No es la primera vez que Donald Trump deja a su administración y a su nación como un payaso ante el mundo.
La nueva era comercial trumpiana, lanzada el “Día de la Liberación”, apenas duró una semana. Menos mal. Pero en un típico acto de autodestrucción rencorosa, Trump aumentó sus aranceles a China a 125 por ciento.
No sorprende que el más desafiante de los enemigos de Estados Unidos en esta nueva guerra comercial se encuentre siendo señalado para recibir un último castigo, excepto que las cosas ahora son tan tontas que hemos ingresado al mundo teórico del iPhone de dos mil dólares.
En la situación actual, la última represalia de China en la guerra comercial con Estados Unidos la deja con un arancel de 84 por ciento sobre sus importaciones procedentes de Estados Unidos. Tras una serie de medidas, Estados Unidos ahora impone un arancel de hasta 125 por ciento a las importaciones chinas.
Amenaza para la estabilidad
A pesar de las sorprendentemente generosas concesiones de 90 días para el resto del mundo, la escalada del conflicto económico con China sigue representando una seria amenaza para la estabilidad. Representando alrededor de 46 por ciento del producto interno bruto (PIB) mundial, las dos economías más grandes han cesado, en la práctica, el comercio de bienes entre sí. Por el momento, esto es todo. Es posible que se haya evitado un cataclismo global, y la pausa podría incluso generar reducciones útiles en otras barreras comerciales.
Tal vez lo que finalmente asustó a Trump fue la muy despreciada (por él) Unión Europea (que representa otro 15 por ciento del PIB mundial), que acababa de anunciar planes de imponer aranceles de represalia, incluidos algunos dirigidos a estados con inclinaciones republicanas, como el jugo de naranja de Florida y la soya del Medio Oeste.
Al igual que durante la primera presidencia de Trump, la administración se vio obligada a realizar intervenciones de emergencia para impulsar los precios agrícolas. Astutamente, las sanciones de la UE se aplicarían lentamente, extendiéndose hasta finales de año, lo que brindaría una amplia oportunidad para las negociaciones comerciales. Ahora, este margen puede aprovecharse fructíferamente.
Sin embargo, para Estados Unidos y China, este cierre del comercio físico de bienes se asemeja a los primeros días de la pandemia de COVID-19. Salvo, claro está, que esta vez no es una cepa de coronavirus previamente desconocida la que ha asestado un golpe externo, sino las acciones conscientes del Sr. Trump. Cabe recordar que se trata de un golpe completamente autoadministrado a una economía estadunidense sana.
Daño al consumidor
El daño infligido a ambos países será precisamente el que la teoría económica y la dolorosa experiencia pronostican. Los consumidores de ambos países se enfrentarán a precios más altos , ya que los aranceles son una forma de impuesto selectivo sobre las ventas, que grava productos extranjeros o parcialmente extranjeros, y que en su mayoría recae en los compradores.
En China, los aranceles estadunidenses afectarán a empresas y personas que fabrican de todo, desde iPhones y coches Tesla hasta gorras Maga y juguetes. Para los estadunidenses, son malas noticias para los agricultores que intentan vender su soya, maíz, algodón y carne de res a los ansiosos productores chinos de alimentos. En ambos casos, los consumidores, los trabajadores, los dueños del capital y los gobiernos que dependen del crecimiento económico para financiar sus presupuestos sufrirán. Los efectos de los aranceles punitivos van mucho más allá de la actividad comercial y se propagan rápidamente por cualquier economía y de un país a otro.
Por muy malos que hayan sido los aranceles, y a su manera sin precedentes y devastadores, la incertidumbre es aún peor. Empresas que consideran invertir, personas que piensan mudarse, ahorradores que buscan jubilarse… todos atormentados por la turbulencia de los mercados, que afecta a la economía real.
Incertidumbre
Incluso ahora, no podemos estar seguros de qué sucederá en 90 días, ni de dónde desembocará la ridícula escalada de aranceles chinos y estadunidenses. Esperemos que con una tregua y uno de los mayores giros de 180 grados de Washington que se recuerdan.
