Me gustaría contarles una historia sobre una joven. Sus padres eran de Siria y, como muchos otros antes, procedentes de todo el mundo, llegaron a Estados Unidos para formar una familia y dar a sus hijos una vida mejor. Esta es la historia del país, la historia de los inmigrantes. Los padres se establecieron en una comunidad sirio-estadunidense, como antes que ellos los inmigrantes irlandeses, italianos, alemanes y polacos habían gravitado hacia sus propias comunidades, un puerto seguro donde echar raíces y crecer como nuevos estadunidenses.
Pero esta comunidad sirio-estadunidense no estaba en un lugar cualquiera: estaba en mi pueblo natal, Flint, Michigan. A miles de kilómetros de Siria, construyeron un nuevo hogar y tuvieron una hija, ciudadana estadunidense, allí en Flint. La niña creció a la sombra de las fábricas bombardeadas de la General Motors, y, por el tiempo en que ella salía de la preparatoria y entraba en la universidad, el gobernador de Michigan, en un acto de terrorismo político, desvió el agua de la ciudad, envenenando a los pobladores. Esto causó la muerte de personas en Flint y dejó a sus niños envenenados de por vida. Y el gobernador no enfrentó consecuencias por ese crimen, no fue detenido ni se le fincaron cargos por homicidio. No resultó culpable de nada, fuera de manejar el gobierno como un negocio. Un verdadero patriota, un hombre blanco estadunidense de pura cepa, que mostró su indiferencia hacia una ciudad de mayoría negra.
Pero, pese a todo, esta pequeña que creció aquí no se marchó, aunque tuvo la oportunidad. Después de la preparatoria, estudió en el campus de la Universidad de Michigan en Flint, donde esta hija de inmigrantes tuvo excelente desempeño en ciencia y biología. Realizó investigaciones sobre el virus Zika, el trabajo infantil en India y el envenenamiento por plomo en Flint debido al agua envenenada.
Cuando se graduó con honores, en la primavera de 2018, no fue sólo un birrete de graduación entre un mar de estudiantes ese día: ella fue electa vocera de su generación. En palabras de los administradores escolares que le confirieron ese honor, ella era el epítome de la tradición de los líderes y los mejores en la Universidad de Michigan.
Ante la orgullosa mirada de sus padres sirios, Noor Abdalla dirigió un discurso a sus compañeros estudiantes. Les habló de su crianza y luego describió los horrores de la guerra civil en Siria, que en ese tiempo entraba en su octavo año sangriento. Y luego… dijo esto:
“Todos somos muy privilegiados de vivir en un país como éste, y de recibir una educación que es segura y accesible… Voy a clases y sé que estoy segura en muchas formas. No sólo a salvo de un ataque aéreo, sino también segura de decir lo que pienso siempre que lo considero necesario. Segura de conversar con mis profesores y de tener pláticas apasionadas sobre temas que amo. Y segura de soñar en grande.
“Debemos aceptar nuestro privilegio y encauzarlo hacia algo mayor, encauzarlo para ayudar a quienes quizá no tienen acceso a una educación, a quienes tienen que viajar muchos kilómetros para llegar a la escuela, a quienes tienen prohibido aprender y a quienes no saben leer o escribir.
Generación 2018: ¡en qué mundo vivimos! Encendemos la televisión y vemos una tragedia devastadora tras otra, ya sea violencia con armas en preparatorias en todo el país, tiroteos en masa, discriminación basada en el color de la piel, e incluso en nuestra propia ciudad, con nuestra crisis del agua en Flint.
Fue un discurso hermoso y potente, que terminó con una cita de Nelson Mandela: La educación es el arma más poderosa que puede usarse para cambiar el mundo.
Bueno…
Siete años después, Noor Abdalla no está a salvo.
No está segura para decir lo que piensa en campus universitarios… como tampoco nadie más. Si la educación es el arma más poderosa que puede usarse para cambiar el mundo, entonces tiene sentido que el gobierno de Trump tome como blancos a los estudiantes en los campus universitarios al atacar y desmantelar al Depatamento de Educación, prohibir libros y atemorizar a la gente para hundirla en el silencio.
Hace una semana, esta misma Noor Adballa, que tiene un embarazo de ocho meses, y su marido, Mahmoud Khalil, regresaron a su departamento, en un edificio habitacional para estudiantes graduados, y fueron confrontados por una banda de hombres blancos que se negaron a identificarse. El líder de ese grupo era de mediana edad con panza de cervecero, vestido con pantalones de gabardina y una playera con un cómic de Marvel. ¡Te tenemos, le dijo a Mahmoud. Y, cuando estos gorilas se llevaban a rastras al esposo de Noor, ella les preguntó quiénes eran, a qué departamento gubernamental representaban, cómo se llamaban.
