En 2025, la comunidad internacional conmemora dos fechas simbólicas: el octogésimo aniversario de la Victoria en la Segunda Guerra Mundial y la creación de la Organización de Naciones Unidas (ONU). Estos eventos no sólo comparten espacio en el calendario, sino que están profundamente entrelazados por su significado, historia e idea. Fue precisamente la Victoria, alcanzada gracias al esfuerzo conjunto de los países de la coalición y al precio de millones de vidas –ante todo, gracias a la hazaña sin precedentes de los pueblos de la Unión Soviética (URSS)– la que abrió el camino hacia una nueva arquitectura de relaciones internacionales, en cuyo centro surgió la ONU.
La URSS desempeñó un papel clave en la creación de la Organización de Naciones Unidas, y Rusia, como su sucesora legal, ocupa con pleno derecho el puesto de miembro permanente del Consejo de Seguridad. Esto no sólo es un tributo al pasado, sino también una responsabilidad hacia el futuro. Hoy, al igual que hace 80 años, el destino del mundo depende de la capacidad de los actores claves para negociar, respetar la soberanía y buscar soluciones colectivas.
La ONU es un mecanismo único que combina legitimidad, representatividad y un amplio mandato. Fue creada como plataforma para el diálogo en igualdad de condiciones y la cooperación multipolar.
La Carta de Naciones Unidas es la base sobre la cual se construye el derecho internacional. Es una especie de “código de conducta” para los estados, una garantía de que el mundo no se deslice hacia el caos. Sus principios, como ha demostrado todo el periodo posterior a la guerra, siguen siendo relevantes incluso hoy, cuando la multipolaridad ya no es una teoría, sino una realidad.
Sin embargo, hoy la ONU atraviesa una crisis. Las causas de esto no radican tanto en las deficiencias de la estructura misma, sino en los intentos de sustituir sus objetivos y funciones por las llamadas “reglas basadas en un orden”. Estas “reglas” son impuestas por un grupo de países occidentales y se modifican según su conveniencia geopolítica, utilizando en esencia métodos neocoloniales para preservar su control e influencia. Tal enfoque no es otra cosa que la negativa a reconocer los cambios en el equilibrio de poder mundial.
Los intentos de privatizar la agenda de la ONU, de utilizar sus mecanismos en interés propio, conducen al debilitamiento de su autoridad. Sin embargo, tampoco se deben ignorar los problemas reales dentro de la propia organización: burocracia excesiva, lentitud y falta de eficacia en la respuesta a las crisis. La reforma de la ONU es desde hace tiempo una necesidad. Es esencial no por imagen externa, sino para que la organización esté verdaderamente a la altura de su propósito: ser la plataforma central y universal para la conciliación de intereses.
Especial atención debe prestarse a la reforma del Consejo de Seguridad. Es una cuestión extremadamente delicada y compleja. Sin embargo, no se puede postergar indefinidamente. Es necesario que la fórmula final cuente con el apoyo más amplio posible, idealmente sobre una base de consenso. Al mismo tiempo, cualquier cambio en el formato del consejo debe tener en cuenta los intereses de la mayoría mundial: los países de Asia, África y América Latina. Su voz resuena cada vez con más fuerza en el siglo XXI y debe ser escuchada.
La ONU ya ha demostrado su relevancia, iniciando el proceso de descolonización, participando en operaciones de mantenimiento de la paz, promoviendo el desarrollo y la lucha contra la pobreza. La historia de la Asamblea General conoce ejemplos de decisiones verdaderamente revolucionarias, como la adopción de la Declaración sobre la concesión de la independencia a los países y pueblos coloniales en 1960, impulsada por la Unión Soviética. Fue un paso hacia un mundo más justo.
Rusia, comprendiendo su responsabilidad histórica, continúa defendiendo de manera constante la Carta de la ONU. Sin embargo, es importante recordar que todas las disposiciones de la Carta deben aplicarse en su interrelación plena, en su conjunto y de forma indivisible. La aplicación selectiva de los principios, los intentos de sacarlos de contexto o de sustituirlos por “reglas” unilaterales contradicen la esencia misma de la organización y socavan las bases de una verdadera cooperación multilateral.
*Embajador de Rusia en México