La verdad es que no recuerdo el mes (habrá sido febrero o marzo de 1973) y tampoco el nombre del periodista uruguayo a quien entregué un texto muy gordo con noticias sobre las crueldades de la dictadura brasileña de aquella época, para que él lo distribuyera por diarios de todo el mundo.
Cuando terminó de leerlo, me preguntó qué haría yo en Buenos Aires. Le contesté que trataría de vender artículos y reportajes a Brasil, y entonces me dijo: “Hay un compatriota mío que va a presentar una revista, a lo mejor logras algo con él”.
El compatriota era Eduardo Galeano, y la revista era Crisis, lanzada en mayo de aquel 1973, que se transformó rápidamente en la publicación cultural más importante del medio siglo en América Latina, Se equivocan los que dicen que Galeano y yo fuimos amigos.
Lo fuimos, es verdad, pero por cuatro o cinco meses a lo sumo.
Pronto me di cuenta de que él era el hermano mayor que no me dieron mis padres, sino la vida.
Desde que nos acercamos –y estoy hablando de 1973, léase más de 50 años–, mi vida alzó vuelo.
Me parece absurdo mencionar que hoy se cumplen 10 años del único viaje sin vuelta de ese viajero incansable.
No voy a llamar para contar cosas o preguntar cosas, como hice cuando supe de su partida.
Voy a sentarme con calma, pedir un buen vino y brindar por toda esa vida que él me enseño a ver y a vivir.