No damos nuestros nombres, dijo uno de ellos mientras metían a Mahmoud en una camioneta y se lo llevaban entre las sombras de la noche.
Todo esto parecería demencial –estrafalario, imposible, ficticio–, excepto por el inconveniente de que vivimos en un mundo de videos documentales, y todo fue captado en video por la propia Noor Abdalla, joven de Flint, Michigan, vocera de su generación en la Universidad de Michigan en Flint en 2018. Una joven armada con una educación y una cámara.
Este es el video tomado por Noor Abdalla de la captura ilegal de su marido. Lo tomó presa de un terror absoluto, al ver que era al parecer secuestrado por un grupo de esbirros blancos, sin saber si volvería a verlo. Todo el mundo debería verlo: https://youtu.be/FW7-BkyDWsw
Mahmoud Khalil fue detenido por el gobierno de Donald Trump debido a que fue una voz destacada en apoyo a los gazatíes durante las protestas del año pasado contra Israel en el campus de la Universidad Columbia. Foto tomada de Internet proporcionada por la familia de Mahmoud Khalil
Mahmoud Khalil, el esposo de Noor, fue una voz destacada en apoyo a los gazatíes en las protestas contra el genocidio en el campus de la Universidad Columbia, el año pasado. Los padres de Mahmoud son palestinos, y él creció en un campo de refugiados en Siria. Cuando se extendió la guerra, Mahmoud se convirtió en refugiado tanto de Palestina como de Siria, al reubicarse su familia en un campo de refugiados en Líbano. Desde esa infancia imposible, Mahmoud Khlalil se elevó hasta una de las instituciones educativas de mayor nivel en el mundo, la Universidad Columbia, de donde era estudiante graduado, así como residente documentado permanente de Estados Unidos con su tarjeta verde, emitida por el gobierno. El titular de una tarjeta verde tiene virtualmente los mismos derechos que un ciudadano común, excepto el derecho a votar.
El gobierno estadunidense no tiene fundamento legal para detenerlo ni para deportarlo. Cuando se le preguntó por qué el gobierno de Donald Trump trata de revocar la tarjeta verde de Mahmoud y expulsarlo ilegalmente del país, el subsecretario de Defensa Interior adujo que Mahmoud se puso en medio del proceso de una actividad básicamente pro Palestina.
¡Vaya! ¡Actividad pro Palestina! Es para dar miedo. ¡Actividades antiestadunidenses! ¡Los verdaderos estadunidenses apoyan el genocidio, carajo!
¡Mátenlos a todos, mátenlos a todos, mátenlos a todos! ¡Yueséi. Yueséi. Yueséi. Yueséi!
Para dejarlo en claro, las protestas en las universidades no son una amenaza contra Estados Unidos. De hecho, la actividad pro Palestina no es una amenaza contra nadie. Las únicas personas de las que pudiera pensarse que estarían amenazadas por la actividad pro palestina serían quienes quieran asesinar o dañar a palestinos. Esas serían las personas a quienes deberíamos deportar. Comencemos por el tipo de la playera con el cómic de Marvel que puso las esposas a Mahmoud… ¡y agreguemos al inmigrante sudafricano millonario en la Casa Blanca que se ha abierto camino con su saludo nazi hasta el corazón del Partido Republicano!
Hace tres semanas, envié una carta como ésta a mi lista de correos y a mis suscriptores en Substack. Se titulaba Nuestro Chico Maravilla musulmán, y se refería a un estudiante sirio que vino a Estados Unidos, conoció a una joven en Wisconsin, y tuvieron un niño. Ese niño llegó a ser Steve Jobs, el cofundador de Apple. En esa carta escribí cómo la política del gobierno actual de hacer redadas para detener, deportar y separar familias inmigrantes despojará a esta nación de los líderes, científicos, médicos e inventores que en el futuro podrían guiarlo y darle forma. Los deportamos bajo nuestro propio riesgo.
Tres días después de enviar mi carta, me sorprendió enterarme de que había lastimado los sentimientos de copo de nieve de Donald Trump, quien había ordenado a su Casa Blanca reprenderme, llamándome “un ‘cineasta’ desacreditado” (no sé qué significa desacreditado; soy Scout Águila y las monjas me pusieron puros dieces, pero eso de poner comillas adicionales a cineasta fue un golpe bajo y conducirá a numerosas derrotas republicanas en las elecciones de medio término, el año próximo).
