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Seguir o conducir

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Diputados de Morena votan durante la sesión del pasado 19 de marzo. Foto Cristina Rodríguez
30 de abril de 2025 00:01

Captar y conducir las corrientes o sucesos que afectan al mundo y sumarlos a los intereses y pasiones propios se transforma en adiciones al vigor y futuro de individuos o agrupaciones políticas. Para el Movimiento de Regeneración (Morena), formador de gobiernos sucesivos, es, ciertamente, un distintivo que lo distingue. 

La pasión feminista es una de esas corrientes. Sus orígenes se pueden trazar, con claridad, desde finales del siglo XIX. Aunque, para su reconocimiento, habría de particularizar sus apariciones en ciertas sociedades, edades y países. Todos ellos situados en el llamado mundo occidental, pero destacadamente en aquellos donde las mujeres se habían organizado en defensa de su independencia y de sus derechos: el voto y la igualdad de oportunidades, como ejemplos. 

Alrededor de estos derechos, en particular, se han llevado a cabo hazañas reconocibles. La embestida en su avance requirió años de desarrollo hasta su final concreción para elegir y ser elegida. Requirió sufrimientos, talento y trabajos continuos y sucesivos para, finalmente, lograrlo muchos años después. En cuanto a la igualdad, el empuje prosigue, con creciente fuerza, en su compromiso.

Aparte de este fenómeno sufragista, otras corrientes iniciaron su despegue, principalmente alrededor de los llamados derechos humanos. En la Inglaterra de los años 30, 40 o 50 ya había agrupamientos que propugnaban por definir, difundir y asentar variadas maneras de concebir lo femenino. Lúcidos núcleos de militantes se formaron dentro de otras agrupaciones, más amplias, las cuales, casi siempre, fueron orientadas por concepciones ideológicas o políticas de izquierda. 

El desarrollo de la conciencia femenina para no encasillarse, forzadamente, en sus roles tradicionales como amas de casa o personas dedicadas al cuidado de hijos dentro del matrimonio, terminó por dar forma a otras figuras y roles: madres solteras, dirigentes, empresarias o, simplemente, mujeres libres. Con el paso de los años, estas creativas manifestaciones sociales han engrosado sus idearios, campos de atención y entusiasmos laterales. La participación actual es extendida, poderosa y cuenta con miles de mujeres decididas, firmes y comprometidas. Bien puede decirse que ya no hay rincón vital, alguno, que les sea ajeno o no esté impregnado por eso que se llama dimensión femenina. 

Llevar su energía y complejos efectos al seno de un partido político y a los gobiernos que ha formado significa un avance organizativo, sustanciador de acciones mejores. De esta manera, Morena bien puede presumir de ser un partido-movimiento que, sin duda, se distingue del resto, tanto de los que existieron en el pasado como de sus alternos contemporáneos. Ello les acercará simpatías y adherencias que los capacitará para la competencia por el poder. 

Al mismo tiempo que el feminismo inyecta su impronta de generosa actualidad, otra corriente se cuela a las entrañas y directiva misma de los morenos: la dimensión ética de la política. Un matiz que no se detiene en las periferias del quehacer cotidiano de lo público, sino que lo impregna de valores, sentidos y destino. La moralidad en lo público no es un modo lateral o menor del quehacer político, sino que informa, con su misma consistencia, el trascendente efecto sobre las múltiples y variadas acciones humanas. 

En el pasado sexenio se habló, no sin cierta extrañeza de algunos grupos, críticos e individuos, del sendero humano del modelo igualitario de gobierno propuesto y hoy activo. Uno opuesto al que reconocía el hegemónico concentrador que, para su empleo y vigencia, requirió eliminar ese básico sustrato de moralidad. Poco a poco y no sin resistencias varias, la ética en política adelanta sus maneras de trabajar, juzgar y comprender. Se adentra en una realidad nacional muy contaminada por tradiciones permisibles, hasta cómplices, para valorar y aceptar la cotidianeidad.

Nada se diga de los sesgados rituales, muy en boga en el pasado, para convivir con trampas, corruptelas y servidumbres de variados tamaños e intensidades. La misma existencia de grandes bolsones de informalidad, miseria y marginalidad abona a lo permisible, a lo tolerable, hasta arribar con cinismo aceptable y darle el trato de normalidad. Pero bien se puede concluir que la dimensión moral del quehacer político ha permeado, ciertamente, en las cúpulas dirigentes, pero también ha logrado incidir en capas inferiores, más numerosas y definitorias. Falta, sin conceder flaquezas, el renovado esfuerzo difusivo y justiciero que extienda la impronta ética en toda decisión y actos de gobierno. 

La actual polémica, desatada por una confusa promoción legislativa, acarrea inmediatismo o celo exagerado, propicia resistencias y sospechas por sus tonos represivos. El gobierno tiene la obligación de clarificar y dejar bien asentada su voluntad libertaria.



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