Una de las singularidades de la Cuarta Transformación es que agregó un sentido adicional al concepto de revolución: además de un cambio político, económico y social, aquí se ensaya un cambio de ética. Como en todo proceso transformador, hay incertidumbre, contradicciones y retrocesos, porque lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer; se construye la nueva edificación con las piedras de la antigua y el país sigue siendo habitado, básicamente, por las mismas personas que vivían en el orden –o en el desorden– anterior.
El cambio de régimen no significa cambiar una población por otra, sino organizarla en un pacto social diferente y con un propósito distinto. Con la colaboración del grueso de la vieja clase política o a pesar de ella, con marcadas diferencias de ritmo entre estados y regiones, el proyecto de nación avanza. A las cuatro dimensiones del cambio señaladas por la presidencia de Andrés Manuel López Obrador, la de Claudia Sheinbaum ha agregado una quinta: la afectiva. Un ejemplo es la construcción de un sistema nacional de cuidados, eje articulador de políticas públicas para garantizar el pleno ejercicio de los derechos humanos de infancias, adolescencias, mujeres, personas mayores y con discapacidad.
La viabilidad misma del país requiere de una sexta dimensión transformadora: se necesita una revolución tecnológica que le permita a México garantizar su desarrollo –orientado al bienestar, no para darle gusto a los adoradores de las cifras del PIB– en condiciones económicas y climáticas de creciente adversidad. Por ejemplo: la transición energética y uno de sus mayores emblemas, la electromovilidad, requieren de una multiplicación de las capacidades de generación de energías limpias, y para ello no basta con una acumulación cuantitativa de recursos fotovoltaicos, eólicos, geotérmicos, mareomotores o hidrógeno verde; es preciso, además, innovar para incrementar las capacidades de los sistemas ya conocidos.
El territorio nacional padece de una creciente deshidratación, y ello afecta en primer lugar el rendimiento del campo, pero también acota a la industria, los servicios, el abasto de los centros poblacionales y la capacidad de generación hidroeléctrica. Sin duda, es posible optimizar todos los usos del agua, reforestar para atraer lluvias, reciclar y corregir fugas, pero con todas esas medidas de mitigación, más otras, no va a llover en Chihuahua y en Sonora ni se reducirá la frecuencia y la gravedad de los incendios forestales. Es necesario, en consecuencia, producir agua dulce en grandes volúmenes mediante la desalación y bombearla desde las costas al interior del territorio nacional, para lo que a su vez es indispensable superar dos enormes dificultades: generar energía en cantidades suficientes para alimentar las plantas desaladoras y los sistemas de bombeo y resolver el problema ecológico que presenta el proceso, el cual tiene como subproducto grandes cantidades de salmueras, o agua supersalada que no puede ser devuelta a los océanos, pues con ello se causaría una grave afectación ambiental.
Debe encontrarse, por tanto, qué hacer con vastas cantidades de cloruro de sodio; acaso, desarrollar sistemas que permitan separar la molécula de la sal en sus dos componentes –cloro y sodio– o en dicloro –empleado en la fabricación de PVC– y en hidróxido de sodio, más conocido como sosa cáustica. Las existencias adicionales de estos compuestos pueden ser destinadas a nuevas industrias, por ejemplo, la fabricación de baterías de iones de sodio, las cuales tienen una densidad energética menor que las de litio, pero también son menores su costo de producción y su impacto ambiental.
Otro problema cuya solución lleva a recurrir a la investigación tecnológica es el de la minería. El país y el mundo requieren de ingentes cantidades de minerales, pero su extracción no debe seguirse realizando con métodos depredadores como la minería a cielo abierto. Basta con darse una vuelta por las regiones mineras de Zacatecas y otras entidades para constatar la catastrófica destrucción causada por ese método. Ello significa que cada kilo de metal procedente de esas explotaciones tiene un costo oculto que se carga a las generaciones venideras.
Estos desafíos obligan, entre otras cosas, a redoblar la investigación de materiales y la generación de patentes y al diseño de nuevos procesos industriales. La 4T debe ser, también, una evolución de tecnologías y también, desde luego, de patrones de consumo. Y en este punto es necesario enfatizar que Estados Unidos no puede ser modelo ni ideal de aspiración porque, como se ha señalado en muchas ocasiones, si todas las personas del mundo consumieran según el patrón estadunidense, el planeta se volvería inhabitable en cuestión de meses.