se quejan de que reflejan una mala e incorrecta imagen del Islam. Irán por su parte ha calificado al gobierno talibán como "la verguenza del Islam".
Desde la toma de Kabul el 27 de septiembre de 1996, los talibanes,con el fusil en una mano y el Corán en la otra, impusieron una serie de restricciones a las mujeres: para empezar una mujer no puede salir de su casa si no es acompañada por un pariente varón , lo que las ha retirado de sus trabajos y escuelas, que han sido convertidas en seminarios islámicos. Tan sólo a finales de 1996, 3 mil mujeres perdieron sus trabajos y más de 8 mil estudiantes mujeres quedaron sin clases, ya que la Universidad de Kabul fue cerrada. Pintaron todas las ventanas de las casas habitadas por mujeres con el fin de ocultarlas y les impusieron vestir la burka, un traje oscuro que las cubre de pies a cabeza, con una pequeña rejilla al frente que les permite ver. El acceso a los hospitales también les fue negado; doctoras, enfermeras y demás especialialistas son sujeto de las mismas reestricciones. Cualquier revisión médica debe ser únicamente a través de la burka sin importar la gravedad del padecimiento, lo que ha ocasionado la propagación de enfermedades, el agravamiento y muchas veces la muerte de las pacientes. Los baños públicos de mujeres, que constituían un espacio muy importante de convivencia para las mujeres afganas, fueron clausurados por el Departamento para la Promoción de la Virtud y Prevención del Vicio.
No fueron pocas las mujeres que protestaron ante estas disposiciones, pero fueron aún más las reprimidas. Su situación cambió radicalmente; antes eran mujeres el 60% de los profesores en las universidades; 70% de los maestros de educación básica, 50% de los trabajadores del gobierno civil y 40% de los doctores que atendían en los hospitales. Ahora cumplen con las leyes talibanas y el Sharia (ley islámica) so pena de ser apedreadas, emparedadas, mutiladas o asesinadas, por motivos tan simples como mostrar accidentalmente el tobillo.
Pero ¿quiénes mantienen a las mujeres cautivas e imponen un régimen totalitario a la población civil? ¿ Quién los apoya y los financia?
Una investigación publicada por el semanario estadunidense Newsweek consigna que los talibanes (plural de taleb, que quiere decir "estudiante de la religión") eran jóvenes reclutas de las guerrillas que lucharon durante la ocupación soviética, entre los 70 y los 80, que vivían en campos de refugiados cerca de la frontera con Pakistán y que en aislamiento, eran entrenados en escuelas religiosas ultraconservadoras (madrasahs). Tiempo después la CIA mandó cientos de millones de dólares para entrenar y proveer de armas a la resistencia antisoviética, sin embargo, nunca hizo una discriminación entre los grupos seculares y los grupos fundamentalistas religiosos. También Saudiarabia colaboró enviando dinero para la construcción de más escuelas religiosas. Para la caída del régimen comunista, ya había algunos miles de "estudiantes". El último empujón que los llevó finalmente a la toma de Kabul fue el patrocinio de Osama Bin Ladin, un saudiárabe perseguido por Estados Unidos como sospechoso de numerosos ataques terroristas, entre los que se encuentran los bombardeos a sus embajadas en Kenya y Tanzania en agosto del año pasado.
También el tráfico de opio ha sido, desde el principio, una fuente de recursos muy importante para los talibanes, pero actualmente es la industria petrolera la que probablemente mayores ganancias les aporta. Paradójicamente, firmas estadunidenses continúan invirtiendo en territorio afgano: la compañía Unocal, con sede en California, planea la construcción de una red de oleoductos que crucen Afganistán con el fin de explotar los yacimientos de petróleo y gas del mar Caspio. El proyecto por el cual también compite la companía argentina Bridas, le aportaría al gobierno talibán unos 100 millones de dólares al año.
Mientras tanto las mujeres desplazadas que intentan huir hacia Pakistán, son capturadas en la frontera; algunas son vendidas a los pakistaníes por 90,000 rupias (unos 1,800 dólares); las más, son recluidas en campos de concentración cerca de la ciudad de Jalahab, junto con otros prisioneros talibanes. En la maniobra, han llegado a morir hasta 100 personas asfixiadas en los contenedores en que los transportan. El New York Times llamó a esto "el holocausto de género del siglo XX".
Otras mujeres claman por asilo en otros países de occidente, pero la expedición de pasaportes para ellas ha sido bloqueada. La ayuda que les brindaban las organizaciones no gubernamentales (ONG) ha sido en muchos casos cancelada por razones de seguridad pues dichas organizaciones son acosadas por el gobierno talibán.
Los talibanes han atropellado lo mismo a miembros de ONG que a funcionarios de Naciones Unidas y de la Organización Mundial de la Salud quienes han sido arrestados sin cargo alguno. Los únicos testigos de lo que ahí ocurre son la Cruz Roja Internacional y algunos periodistas, quienes también son diariamente amenazados.
La ONU, a través de sus diferentes órganos, ha hecho numerosas llamadas de atención al régimen talibán, desde el Consejo de Seguridad hasta el propio secretario general, Koffi Annan, quien calificó a dicho régimen como "una clara y seria amenaza para la paz y estabilidad regional".
Aún así, los talibanes continúan maltratando a las mujeres, quienes ante la falta de ayuda se han organizado en forma clandestina. Tal es el caso de la Asociación Revolucionaria de Mujeres de Afganistán (RAWA), dedicada a defender los derechos de las mujeres afganas y promover la lucha contra el fundamentalismo: "Tal parece que defender un trato humano hacia las mujeres es para ellos algo inmoral y pecaminoso, y en seguida nos califican de ateístas y prostitutas comunistas, creando miedo en las demás mujeres. Todo lo justifican a través de la religión, y cuando ésta no alcanza, lo inventan", cuenta una de las miembras de RAWA.
Sólo gracias a Internet es que se desarrollan diversas campañas con el fin de presionar tanto a la ONU como al gobierno de los Estados Unidos para que impidan el apartheid de género que encabezan los talibanes. La más grande es quizá la que desarrolla la Feminist Majority Foundation, que engloba a más de 130 ONG, entre las que se encuentran las de mayor influencia como son Amnistía Internacional y Human Rights Watch.
Las consecuencias del régimen taliban se reflejan cada vez más en las mujeres que, ante su desgracia, se ven forzadas a disfrazarse de limosneras para prostituirse. Esta práctica es "tolerada" por oficiales talibanes a cambio de sexo gratuito. El índice de suicidios de las mujeres afganas crece rápidamente y continuará en ascenso: la organización Médicos por los Derechos Humanos reportó en un estudio que el 97% de las mujeres afganas sufre de crisis severas de depresión y 42% padece trastornos postraumáticos; al 87% se le ha negado atención hospitalaria y apenas el 6% de las mujeres ha recibido alguna ayuda humanitaria.
Así, mientras los negocios de occidente crecen en esta región (sea el tráfico institucional de armas o la explotación de petróleo), las mujeres afganas, cautivas en esta pesadilla interminable, viven en el intento de que su voz sea escuchada y piden ayuda a una sociedad que se jacta de ser global pero que las ha condenado al olvido.

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