A muchas y muchos de nosotros nos ha cansado el abuso de la palabra resiliencia que entró a los discursos oficiales hace tres décadas, lo cual no impide, al contrario, encontrarla como un buen medio para aceptar que existe la resucitación virtuosa de procesos vitales que se hallaban relegados u olvidados. Pero como el espacio es reducido en esta columna, permítasenos usar el vocablo para enarbolar la bandera emblemática de nuestra vida de investigadora, curiosa y comprometida con el país al que pertenezco y la población de la que formo parte:
Aseguramos desde este espacio que bien quisiéramos fuese una tribuna nacional, la existencia de una fuerza inconmensurable de resiliencia en el pueblo mexicano, incluida la tecleadora, para recomenzar a construir el piso de nuestra cultura material e inmaterial que, aunque sigue en discusión su respectiva definición, por el momento nos comprendemos con nuestros atentos lectores y podemos repetir que, si nunca han desaparecido las raíces, pese al paso de muchas generaciones, muertes en la edad productiva, éxodos de la juventud, enfermedades prematuras en los adultos medianos y mayores, invasión de turisto-residentes extranjeros, pero, sobre todo, invasión apabullante de información, representación glorificada y recreos paralizadores de la inventiva individual en la infancia y adolescencia, pese a todo ello, subsiste la cultura propiamente mexicana y es reconocida y readoptada, aunque sea por una velada de exaltada diversión, tanto en Tepito y playas nacionales del Pacífico, como en Nueva York, donde haya mexicanos.
Pues resulta que la identidad es el conjunto de rasgos propios o ajenos que identifican o diferencian a unos individuos de y con otros. La identidad agrupa, margina o califica como enfermedad mental y/o emocional.
El fracaso de la política y la economía de los decenios pasados arrebató en gran medida la identidad de las clases medias aspiracionistas, pero las clases más desposeídas encontraron un baluarte y piso en las tradiciones ancestrales, desde las lenguas prehispánicas y los dialectos urbanos hasta la conciencia de pertenencia de clases intermedias e intelectuales. Fue el poder de éstas dos últimas lo que hizo posible la Cuarta Transformación y su ratificación mediante base fortalecida en números y convicciones. En otras palabras, nunca nos había tocado, a los contemporáneos míos, una coyuntura mejor que la presente para recuperar siglos de servilismo y devastación de lo existente y, por cuanto me ocupo íntegramente a recuperar nuestra cultura material e inmaterial, insisto: 1.- La historia nunca nos había dado, en cinco siglos, mejor coyuntura que la presente para realizar una repatriación masiva, con el regreso del éxodo motivado por falta de recursos para vivir y porque este regreso sería avalado por la nueva oferta de recursos nacionales: tanto materiales como espirituales. Gracias a una nueva concepción de la economía y el desarrollo compartido, así como de los derechos a la salud, la educación, el trabajo y la cultura. Y, sobre todo, el derecho a una justicia imparcial; es decir, a vivir sin el miedo a los delincuentes y las autoridades.
2.- Este país ya comenzó a ser (no a desha-cer-se); es decir, que la mayoría de sus integrantes lo reconocemos así, pero ahora falta que las autoridades sientan y acepten que llegó la hora de reconocer el poder no sólo electoral del pueblo mexicano, sino el poder para reconstruir sus campos colectivos y sin tener que seguir obligatoriamente las lecciones de producción agropecuaria y pesquera de otras naciones. Porque nuestro pueblo demostró durante milenios que su sistema de producción era apto para mantener a pueblos más numerosos y saludables que sus contemporáneos en el Viejo Continente. Y porque nuestra gente, nosotros mismos, somos tan inteligentes, creativos, productivos y leales como cualquier pueblo del mundo que nos pongan como ejemplo. Pero tenemos, en más una filosofía que, junto con la cristiana, hizo a nuestro pueblo más responsable, serio, indómito y creativo, con la que vamos a reconstruir nuestra dieta alimentaria al lado de las creaciones gratas de otras latitudes, pero sin desplazar lo nuestro para privilegiar lo que ha dado hasta ahora una imagen de superioridad.
3.- Exijamos la reconstitución de ejidos, poco a poco pero sin pausa, con sus sistemas comunitarios. Aceptemos la integración de la producción campesina y artesanal utilitaria y ornamental, que compita con igualdad en el mercado nacional.
4.- Aprendamos a ser mexicanas y mexicanos; no se obstruye con nuestro aprendizaje para ser hombres y mujeres con igualdad social, lo cual implica una serie de observaciones dignas de otra columna.