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La bioculturalidad: orígenes y desarrollo en México

25 de marzo de 2025 00:01

De acuerdo con Thomas Kuhn (1962), la evolución de la ciencia se da cuando un paradigma es cuestionado y sustituido por otro, dando lugar a lo que él llama una “revolución científica”. Un paradigma es un sistema de creencias, principios, valores y premisas que determinan la visión que determinada comunidad científica tiene de la realidad, el tipo de preguntas y problemas que es legítimo estudiar, así como los métodos y técnicas válidos para la búsqueda de respuestas. En las últimas décadas la ciencia, las academias y los académicos han visto la aparición, desarrollo y consolidación de nuevos paradigmas, entre los que pueden citarse a la etnobiología/ etnoecología, la sustentabilidad (o desarrollo sustentable), la agroecología, el metabolismo social, la ecología política y, más recientemente, lo biocultural. Todos son expresiones de la articulación entre ciertos campos de las ciencias naturales con otros de las ciencias sociales. 

Por sugerencia de Diego Prieto, director del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), está en desarrollo en esa institución un proyecto llamado Espejos, en el que se está trazando el origen y desarrollo del paradigma biocultural en nuestro país, a partir de los aportes realizados por Eckart Boege y quien esto escribe. Se llama Espejos porque durante los útimos 30 años nos hemos espejeado y dejado de espejear, y vuelta a espejearnos en torno al tema. El proyecto lo conduce Aída Castilleja y será publicado como un capítulo en el libro sobre los 85 años del INAH. 

La pregunta, sin embargo, es cuándo y cómo surgió lo biocultural. Se considera que la obra fundacional y detonadora de lo biocultural en el mundo es el libro editado por Luisa Maffi, On Biocultural Diversity (Smithsoian Institute Press, 2001), en el que contribuí con un capítulo sobre México. Esa autora retomó como fuente de inspiración las reflexiones de Darrell Posey, quien organizó en 1988 el primer Congreso Internacional de Etnobiología en Belem, Brasil, evento que ya cumplió 18 ediciones, la última en Marruecos, en 2024. Este impulso fue adoptado en México por Javier Caballero-Nieto (1950-2000), quien encabezó la organización del tercer Congreso Internacional de Etnobiología, en 1992. La herencia biocultural siguió su curso en el país, y hacia 2008 aparecieron de manera casi simultánea dos obras claves: Patrimonio biocultural de los pueblos indígenas de México, de Eckart Boege, y La memoria biocultural, de Narciso BarreraBassols y quien esto escribe. 

En nuestro libro definimos lo biocultural como la confluencia entre la diversidad biológica, la diversidad lingüística y la riqueza de especies domesticadas de plantas o animales. Tomadas juntas, estas dos obras han recibido más de 4 mil citas, según el Google Académico. Como ha mostrado una revisión reciente (T. González-Rivadeneyra, 2023: https://www. sciencedirect.com/science/article/abs/pii/ S0039368123001024), estas dos publicaciones tuvieron enorme repercusión en buena parte de las academias de América Latina. Hacia 2011 tuvo lugar otro suceso notable: la fundación de la Red sobre el Patrimonio Biocultural de México, que formamos una decena de académicos y que surgió como respuesta a una convocatoria del Conacyt. Esta red sigue vigente, hoy llega a 272 miembros de 70 instituciones, y ha publicado unos 60 libros (https://patrimoniobiocultural.com/). 

Termino con lo que quizás es el hecho más significativo de esta brevísima historia. El anuncio de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp) y de la Semarnat para crear la figura de “regiones bioculturales” en la ley y decretar esos territorios especiales. El anuncio fue hecho hace unos días en la primera y única Reserva Intermunicipal Biocultural del Puuc, en Yucatán, creada por seis municipios mayas en una superficie de 135 mil hectáreas, con un área de influencia de medio millón de hectáreas (https://jibiopuuc.org.mx/jibiopuuc/). Por algo somos el segundo país con mayor riqueza biocultural del mundo después de Indonesia y antes que Australia, Brasil y China. 

Dedico este ensayo a Antonio Saborit, director del Museo Nacional de Antropología en Chapultepec, a quien prometí un texto de síntesis para introducir el tema en las nuevas salas de ese estupendo recinto.

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