Opinión
Ver día anteriorLunes 18 de febrero de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Escape de Sinaloa (Un cuento al norte)
E

sos vatos enhebraban una polka estremecedora.
Conocíamos las formas del cuerpo
para obedecer los pasos del baile
bien cachirulo y de cachete.
Estos tipos tumbaban puertas con la redova
y le soplaban al miedo con los acordeones del pecho.

Había que reintentarlo.
Los pasos que conocíamos
no producían el taconazo insolente
para la ocasión.

La nueva polka provocaba
sudor, endurecimientos en la materia
que se derrite de deseo,
sonrisas propias de una proeza física
bien llevada y
mejor
clavando las botas
en la duela de la parranda.

Habrá que dejarse llevar, me dije.
Habría que llevárnosla, te dije,
te apreté la cintura
y de mirarnos supimos
que esa polka estremecedora
sí nos la echábamos.

Ya luego a ver.
A lo mejor sobrevivíamos.
El perraje allí reunido
nos superaba en número
y parecía acostumbrado
a esa clase de polka brava
bajada a tiros de la sierra
con un micrófono delante
y la metralleta por detrás.

Creíamos estar de paso.
Apenas te acababa de alcanzar.
Nos íbamos al norte de prisa
sin ninguna salvedad.
Recurrimos al instinto
y lo dejamos que operara.
Pocas oportunidades
daba ese bailongo en especial,
y su luz, demasiado estándar
como para huir sin darnos a notar.

Así que a bailarle
bajo un batallón de miradas
amenazantes o burlonas,
indescifrables, apuntándonos.

El bajo sexto en el escenario
soltó una exclamación,
ajúa, agregó
y por no desentonar.
lo imitamos de rigor.

Sudar las cervezas nos aclaró la mente
y sin dejar el baile un segundo
urdimos un plan.

Trepamos al escenario
de estos tíos estremeciéndose
y nos peinamos en sus narices
bajo sus propios reflectores
antes de echarnos a correr
en lo que parecía un paso nuevo
para la polka sin tregua
que la gente grande
bailaba por entonces
y dejamos el lugar
jadeantes pero intactos
que ya era mucho decir.