Diez días después, el gobierno de Trump envía a su héroe de cómic de Marvel a detener a Mahmoud Khalil.
En la semana posterior a la detención de Mahmoud, universidades en todo el país, en vez de respaldar a sus estudiantes y al derecho constitucional a la libertad de expresión y reunión, ordenaron a sus administradores expulsar a los activistas y manifestantes de sus propios campus. Bajo amenaza del gobierno de Trump, y con los planes anunciados por el Departamento de Justicia de investigar a universidades de todo el país, valiéndose de leyes antiterroristas, las instituciones de educación superior del país se han vuelto contra sus estudiantes y han puesto de manifiesto, como tantas veces antes, la debilidad intelectual de la clase pensante.
Lo que ocurre no es un caso aislado. Es algo extendido e incontenible. Cada ataque de este gobierno es una prueba para ver cómo reaccionan el público, los administradores de las universidades y la prensa. Hasta ahora, está funcionando. La Universidad de California en Los Ángeles ha creado un comité para investigar a sus estudiantes, y Columbia ha hecho lo mismo. En la prestigiosa escuela de periodismo de Columbia, que ha sido y debería seguir siendo un templo dedicado a la Primera Enmienda, los administradores ordenaron la semana pasada a los estudiantes que retiraran comentarios sobre Medio Oriente de sus redes sociales. Nadie puede protegerlos, dijo el decano a los alumnos. Corren tiempos peligrosos.
Pocos días después de apresar a Mahmoud Khalil, el Departamento de Seguridad Interior de Trump también atacó a una arquitecta que asistía a Harvard y a Columbia. Su crimen, aparte de ser mujer, indígena estadunidense y becaria Fulbright, era dar me gusta a tuits que informaban sobre violaciones a los derechos humanos en la guerra en Gaza. Ella ha huido a Canadá.
En un caso más, a la doctora Rasha Alawied se le negó el ingreso a Estados Unidos el jueves de la semana pasada. Ella cuenta con una visa H1-B, que se concede a personas expertas en su campo. Su crimen, aparte de ser mujer y musulmana, fue que visitó a su familia en Líbano. ¿Su empleo? Bueno, su jefe en la división de trasplantes de órganos en la facultad de salud de la Universidad Brown señala que la doctora Alawieh es una integrante crucial en el equipo que se ocupa de poner personas de Rhode Island en la lista de receptores de trasplantes de riñón. El gobierno cree que es una amenaza al público, y sin embargo ella trata de salvar vidas estadunidenses.
La semana pasada, al extenderse las protestas por la nación, en campus y plazas públicas y frente a tribunales, exigiendo la liberación de Mahmoud Khalil, miembros demócratas del Congreso circularon una carta que llamaba al gobierno de Trump a Liberar a Mahmoud… y al final, sólo un vergonzosamente irrisorio grupo de 14 demócratas, de un total de 262 en la Cámara de Representantes y en el Senado, firmó la carta. Catorce.
Esos valientes 14 son los representantes Rashida Tlaib de Michigan, Mark Pocan y Gwen Moore de Wisconsin, Nydia Velázquez de Nueva York, Delia Ramírez de Illinois, Ilhan Omar de Minnesota, Jasmine Crockett y Al Green de Texas, Summer Lee de Pensilvania, Ayanna Pressley y James McGovern de Massachusetts, Lateefah Simon de California, André Carson de Indiana, y Nikema Williams de Georgia. Una decimoquinta legisladora, Alexandria Ocasio-Cortez, escribió una carta separada el día anterior, junto con tres miembros del cabildo de la ciudad de Nueva York.
¿El resto del partido? Callado.
Pero quizás eso no es nada nuevo.
En la primavera de hace 55 años, estudiantes de la Universidad Estatal Kent protestaron contra la guerra de Vietnam. Cuatro alumnos fueron asesinados por la Guardia Nacional y nueve resultaron heridos. ¿Su crimen? Actividad pro Palestina. Ah, no, esperen. Creo que tal vez fue actividad pro Vietnam, no recuerdo con certeza. La tonada ha cambiado, pero la canción es la misma. Al igual que la inacción de quienes dejaron que ocurriera.
Noor, por favor sabe que nosotros, tus vecinos de Flint, estamos contigo y con tu esposo en contra de este acto inmoral. El silencio no es opción.
Originalmente publicado por Michael Moore en:
https://www.michaelmoore.com/p/noor-and-mahmoud-young-hearts-be Traducción: Jorge Anaya