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Rescatar el campo

08 de abril de 2025 00:01

Agricultura y campesinos son esenciales para que nuestro país tenga un futuro viable. Los alimentos son un arma poderosa cuando están en manos de las naciones del norte y las agroempresas, y una enorme debilidad para quienes carecen de ellos y deben adquirirlos en el mercado mundial. En plena guerra comercial global, la importancia geoestratégica de la comida es aún mayor. Joao Pedro Stedile es uno de los principales dirigentes del Movimiento Sin Tierra (MST) en Brasil. Egresado del posgrado en la Facultad de Economía en la UNAM, es también referencia de Vía Campesina. Desde hace muchos años no se cansa de decir que “un país que no protege su agricultura y los alimentos, con el fin de garantizar la alimentación para todo el pueblo, es un país condenado al fracaso”. 

No es el único en sostenerlo. El agricultor Ibrahim Coulibaly, nacido en Malí y representante campesino de África Occidental, sostiene: “En el norte siembran subsidios y nosotros cosechamos deudas. Hay que abandonar la política basada en la importación de alimentos”. 

Para sortear estas fatalidades, con el gobierno de Andrés Manuel López Obrador se anunció un cambio en la política agrícola, en que, según la Secretaría de Agricultura, la autosuficiencia sería clave. “Esta estrategia implica avanzar en una mayor producción interna de granos, en particular maíz, frijol, trigo harinero y arroz; así como en leche, carne de res, cerdo, pollo y pescado” (https://shorturl.at/jVNg2). 

Sin embargo, como si fueran lo mismo, funcionarios del sector, comenzaron a hablar también de soberanía alimentaria. Pero, autosuficiencia alimentaria, seguridad alimentaria y soberanía alimentaria son conceptos distintos. Según la FAO, la autosuficiencia alimentaria es una condición bajo la cual las necesidades alimentarias de una población, país o región son cubiertas y satisfechas mediante la producción local. 

Esta política tiene una larga historia en el país. En 1980, el presidente José López Portillo, quien presumía que nadaríamos en la abundancia petrolera, creó el Sistema Alimentario Mexicano, para hacernos autosuficientes en maíz y frijol en 1982 y excedentarios en otros productos a partir de 1985. Se inyectaron al campo ganancias por las ventas del oro negro y se dispararon las cosechas de maíz y frijol. Empero, la bonanza petrolera se esfumó y tuvimos una terrible sequía. El sueño de autosuficiencia se esfumó. Con las políticas de ajuste y estabilización, su uso casi desapareció. Fue hasta 2018 que comenzó a hablarse nuevamente en México de ella. 

En la fase de ascenso de la ola neoliberal, los promotores de la teoría de las ventajas comparativas y el libre comercio impulsaron la seguridad alimentaria, entendida como disponibilidad y acceso a los alimentos necesarios para satisfacer las necesidades nutricionales. No se requería –aseguraban sus promotores– que los países produjeran su comida, bastaba con asegurar víveres suficientes para alimentar a su población, así como recursos necesarios para adquirirlos en el mercado global. Según ellos, era más conveniente importar alimentos de las naciones desarrolladas, que los vendían más baratos, que cultivarlos localmente con mayor costo. 

Lo importante era asegurar el abasto. Los desastres de esta política en el agro mexicano, legitimada por el TLCAN y el T-MEC, están a la vista. Como reacción a esta estrategia que condenaba a las naciones a perder su base productiva agropecuaria, Vía Campesina acuñó el término de soberanía alimentaria en el marco de la Cumbre Mundial de la Alimentación de 1996. Desde entonces, el uso (y abuso) del concepto se ha extendido, al punto de que, frecuentemente, se ejecutan políticas en su nombre que nada tienen que ver con su espíritu original. 

La soberanía alimentaria –según los autores del término– es el derecho de los pueblos a alimentos saludables y culturalmente apropiados, producidos mediante métodos ecológicamente respetuosos y sostenibles. La columna vertebral de los sistemas alimentarios y agrícolas soberanos son los campesinos y los pueblos. En lugar de responder a las demandas de mercados y corporaciones, deben predominar aspiraciones y necesidades de quienes producen, distribuyen y consumen alimentos. Al ser un derecho, no debe estar sujeta a las leyes del mercado. Algo no funcionó. 

A pesar de las declaraciones de que en México avanzamos en la autosuficiencia y la soberanía alimentaria, y de la danza de las cifras de funcionarios, estamos muy lejos de ellas. Somos cada vez más dependientes de las importaciones agropecuarias de EU. En 2024, la producción de maíz en México fue la más baja en 10 años: apenas 23.3 millones de toneladas, la más reducida desde 2014. Peor aún, la de maíz blanco para consumo humano tuvo su menor nivel en 12 años: 20.3 millones de toneladas. 

Obviamente, las importaciones del cereal se han incrementado. En 2024 llegaron a 23.9 millones de toneladas. En el caso del arroz y el frijol, las compras al exterior durante 2024 alcanzaron cifras récord: 320 mil toneladas del cereal y 959 mil de la leguminosa. Nuestras importaciones de trigo representan 69 por ciento del consumo nacional. La producción de oleaginosas se redujo en 26 por ciento. La primera medida anunciada en el Plan México del nuevo gobierno consiste en “aumentar la soberanía y la autosuficiencia alimentaria”. Sin embargo, la producción no crece por decreto. 

Si se desea rescatar el campo, deben modificarse muchas políticas y aumentar el presupuesto del sector. El T-MEC, por ejemplo, es una muralla infranqueable para la sobrevivencia de los pequeños productores agrícolas. Es positivo, pero insuficiente que se planee ejecutar algunas acciones de fomento. Pero crear una Conasupo o Inmecafé bonsái, sin la participación activa de labriegos o caficultores, no tiene futuro. No hay soberanía alimentaria viable imponiendo a agricultores familiares y a sus uniones medidas desde arriba. La soberanía alimentaria será obra de los campesinos organizados autónomamente o no será. 

X: @lhan55

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