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De Venezuela a la Alemania nazi

28 de marzo de 2025 00:01

Uno de los pocos instrumentos que le quedan a la oposición mexicana y a sus benefactores extranjeros es un segmento de opinión que podría llevar el apellido de pública, de no ser porque en realidad opera, lo sepa o no, para un conjunto de intereses privados, tanto locales como foráneos: esa opinión pública, alimentada con odio, pesimismo y percepciones de catástrofe y orientada por la gran mayoría de los medios formales, sus opinioneros y las redes sociales controladas por dos o tres magnates, debiera denominarse opinión privada; es impermeable a la información real y verificada; habita en un país infernal y casi irremediable, parecido a las casas de los sustos de las ferias, y posee un catálogo inagotable de descalificaciones a la transformación en curso que no pasan por la razón, sino por una semiótica manipuladora a la que casi diariamente, y desde hace muchos años, se le agregan nuevos elementos.

Esa opinión, minoritaria pero persistente, sigue echando mano de los videoescándalos de 2004 –cuyos implicados fueron absueltos–; de la campaña negra de 2006, que tenía como eje rector el “peligro para México”; de una reflexión de Andrés Manuel López Obrador sobre el precio de la gasolina, que data de 2010 –es decir, en condiciones previas a la reforma energética peñista–, o del célebre saludo a la mamá de El Chapo, una señora que no tuvo nunca una imputación judicial.

La poca racionalidad –por no decir el fanatismo– de este segmento de la sociedad mexicana la llevó, hace menos de un año, a creer a pie juntillas a los comentócratas que acuñaron el embuste de que la victoria de Xóchitl Gálvez en la elección presidencial no sólo era posible, sino hasta inevitable, pese a que todas las encuestas serias la colocaron sistemáticamente muy por debajo de la actual mandataria. Los éxitos de la 4T en reducción de la pobreza, infraestructura, política exterior, democratización, combate a la corrupción, expansión de derechos y seguridad pública –sí, también en ese terreno se han tenido importantes avances– llevaron a concluir a muchos simpatizantes de la oposición que la mayoría de la población es estúpida: sólo de esa forma pueden explicarse que la gente haya repetido e incrementado en 2024 su preferencia electoral masiva de 2018.

“Disfruten lo votado”, exclaman cada vez que una circunstancia adversa, vinculada o no a la acción de los gobiernos de López Obrador y de Claudia Sheinbaum, les da la oportunidad de dar rienda suelta a su amargura.

En tales condiciones, esa opinión que, sabiéndolo o no, sirve a intereses privados que querrían dar marcha atrás a la historia para recuperar sus privilegios y sus negocios inmundos, empezaba a acostumbrarse, aunque nunca a resignarse, a la triste realidad de que la Cuarta Transformación nos había convertido en Venezuela. Pero de pronto, un golpe de efecto disfrazado de golpe de realidad la colocó ante un escenario mucho más terrible: no, en realidad en este país se había venido construyendo una réplica de la Alemania nazi. ¿Pruebas? Pues la existencia en Jalisco de un campo de exterminio equiparable al de Auschwitz; un sitio del más inenarrable horror que parecía reproducirse a lo largo y ancho del territorio nacional. En esos lugares, provistos de hornos crematorios –como los de los nazis–, habrían sido asesinados las decenas de miles de desaparecidos que registra el país. Basta con que media docena de opinioneros repitan en forma bien orquestada “campo de exterminio” y “horno crematorio”, para que los estados de ánimo cultivados por la permanente campaña de desinformación sientan que el suelo se hunde bajo sus pies.

Ante los exaltados por la siembra de fobias y calumnias, de poco sirve señalar que a diferencia de las instalaciones alemanas destinadas a consumar el genocidio, el rancho de Teuchitlán no fue establecido por el gobierno, sino por un cártel; que era en realidad un centro de entrenamiento de sicarios; que el propósito central de llevarlos allí –la mayoría, a la fuerza– no era matarlos, sino capacitarlos como criminales; que el lugar estuvo en manos de la fiscalía general de Jalisco desde septiembre del año pasado –todavía bajo el gobierno de Enrique Alfaro– hasta hace unos días; que en todo ese tiempo esa instancia no movió un dedo para investigar nada, y que lo único que hizo desde que los Guerreros Buscadores de Jalisco dieron con el sitio hasta que éste pasó al control de la Fiscalía General de la República fue manosearlo y enturbiarlo todo.

Al amparo de estas distorsiones, la derecha que desgobernó el país, que generó la crisis de seguridad, con desapariciones incluidas, y que cobijó a los cárteles ahora se presenta como adalid de los derechos humanos y como acompañante de las madres buscadoras. Sobre la mentira sistemática, la inescrupulosa y canallesca utilización del dolor de las víctimas.

No importa –insisten los intoxicados por la campaña de descrédito–: el hecho es que ya dejamos de ser Venezuela y ahora somos la Alemania nazi.

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