Ciudad de México. La oferta gastronómica del Viernes Santo, durante la edición 182 de la representación de la Semana Santa en Iztapalapa, fue tan variada como la multitud que se reunió para presenciar el tradicional Viacrucis.
En los alrededores de la Macroplaza destacaron los puestos de quesadillas, ideales para quienes buscaban un antojo sin romper la tradición, aunque también se ofrecían tacos de bistec y longaniza para los que no guardan la Cuaresma, así como otros platillos menos comunes.
Incluso algunos personajes caracterizados como romanos aprovecharon los momentos de espera –mientras Jesús de Nazaret salía hacia su juicio– para degustar unas quesadillas humeantes.
Desde Ixtapaluca, Patricia González llegó a Iztapalapa con su canasto lleno de sabores ancestrales: acociles, pequeños crustáceos secos de agua dulce, que vendía a sólo 40 pesos la bolita; camarones rojos de río; y chitos, tiras de carne hilada que, según cuenta, provienen de burro.
“Muchos me preguntan qué son los chitos y de qué animal vienen. Cuando les digo que son de burro, hacen caras. Pero regularmente quienes me compran son personas adultas, que ya saben lo que son los chitos y los acociles”, compartió la comerciante en entrevista con La Jornada.
El señor Guadalupe Minor trajo atún al horno, platillo poco común en estas fechas. A 280 pesos el kilo, atrajo a numerosos comensales que no dudaron en llevarse una pieza.
Para aliviar el calor, Guadalupe Montserrat, del barrio de La Asunción, ofreció fruta picada, jicaletas y sandías locas.
“En este día las ventas aumentan. Muchos compran jícamas o sandías para hidratarse. Yo estaré hasta la siguiente semana”, explicó mientras preparaba una jicaleta con chile en polvo y limón.
Miguel Ángel Sandoval, originario de Iztapalapa, se especializa en botanas tradicionales: chapulines salados, habas tostadas, cacahuates y pistaches. “Venimos a vender cada Viernes Santo. Todavía hay quien consume chapulines”, dijo.
Más allá de los alimentos, también hubo un tianguis de artesanías. Ivón Ruiz, proveniente de Toluca, ofrecía figuras de cerámica: alcancías, cruces e imágenes de Cristo.
“Hoy casi no se vende, la gente viene a ver el viacrucis, pero estaremos hasta el 28 de abril, por si alguien quiere llevar algo”, comentó.
A su lado, Sergio Hernández –originario de Toluca– exhibía sus ollas de barro.
“La gente mayor es quien me compra más. Aún las usan para cocinar porque dicen que la comida sabe mejor”, señaló.
Entre sabores, colores y devoción, el Viernes Santo en Iztapalapa fue mucho más que una tradición religiosa: fue también un mosaico de costumbres culinarias y saberes populares que siguen latiendo en cada bocado.