Este caos e incertidumbre encontraron una elocuente manifestación externa y visible en los mercados de capitales. Las fuertes rebajas en las acciones más expuestas a las guerras comerciales (automotriz, farmacéutica, aeroespacial, bancaria) fueron las primeras señales de alerta. Luego aparecieron indicios de que el contagio se estaba extendiendo al mercado de bonos del Tesoro estadunidense, que es, con diferencia, la deuda soberana más importante del mundo, ampliamente distribuida y en grandes cantidades.
El dólar estadunidense es la moneda de reserva mundial, y la deuda pública estadunidense denominada en dólares es el principal activo de reserva mundial. La última subasta de estos bonos, que financian al gobierno federal de Estados Unidos, fue inusualmente difícil, sobre todo teniendo en cuenta que los bonos del Tesoro son un refugio tradicional en tiempos difíciles, pero no cuando Estados Unidos es la causa de los problemas.
Bonos
Uno de los principales tenedores de bonos del Tesoro es el gobierno chino. Si bien no hay evidencia específica de ninguna venta de bonos por venganza para fastidiar a la administración Trump, también es cierto que si se impide a los ciudadanos y empresas chinos comprar productos estadunidenses, necesitarán menos dólares, con un efecto evidente en los mercados. Esta constatación habría pesado mucho incluso en la impulsiva Casa Blanca de Trump.
Durante la crisis financiera mundial de 2008-2010, el pánico en los mercados financieros se extendió a los mercados de deuda soberana de algunos países europeos, lo que a su vez amenazó la supervivencia del euro. Seguramente existía cierta preocupación de que esto pudiera volver a ocurrir, con la inestabilidad añadida de un dólar más volátil.
Cambio de rumbo en Reino Unido
El último giro en la historia de los aranceles de Trump evoca recuerdos particulares en los británicos. Cuando el Reino Unido sufrió un descalabro económico similar durante el breve mandato de Liz Truss en 2022, la llamada crisis del “minipresupuesto”, fue la reacción de los mercados la que obligó a la entonces primera ministra a cambiar rápidamente de rumbo, revertir la mayoría de sus imprudentes recortes de impuestos sin financiamiento, destituir a su ministro de Hacienda y, poco después, dimitir. Nadie espera que el presidente Trump corra la misma suerte, aunque sólo sea porque está más protegido de cualquier revuelta paralela en el Congreso... pero el cambio es igualmente drástico.
La presión política sobre la Casa Blanca para que, al menos, suspendiera la política se había vuelto demasiado fuerte como para que el presidente la desestimara con una publicación optimista en redes sociales. Las divisiones en el Partido Republicano y el movimiento Maga se habían vuelto críticas, con Elon Musk y el senador Ted Cruz a la cabeza de la ofensiva contra Trump.
El Sr. Trump no ocultó su “afición” por los aranceles durante su primer mandato y de nuevo durante su última campaña electoral. Lo que ni sus aliados ni el mundo en general estaban preparados era para la magnitud, la velocidad y la absoluta irracionalidad de lo que reveló en la Rosaleda de la Casa Blanca la semana pasada.
Invierno nuclear económico
El caos subsiguiente ha superado cualquier turbulencia de su primer mandato, salvo la letal insurrección del 6 de enero de 2021. Es de esperar que lo peor de esta fase del segundo gobierno de Trump haya pasado y se haya evitado el “invierno nuclear” económico predicho por sus propios aliados.
El legado indeseable es un mundo que ha perdido aún más la confianza en la economía estadunidense y, al igual que en el ámbito de la defensa, ha empezado a plantearse opciones que no dependan de la personalidad caprichosa del presidente Trump. El caos ya le ha costado caro a Estados Unidos, convirtiéndolo en uno de los aliados más indignos de confianza, un lugar más arriesgado para hacer negocios. La terrible realidad es que nos esperan casi cuatro años más de este tipo de líos.
El verdadero “Día de la Liberación” llegará cuando el señor Trump deje la Casa Blanca.