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Ajuste global

24 de marzo de 2025 00:01

El guion estaba escrito. Se propuso durante el gobierno del presidente Biden, hace dos años. Ahora se ha retomado el planteamiento central de tal guion, con variaciones profundas en la interpretación de las cuestiones que se contemplan y cómo enfrentarlas. Recojo aquí las premisas de lo que ahí se discutía, sin una evaluación de su significado. Se trata de encuadrar un debate actual de amplio significado político y considerables repercusiones. 

En abril de 2023, Jake Sullivan, asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, presentó en la influyente Brookings Institution la iniciativa titulada: “Renovando el liderazgo económico de Estados Unidos”. Ahí se reconocía explícitamente que los cimientos del orden económico internacional creado después de la Segunda Guerra Mundial se habían desgastado. Como muestra se señalaban una serie de cuestiones como: el rezago en las condiciones de muchos trabajadores y de sus comunidades por el efecto del proceso de globalización, las repercusiones de la crisis financiera de 2007, la manera en que la pandemia puso en evidencia la fragilidad de las cadenas de suministro y, además, el cambio climático, que amenaza la subsistencia. Se añadían la invasión de Ucrania por parte de Rusia, que exhibía los riesgos asociados con la seguridad y, también, las consecuencias de la dependencia del petróleo y la electricidad como ocurría en el caso de Europa. 

Se trataba, pues, según el guion de Sullivan, de forjar un nuevo Consenso de Washington que remplazara al muy controvertido plan formulado en 1989, que proponía un conjunto de medidas y acciones de políticas públicas que dieron pauta al establecimiento del régimen neoliberal. El guion advertía que, en el marco de una sobresimplificación de la eficiencia de los mercados, a la par de la extensa liberalización del comercio y los flujos de capital, segmentos completos de las cadenas productivas de bienes estratégicos se habían desplazado a otros países. Con ellos se habían movido también la actividad industrial y los puestos de trabajo. 

Así que, al contrario del supuesto neoliberal, el tipo de crecimiento económico que se quería alentar no era neutral; en cambio, sus repercusiones provocaban desigualdad productiva y económica, marginación social y diferenciación regional. Sumado a esto se había privilegiado al sector financiero, mientras otras actividades que conformaban la capacidad industrial del país, desde la infraestructura hasta la producción de semiconductores, fueron relegadas. 

El documento que proponía un nuevo consenso planteaba cuatro puntos considerados desafíos. El primero señalaba que la base industrial de Estados Unidos se había vaciado; la visión de la inversión pública que había sustentado la expansión productiva se había desvanecido y dado espacio a la reducción de los impuestos, la desregulación y la privatización por encima de la acción pública. El segundo desafío consistía en la necesidad de adaptarse al nuevo entorno definido por la competencia geopolítica y de seguridad y por sus consecuencias económicas. La globalización y la integración que conlleva no habían generado más confluencia y cooperación, asunto que se manifestaba de modo primordial respecto a China, tanto en cuestiones económicas como en materia militar. El tercer desafío se refería a la aceleración de crisis climática y a la necesidad de una transición energética. Finalmente, se consideraba el asunto de la desigualdad, expresada en detrimento de la democracia. Un aspecto considerado en el nuevo consenso resaltaba que las políticas internas que se habían aplicado fallaban en tomar en cuenta las consecuencias de las políticas económicas a escala internacional. 

El resultado electoral de noviembre de 2024 anuló de tajo el nuevo consenso. Se impone rápidamente una visión antitética del poder político, de la gestión económica y de presencia internacional de Estados Unidos, en una especie de demanda retributiva por el papel que tiene en la escena mundial. 

En las dos décadas siguientes al denominado fin de la guerra fría (1989) el globalismo alteró las expresiones del nacionalismo. Un par de décadas después se iban imponiendo, como un reflujo, nuevas formas de ordenamiento institucional y financiero asentados en nuevas tecnologías y que modificaban el entorno político y el papel del espacio nacional. Así ocurrió en distintas partes del mundo, de modo sobresaliente en Rusia, China, India y Turquía. En 2016 se abrió el campo para instaurar en Estados Unidos la visión del movimiento MAGA, que ha vuelto al poder. 

El vertiginoso impulso político mostrado en pocas semanas por el nuevo gobierno expone las muy distintas posibilidades que un diagnóstico sobre el retraimiento de la posición de Estados Unidos en la escena mundial conlleva en la acción de gobierno y el replanteamiento del poder en el sistema mundial. 

El nuevo consenso esbozado en 2023 aparece, hoy, sin fuelle alguno, como si fuese un tanto cándido ante el embate que está en curso. El nuevo esquema se sustenta en la confrontación, como se expresa de modo esquemático en un conjunto de medidas. Una es la aplicación de tarifas. Esto cuestiona abiertamente el sistema de libre comercio. Además, se vincula con la coerción en materia de seguridad, como se ha expresado abiertamente: “Aquellos países que quieran estar bajo la sombrilla de la defensa han de estar también bajo la sombrilla del comercio equitativo”. Otros rasgos abarcan grandes cortes en el presupuesto federal para reducir el déficit, presionar a la Reserva Federal para reducir las tasas de interés, debilitar el valor del dólar y atraer más inversión extranjera directa. Este es un cascarón bajo el cual hay otras iniciativas encaminadas a recuperar la fortaleza nacional y una nueva forma de hegemonía. Se apunta a un ajuste global y al reposicionamiento de los espacios nacionales. Un escenario en proceso de conformación, turbulento por naturaleza.

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