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Extrema derecha, trumpismo y su visión del “futuro”

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Las gorras "Make America Great Again" con la etiqueta "Hecho en China" se vendieron en una tienda el 11 de abril de 2025 en la ciudad de Nueva York. Foto Afp
13 de abril de 2025 00:04

A finales de los 80 el auge de un mundo postideológico significó también la desaparición de cualquier visión transformativa del futuro (t.ly/zO22G). Pero la desaparición de las visiones emancipatorias y utópicas asociadas con el comunismo y el anticolonialismo no solo marcó el inicio de una larga crisis de la izquierda, sino también de un periodo en el que todo el imaginario político quedó supeditado a las lógicas economicistas y tecnocráticas-pragmáticas. Todos −los (post)marxistas, los socialdemócratas, los liberales y la derecha− habían perdido la fe en el futuro y el interés en debatir hacia donde íbamos, centrándose en el presente y mirando hacia el pasado tanto para culpar moralmente a la historia por todo lo malo que ocurría en la actualidad, como en busca de los “ideales perdidos”.

Si bien en efecto −dada su historia− es la izquierda que hoy más peca por no tener ninguna visión del futuro, contrario a lo que quieren algunos analistas (t.ly/xV2xV), tampoco la tiene la nueva extrema derecha. El “futuro” que promete −siendo la única diferencia con el “extremo centro” que solo sabe ofrecer más del mismo statu quo tecnocrático, el hecho que al menos finge hacerlo queriendo explotar los deseos no atendidos de una esperanza− es solo, acorde con el giro ideológico mencionado, el regreso a “los viejos tiempos dorados” y la restauración “del orden natural de las cosas”.

Uno de los mejores ejemplos de esto es el trumpismo (MAGA) cuyo programa para el segundo gobierno −a pesar de ciertos sobretonos “futuristas” y fetichistas-tecnológicos en su seno (t.ly/7VkqL)−, es un proyecto explícito del “regreso al pasado”, como igual lo demuestra hoy todo el lío arancelario, no persecución de ninguna visión alternativa del futuro.

Si bien en su discurso de investidura Trump aseguró por ejemplo querer perseguir “nuestro Destino Manifiesto hacia las estrellas” y enviar astronautas al Marte, dedicó mucha más atención a la historia criticando la fuerte reducción de los aranceles sobre los productos extranjeros y la introducción en 1913 de los impuestos sobre la renta que hizo, según él, “que los ciudadanos, en lugar de los países extranjeros, empezarían a pagar el dinero necesario para hacer funcionar nuestro gobierno” (t.ly/3sZ81).

Es precisamente este revisionismo histórico y el afán de “crear las condiciones en las que EU volviera a estar donde estuvo antes de la Primera Guerra Mundial” y “al pasado muy exitoso pre-1913” (t.ly/xz1jg) que está detrás de sus draconianos aranceles a todo el mundo (el “Día de la Liberación”, ahora puesto en pausa). Algo que igualmente, tal como lo prometió explícitamente Trump, ha de ser interpretado como el regreso a la “Edad Dorada”, la época de la enorme opulencia para el capital presidida por William McKinley (1897-1901) –el pionero de los “aranceles fuertes”−, y la eliminación de los últimos vestigios del New Deal incrustados en el orden constitucional (t.ly/NpjqT).

Este de hecho, junto con capitalizar con el pillaje del Seguro Social y del dinero público, es el verdadero objetivo de Elon Musk y su DOGE. No la persecución de ninguna visión del futuro basada en los viajes espaciales. Su SpaceX −más allá incluso de sus notorios contratiempos que le impiden materializarlos−, siempre ha sido una palanca publicitaria y herramienta del afianzamiento plutocrático del statu quo en la tierra aquí y ahora (t.ly/TqOq3). Y su afán, en sintonía con Trump, el regreso, capitalizando igual en su halo de un “visionario”, a la época mckinleyana de los “barones ladrones”, aunque con un twist posmoderno y particularidades que quizás aún resultan difíciles de captar.

Así MAGA es un movimiento profundamente retrógrado y nostálgico que busca volver al orden que ve como “más natural” y cuyo “aceleracionismo” (t.ly/pjdfj) es un proyecto de la rápida rebobinación de la historia atrás a la época en la que el colonialismo era algo positivo (hoy: Gaza, Groenlandia, Panamá etc.) y ciertos modelos de justicia social aún no han sido establecidos.

He aquí también −en el prisma de como el trumpismo ve el “futuro”−, otro indicio que verlo como “fascismo” es una falacia conceptual que impide captar su especificidad (el tipo de análisis que en sí mismo es fruto de la falta de la imaginación de la izquierda/liberalismo y su, mencionada, fijación en la historia). Mientras los movimientos fascistas “clásicos” han tenido un fuerte componente modernista y tecnofuturista-industrial centrado en la creación de un “Hombre Nuevo” y una nueva comunidad racial/étnica con cara al futuro (de al menos unos “1000 años” como en caso de los nazis), la extrema derecha contemporánea, trumpismo incluido, carece por completo de esta faceta utópica y transformadora −más allá incluso de estar en las antípodas de modelos económicos estatales de Alemania o Italia de los años 30−, algo de lo que por ejemplo los escándalos como el saludo nazi de Musk, simplemente nos distraen (t.ly/4L9b2).

Su programa, en cambio, es el regreso a las soberanías nacionales, las políticas proteccionistas −he aquí donde entra la obsesión trumpista por los aranceles− y la defensa de las identidades culturales amenazadas por la “globalización” y la migración. Desde este punto de vista, estas fuerzas son mucho más conservadoras y reaccionarias que “fascistas”.

Igualmente Trump y el trumpismo más que fruto de un afán de afianzarse como una potencia imperial como lo fue el caso de los regímenes fascistas, se entiende mejor como una expresión de la negativa de las élites estadounidenses a aceptar la realidad de su declive imperial (t.ly/HuEQa) y de su incapacidad de construir su futuro en un mundo cambiante más allá de culparlo todo a China y a “otros países que nos están estafando”.



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