En su discurso de toma de posesión como presidente, Donald Trump dijo: “Tenemos algo que ninguna otra nación manufacturera tendrá jamás, la mayor cantidad de petróleo y gas de cualquier país de la Tierra, y lo vamos a utilizar”. Y agregó “Volveremos a ser una nación rica, y ese oro líquido bajo nuestros pies nos ayudará a lograrlo”.
El mandatario aseguraría después que su país estaba en una “emergencia energética nacional” y, por tanto, debía alentar al máximo la explotación de hidrocarburos. Pero esa fue su enésima mentira desde que ocupa la Casa Blanca. La producción de petróleo y gas alcanzó niveles nunca vistos durante el gobierno de Joe Biden, su antecesor. Además, la energía eólica y la solar superaron por primera vez en la historia a la generación de energía proveniente del carbón. No había, por tanto, razón para aprobar, por ejemplo, la perforación de pozos de petróleo y gas en el Refugio Nacional de Vida Silvestre del Ártico de Alaska, una de las últimas áreas prístinas de Estados Unidos (EU).
Además, durante el gobierno de Biden, EU tenía planeado reducir las emisiones de gases de efecto invernadero del país en más de 60 por ciento para 2035. Y quintuplicó el financiamiento internacional para combatir el cambio climático aportando 9 mil 500 millones de dólares anuales. Todo lo anterior es ya historia. Como también su participación en el Programa Mundial de Alimentos, donde es el mayor donante. Y ello cuando aumentan la sequía y el hambre en decenas de países fruto del calentamiento global.
Todo el retroceso en el campo ambiental a favor de la industria de combustibles fósiles se explica, entre otras cosas, por la donación que ella hizo a la campaña electoral de Trump: casi 100 millones de dólares. Una cifra muy pequeña si se compara con las ganancias que registra diariamente: 3 mil millones de dólares durante el último medio siglo.
Además, el gabinete de Trump brilla por favorecer la explotación y procesamiento de combustibles fósiles. Su secretario de Energía, Chris Wright, dirige la mayor empresa de fracking del mundo y sostiene, igual que Trump, que “no hay una crisis climática y tampoco estamos en medio de una transición energética”. Que todo eso es un invento de los chinos. También en la Agencia de Protección Ambiental despacha Lee Zeldin, personaje que durante ocho años como congresista se opuso sistemáticamente a las políticas ambientales y climáticas. Ya mencionó planes para reducir las regulaciones, incluidas las normas sobre contaminación del aire.
La poderosa industria de combustibles fósiles tiene entonces motivos suficientes para celebrar los cambios de política energética. Igual que el Consejo Estadunidense de Química, poderoso grupo de presión que preside Chris Jahn, quien representa a los fabricantes de esos energéticos y también los de la petroquímica. Destacadamente Exxon Mobil y Chevron.
Esos grupos tan influyentes conocen los impactos del cambio climático desde hace mucho tiempo, pero minimizan los riesgos y tienen sus cabilderos que niegan dicho cambio. Saben de los indeseables efectos que ocasionarán las nuevas políticas energéticas estadunidenses. Uno ya comprobado por los especialistas: Las emisiones de dióxido de carbono originadas en EU podrían anular los avances globales en materia de energías renovables registrados los últimos cinco años. Un estudio de Carbon Brief, con sede en Reino Unido especializado en la ciencia y las políticas del cambio climático, prevé que durante el segundo mandato de Trump se generarán 4 mil millones de toneladas adicionales de emisiones de dióxido de carbono, suficiente para anular “el doble” de todas las reducciones de emisiones logradas mediante el despliegue global de energía limpia en los últimos cinco años.
EU es el segundo mayor emisor de gases de efecto invernadero del mundo, detrás de China. Lo será ahora más, cuando 2024 es el más cálido registrado y el primero en superar el umbral de calentamiento de 1.5 grados Celsius que pretendía evitar el Acuerdo de París. Ahora el planeta se encamina hacia un calentamiento de 3.1 grados Celsius para fines de siglo. Algo que tendrá consecuencias catastróficas para miles de millones de personas en el mundo. Pero no para Trump, el mentiroso.