Número 155 |
El escritor sueco Henning Mankell ha acercado la mirada de occidente hacia África. Su vida compartida entre la gélida Suecia y la canícula mozambiqueña lo hacen testigo y protagonista de la vida en ese continente, marcado por el VIH y la pobreza, donde, según opina, “la gente tiende a reir más”. Leonardo Bastida Aguilar y Fernando Mino |
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La escritura es un arma contra el olvido. En este caso no utilizado para saciar la fanfarronería de la posteridad, sino para darle salida a un genuino instinto vital, ánimo de dejar un recuerdo cuando se sabe que los días están contados. Millones de personas en África ven cercado su porvenir a causa del VIH, una infección más económica que viral, y la memoria es a lo único que pueden aspirar. Por eso hay personas que escriben unos libritos donde dejan a sus hijos —siempre pequeños, huérfanos casi antes de nacer— sus testimonios, sus huellas de vida. El dramaturgo y escritor Henning Mankell se topó, en una visita a Uganda, con una niña que abrazaba uno de estos libros; acababa de perder a su madre y ese era su único legado: las páginas dibujadas con mariposas azules y otros signos ininteligibles para la niña analfabeta. Esa historia le dio impulso para escribir sobre la tragedia del sida en África. Su ensayo Moriré, pero mi memoria sobrevivirá (publicado en español por Tusquets en 2008), un lúcido recorrido por la vitalidad africana que se levanta por encima de la muerte, es motivo para esta charla, vía correo electrónico, con Letra S. En diferentes ocasiones usted ha mencionado que Europa ¿Cuáles son las diferencias entre África
y Europa El hecho de alternar entre Suecia y África me ha concedido distancia y perspectiva. Es como tener dos torres de vigilancia y creo que puedo ver más desde dos torres que si viviera únicamente en un lugar. Eso me encanta y creo que me ha hecho un mejor escritor, al menos eso es lo que deseo. Pero no es sólo el hecho de tener dos torres de vigilancia, también influye la manera en la que las personas, independientemente del tiempo y el espacio, están siempre marcadas por su ambiente. Mi trabajo con el Teatro Avenida ha sido uno de los retos más importantes en mi vida, y trabajar con personas de culturas diferentes me ha permitido entender que hay más cosas que nos unen que las que nos separan. Y aquí la gente tiende a reír más. Veo mucha más felicidad y escucho más risas espontáneas en las calles de Maputo que en las de Estocolmo. La risa es algo que tenemos y no cuesta nada. Un medio de sobrevivencia al que cualquiera tiene acceso. Me pregunto si acaso teníamos esa risa antes de que la riqueza y los créditos nos cubrieran como una sombría capa inerte. Fuera de África vemos la situación del
VIH como una emergencia preocupante, ¿Existe un choque entre la idea occidental y la idea africana del VIH? Enseñar a cada niño a leer y a escribir nos costaría la misma cantidad de dinero que la que gastamos en alimento para mascotas en Occidente. No digo que deberíamos dejar de alimentar a nuestras mascotas, simplemente utilizo esto como parábola para evidenciar qué tan pequeña es la cantidad de dinero que se requiere realmente. Eso no es el problema. El problema es que la voluntad de resolver esto es, desafortunadamente, demasiado débil. El analfabetismo se relaciona directamente con la pobreza. Si se reflexiona en el hecho de que muchos de los jóvenes sin la posibilidad de leer tendrán dificultad para absorber información, podemos imaginar lo que esto significa para el tema del VIH. No es cuestión de sacrificio, sino de solidaridad y equidad. Para mí es un privilegio poder ayudar. Su trabajo en el Teatro Nacional Avenida de
Maputo le permite |
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