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¿La fiesta en paz?

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Un natural de Juan Luis Silis. Foto Landín-Miranda
27 de abril de 2025 09:05

Si algo conmueve de taurinos y antis son sus lamentables niveles de argumentación, sólo superados por el penoso silencio de los primeros, que al cuarto para las 12 se dieron cuenta de los abusos de que por años fueron objeto y de la increíble indiferencia con que respondieron. Ante esta ignorancia compartida de partidarios y enemigos de la tauromaquia, era inevitable que la autoridad capitalina, tan ignorante o más, montara su numerito en defensa de los animales –o contra lo que va quedando de la corrida de toros–, menos complicado que defender personas, sintientes, pero además parlantes e incluso pensantes. Comparto pensares y sentires de un experimentado y escrupuloso cronista de Aguascalientes sobre las primeras dos corridas de la feria nacional de San Marcos, la inicial con un exigente encierro de Corlomé para los hidrocálidos Diego Sánchez, Luis David y Héctor Gutiérrez, y la segunda con reses pasadoras de Tequisquiapan y Villa Carmela –¿qué necesidad?– para el mano a mano de Joselito Adame y Andrés Roca Rey, que divirtieron, pero no apasionaron precisamente.

Sergio Martín del Campo Rodríguez señaló de inicio: don Sergio Lomelí no es un ganadero de esos complacientes y melosos; es un criador jalisciense escrupuloso, con diáfana idea de lo que es la fiesta brava y el toro que ésta necesita para causar emoción a los públicos y salgan de los cosos deseando volver.

“El primero se dañó al salir del encuentro con el equino y fue pitado, injustificadamente, por el cotarro; el segundo fue aplaudido al ser llevado al desolladero, cuando era de arrastre lento, premio que no fue ordenado por la incomprensible autoridad; el tercero también fue repudiado, nuevamente sin justificación, durante la escena del arrastre; el cuarto fue un cornúpeta incomprendido por el desorientado público. Muy a pesar de las críticas de la mayoría de los ‘cronistas’ asumidos al sistema, melosos e ignorantes de lo que es un toro combativo, no se olvide que manifestó pelea en todos los terrenos. De este modo, lamentablemente propinó una cornada al subal-terno Édgar Camacho y otra a Diego Sánchez, su lidiador. Ahora sí, se ordenó el arrastre lento a sus despojos.

“El quinto fue masacrado en varas; hasta cuatro puyazos, sin ton ni son le pegaron; ya muy castigado, en la cuarta todavía tuvo la fuerza y la raza para arrancarse prácticamente desde el centro del nimbo. Y culminó la muestra ganadera con Puro Oro, de 544 kilos, el cual reunió la mayoría de cualidades para ser indultado. El final de la función fue la salida a hombros de Luis David Adame, Héctor Gutiérrez y el ganadero Sergio Lomelí hijo. Que tome nota quien deba tomarla.”

Volvió la tauromaquia modernista, tituló su segunda y desencantada crónica Martín del Campo: “Es decir, la del triunfo menos heroico, la de menor riesgo, la que no se compromete con el toro enrazado, la que desprecia los valores profundos de la fiesta brava y busca como principal objetivo la estética; el divertir pero no emocionar. Tequisquiapan –primero, tercero y sexto– y Villa Carmela integraron una partida descastada, sosa y sin brizna de bravura. Menos mala, eso sí, de lo que los entendidos esperaban. Los seis cumplieron apuradamente en varas, si a lo que se vio se le puede llamar así. El peor fue el cuarto, una bestia con cuerpo de toro de lidia y alma de burro con cuernos. Finalmente, el corolario de la función fue la salida en hombros de los diestros; unos toreros importantes hoy, los más de aquí y de allá, que en este mano a mano tampoco generaron rivalidad cabal”.


 

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