Hay un par de cuestiones destacables en la forma en que se desenvuelve hoy la disputa política y económica a escala mundial. La primera tiene que ver con la destrucción de valor. Ésta se expresa en la caída significativa de la cotización de las acciones de las empresas en los mercados de valores (es cierto que algunas de ellas estaban sobrevaluadas por el efecto de la especulación). Se advierte, también, en la caída del precio de los bonos de la deuda pública, como son los emitidos por el Tesoro de Estados Unidos. Del mismo modo, se manifiesta en la reducción de la actividad productiva y del empleo que se genera en el entorno de incertidumbre provocada por las restricciones impuestas al comercio exterior.
La segunda cuestión, estrechamente ligada con la anterior, tiene que ver con la expresión política del dinero, según lo propone Stefan Eich en su importante libro titulado La moneda de la política.
El dinero, como insiste Eich, establece una relación íntima con el tiempo. Como Keynes observó, es un instrumento que vincula el presente con el futuro; como ocurre con el ahorro y la inversión. Este es un aspecto que se asocia, precisamente, con el asunto de la creación o destrucción de valor.
El advenimiento del crédito público (aquel que se opera en los mercados de crédito) reafirmó la cualidad temporal del dinero, mediante la red de derechos que vinculan al presente con el futuro, un futuro que, como bien indica Eich, puede incluso ser diferido permanentemente. Así pues, el crédito público moderno modificó la naturaleza misma del Estado y sus relaciones con los ciudadanos, como sucede con la emisión de la deuda pública.
El carácter sistémico del mercado de deuda del Tesoro estadunidense se expresa en el enorme valor al que ha llegado, del orden de 28.6 billones de dólares. Tiene, aún, una función como instrumento de seguridad asociado con el carácter de reserva mundial del dólar y que ahora está en suspenso. También constituye un relevante medio de influencia política, tanto del lado del deudor como del acreedor; en este caso, Japón y China, son los dos más grandes tenedores de dicha deuda. Los objetivos de ajuste que se han planteado ahora de modo explícito para reducir el déficit comercial y reforzar la actividad industrial están asociados con el abultado saldo de la deuda pública.
Apunta Eich un asunto de relevancia cuando afirma que el dinero es el campo de batalla de las concepciones en conflicto sobre el futuro. Esto puede apreciarse hoy de manera clara en lo que define como “la discrepancia entre el horizonte de expectativas que se extiende y, en paralelo, un espacio de experiencias crecientemente inestable que se amplía.” Esta referencia es útil para caracterizar la situación de abierta disputa provocada en el entorno internacional y la serie de repercusiones que tiene sobre los distintos agentes económicos.
Una cuestión que corresponde al modo en que se ha expuesto el conflicto se vincula, finalmente, con un replanteamiento de la hegemonía de Estados Unidos en el ámbito internacional. Otra faceta se remite al modo de actuar que de ahí se ha desprendido y una tercera abarca el proceso para alcanzar un nuevo “equilibrio” a escala nacional e internacional. En este entorno es que se habla del prospecto de un “nuevo momento Bretton Woods”; es decir, un rediseño radical del sistema financiero global.
En esa misma perspectiva se ha planteado también un marco de análisis para considerar una condición que se ha descrito como un interregno. Este apunta al escenario en el que se manifiesta la crisis por la que atraviesa el sistema internacional liberal. Tal situación se ha enmarcado analíticamente en la convergencia de distintos espacios: uno de ellos se ubica en el nivel de la economía política global, otro que corresponde al papel que cumplen los Estados y, finalmente, está aquel que abarca la consiguiente agitación del entorno sociocultural. El debate actual abarca la transformación que está en curso en dicho sistema liberal y lo que puede venir después. Tal perspectiva comprende escenarios como la evolución de la disputa entre Estados Unidos y China, la posibilidad de configurar un sistema multipolar, o bien, como apuntan algunos, el caos y lo que éste conlleva. La transición, en su forma y duración, hacia cualquier escenario que pueda prefigurarse es, por supuesto, conflictiva.
Como advierte el historiador Adam Tooze: “Hablar de dinero es hablar de política”. Lo que se está cancelando es un patrón monetario internacional basado en la convertibilidad del dólar en oro, el que desde hace 55 años se transformó en un sistema de dólar inconvertible, pero que no dio curso a otro que se aproximara a un entorno dinerario abiertamente político.
La premisa de este modo de concebir el problema es que, en esencia, el dinero no puede despolitizarse por completo, como se pretende, por ejemplo, desde los movimientos libertarios. La afirmación de que el dinero no tiene respaldo alguno (el dinero fíat) es un rasgo que tiene que encuadrarse de modo empírico. Primero está el hecho de que tal dinero opera en el mercado; otro aspecto tiene que ver con todo el entramado macroeconómico que respalda el valor del dinero: la operación del banco central, de los ministerios de Hacienda, los entes reguladores, las instituciones financieras internacionales y demás. Esto no implica aquí justificación alguna, sino el mero hecho de que el sistema de respaldo opera, lo que no excluye –claro está– el surgimiento de crisis, y tampoco significa que los episodios de ajuste sean eficientes. Esto pone en perspectiva el desenvolvimiento de instrumentos basados en las criptomonedas (como el bitcóin), o bien, una cuestión muy distinta que es el desarrollo de monedas digitales por parte de los bancos centrales. En todo caso lo significativo es, como dice Tooze, que hablar de dinero es hablar de política; que el dinero es una expresión de poder social y de la confianza apalancada por el Estado y el capital.