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¿La fiesta en paz?

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Algunos ganaderos descubrieron que era más rentable la comodidad pasadora que la bravura sin adjetivo. Foto Acuarela de Alfredo Ravelo
23 de marzo de 2025 08:58

Ante las prohibiciones disfrazadas de protección animal, bueno es recordar que estas medidas unilaterales son propiciadas por el debilitamiento y la vulnerabilidad creciente de una tradición secuestrada, hace décadas, por la negligencia de la autoridad y las descuidadas acciones de encubridores como:

Los propietarios de la Plaza México que, sin perspectiva histórica ni social, se conformaron con recibir una renta anual sin preocuparse de fijar condiciones de licitación a empresas que garantizaran resultados en beneficio de la fiesta de toros y del público, no sólo de inquilinos y dueños.

Empresas poco calificadas pero adineradas, hasta convencer a las autoridades de otorgarles la licencia de tan magnífico inmueble, que hace décadas funciona con operadores de bajo perfil y escaso criterio empresarial, más una mediocre actitud de servicio a la fiesta y al público, animadas por una autorregulación irresponsable, carente de un concepto cultural de nuestra tauromaquia, postradas ante figuras foráneas y sin intención de impulsar las propias.

Ganaderos, sobre todo los proveedores de la siniestra dupla apoderado-figura, convencidos de que, para ellos, la comodidad pasadora es más rentable que la bravura sin adjetivos. El resto de tan importante gremio guardó silencio ante la creciente tergiversación de la casta y la relegación sistemática de hierros exigentes por parte de un empresariado maternalista.

Toreros que gozan de la simpatía del monopolio, cada día más dependiente de unos cuantos nombres importados, que no supieron ver por su gremio y prefirieron la comodidad a la competencia en serio, incapaces de exigir el toro con edad y trapío y menos de propiciar la participación de nuevos valores nacionales en beneficio del espectáculo. Para colmo, añaden una personalidad sin arrastre.

Una crítica convenenciera y falsamente positiva que prefirió llevar la fiesta en paz, sometiéndose a las políticas antojadizas del empresariado y su dependencia de diestros extranjeros, reduciendo la fiesta de toros de México a algunos apellidos importados. Su labor ha sido aplaudir a los de fuera y justificar las desviaciones y complejos de los dueños del negocio.

Editores y comunicadores ignoraron la urgencia de contar con publicaciones y programas taurinos que cuestionaran al sistema y orientaran y capacitaran a unos públicos cada vez más desinformados y poco formados, así como de editar y promover en el país algunas de las numerosas obras inéditas sobre la fiesta brava.

Autoridades omisas o abiertamente cómplices de las empresas autorreguladas que acatando políticas neoliberales optaron por no interferir en el torpe manejo del negocio taurino. A esta inexcusable omisión hay que agregar su falta de apoyo a los jueces y veterinarios de plaza, que terminaron a las órdenes de las empresas.

Partidos políticos sin otra ideología que traficar con su dignidad, desentendidos de la centenaria tradición taurina de México desoyeron las necesidades de una ciudadanía constantemente agraviada por unos concesionarios taurinos insensibles. Faltos de agudeza política, sólo se sumaron a las complicidades.

Y un público manipulado y conformista ante los abusos de una industria taurina de espaldas a las expectativas de esos públicos, por lo que su única respuesta ha sido dejar de ir a las plazas ante la pobre oferta de bravura y de emociones en el ruedo. Con tantos errores y abusos acumulados será muy difícil retomar el camino y revertir unas decisiones carentes de perspectiva. Ninguno de los bandos respetó la inteligencia.

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