"Hoy, más que nunca, es un buen momento para reconocer que América Latina y el Caribe requieren de unidad y solidaridad de sus gobiernos y de sus pueblos, a fin de fortalecer una mayor integración regional, siempre en el marco del respeto mutuo y la observancia de la soberanía e independencia de nuestros países", dijo la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo ante sus pares, los cancilleres y vicecancilleres que asisten a la novena Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) celebrada en Tegucigalpa, Honduras.
Además del llamado a la unidad, la mandataria ratificó las grandes líneas que guían la política exterior de su gobierno, las cuales rescatan y actualizan lo mejor de la tradición mexicana: rechazo categórico a "las sanciones y bloqueos comerciales, que sólo dañan el bienestar de los pueblos y no construyen regiones de paz y prosperidad", como los que Washington mantiene contra Cuba y Venezuela; condena al "racismo, el clasismo, la violación a los derechos humanos y la criminalización" de los migrantes, con el combate a las causas estructurales de la desigualdad, desempleo y violencia como mejor estrategia para reducir los flujos internacionales de personas, e impulso del multilateralismo, a fin de avanzar en comercio, educación, ciencia, desarrollo tecnológico, energías limpias, conservación de la biodiversidad y otros rubros.
En resumen, la presidenta Sheinbaum llevó a la Celac una visión, la de la prosperidad compartida, que cobra vida en el lema "Por el bien de todos, primero los pobres". Su mensaje y el proyecto que representa constituyen una lección para las derechas, que refuerzan el sometimiento a las oligarquías internas y al imperialismo externo, pero también para las falsas izquierdas que traicionan el mandato popular al hacer en el poder todo lo que criticaron desde la oposición. Asimismo, muestran que nos encontramos ante una coyuntura histórica para la política exterior mexicana, en la que los principios y el liderazgo del Estado mexicano pueden animar a la región a pensar en la integración, la solidaridad, la búsqueda del bienestar, la defensa de los migrantes e incluso la proyección latinoamericana como un actor internacional respetado y con peso en el concierto global.
Como señaló la Presidenta, Latinoamérica y el Caribe no es una mera región geográfica, sino una "comunidad de destino, unida por la historia, por la diversidad, la resistencia y sobre todo los sueños de justicia". Hay que hacer votos por que los gobernantes del ámbito latinoamericano y caribeño, incluidos aquellos que se encuentran en las antípodas del progresismo, cobren conciencia de esta unidad de destino, de que es vano perseguir objetivos políticos o económicos a los vecinos, y se sumen a la cooperación en el marco del respeto a las soberanías y a la diversidad. En particular, cabe desear un compromiso inaplazable en favor de Haití, el país más castigado de la región, el que sufrió el ensañamiento de los imperios por haber sido el primero en prender la llama de la independencia.
Desde México, es inevitable congratularse de que el país se coloque de nuevo a la vanguardia de sus pares latinoamericanos después de haber sido relegado a una vergonzosa retaguardia en el periodo neoliberal.