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Para una semiótica del “saludo nazi”

22 de marzo de 2025 00:04

Conocido frecuentemente como el “saludo hitleriano” (brazo derecho extendido hacia el frente con la palma hacia abajo), es un signo cargado de amenazas políticas, históricas y culturales. No puede ser analizado sólo como un símbolo aislado, porque debe desmenuzarse en el contexto de las desesperaciones burguesas, sus relaciones de poder, su ideología y sus planes macabros en lucha de clases. Ese “saludo nazi” funciona como un dispositivo semiótico al servicio de la dominación burguesa y es imprescindible decodificar cada una de sus “capas tectónicas” ideológicas. 

Tiene antecedentes en el saludo romano, que luego adoptaron el Partido Nacional Fascista y la Italia de Benito Mussolini, el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán y la Alemania nazi bajo el mando de Adolf Hitler. También la Falange Española. Otros partidos políticos de mismo perfil ideológico también lo asumen como parte de su identidad. Entre 1933 y 1945, el saludo ¡Heil Hitler! (¡Salve Hitler!) se impuso y difundió, particularmente, en los discursos de Hitler. Era muy común que se repitiera acompañado del grito: Sieg... Heil! Sieg...Heil! Sieg... Heil! Heil Hitler

En términos semióticos emancipatorios, el saludo nazi es un signo que, en su expresión física, opera como vehículo de identidad imbricada con las estructuras de poder económico y dominación semántica. No es un gesto reductible al reconocimiento o al respeto, porque es un acto performativo que refuerza la adhesión al régimen y la sumisión a su autoridad. Es un mecanismo de interpelación, adhesiva, al colectivo nazi, aceptando su lugar dentro de la estructura jerárquica del capitalismo que le da origen. Signo repetido masivamente en actos públicos, desfiles y ceremonias, que significan la naturalización de la ideología nazi, presentándola como incuestionable y omnipresente. 

Crea un consenso de mecanismos ideológicos y culturales. Con el saludo nazi se reitera la producción de ese consenso que obliga a sus adheridos a participar activamente en la ritualización del poder nazi. Al levantar el brazo, se expresa la lealtad al régimen macabro de exclusión, segregación, persecución y eliminación, sintetizadas en su reproducción simbólica. Tiene, además, un carácter de representación que fuerza a la expresión obligada de la unidad y la memoria del Führer. Sus repetidores se inscriben en una comunidad de odios, donde las diferencias de clase, género o región se intoxican con cierta identidad nacionalista y racial inseparable del nazismo. Opera de dispositivo de homogenización cultural, eliminando las contradicciones internas y presentando al nazismo como un bloque monolítico. 

Es un signo de “violencia simbólica” impregnada, también, con coerción compañera de la fuerza física, y de la dictadura de los significados criminales, incubados por su pensamiento. Es violencia simbólica que disciplina formas específicas de relacionarse con el poder de exterminio y con los poderes económicos. Dictadura simbólica que opera incluso contra quienes dudan o se niegan a realizar el saludo, porque cualquier resistencia los “marca” como disidentes peligrosos, exponiéndose a la exclusión social, la persecución política o incluso la muerte. Su “saludo nazi” refuerza la “jerarquía” racial y social del nazismo. Es un signo obligatorio para los simpatizantes, pero prohibido para los grupos considerados inferiores (judíos, gitanos, comunistas, etcétera). El saludo sirve para demarcar y profundizar las fronteras entre los incluidos y los excluidos del proyecto nazi. Signo que no sólo expresaba lealtad, sino que también reproducía las estructuras de dominación racial y clasista propias del nazismo. 

Todas sus versiones “renovadas”, incluso en su carga simbólica plutocrática, son un retroceso civilizatorio alarmante que nos informa que no desapareció su lógica perversa, sino que se transformó, modernizó y metabolizó tecnológicamente. Hoy se usa para borrar, incluso, el horror del Holocausto y su uso actual está perversamente regulado y endiosado en muchos países que lo atesoran como gran herencia simbólicoideológica. Ha sido re-semantizado por la batalla cultural imperialista que enmascara la guerra cognitiva y para reconstruir una identidad fascista en el contexto de las crisis del capitalismo contemporáneo. 

Insistamos, no es simplemente un signo, es un dispositivo semiótico complejo, que refleja y reproduce planes de aniquilación fascista. Es la ideología materializada en semiosis cotidianas que profundizan la dominación política y cognitiva. Es ineludible la lucha por desentrañar los significados patentes y latentes, los ocultos y los obvios detrás, adentro y en el contexto del “saludo nazi”, para combatirlo mejor en la disputa por el sentido, en la recomposición emancipadora de las fuerzas semióticas desde las bases organizadas. 

Es crucial comprender las guerras simbólicas del poder que se sustentan, también en sus formas clásicas, operando impúdica e impunemente en el presente. En última instancia, nos urge una semiótica del “saludo nazi” no sólo para entender el pasado, sino también para disputar sentido con instrumentos científicos contemporáneos y en tiempo real. Capaces de derrotar al fascismo y a toda opresión. Al decodificar los signos de dominación, podemos abrir espacios para ir más allá de la resistencia, hacia la transformación social finalmente bien organizada desde las bases. 

Necesitamos asegurar y perfeccionar una semiótica contra el nazi-fascismo, de lo general a lo particular, contra todos sus signos-emboscada fabricados para infiltrarse y manipular la conciencia social, y para mantener el statu quo, reprimir el pensamiento y la acción revolucionaria. Es preciso combatir toda ingenuidad y toda ignorancia porque el “saludo nazi” es una herramienta semiótica peligrosa diseñada para imponer miedo, odio y orden moral burgués, obligar a la resignación e impotencia, instalar la inmovilidad social y controlar a las masas. Este gesto, junto con otros símbolos y prácticas del nazi-fascismo, busca infiltrarse en la vida cotidiana, normalizar su presencia y perpetuar las estructuras de poder existentes. No nos cansemos de advertirlo. 

Todo signo burgués, salido de sus miedos en forma de dictadura semiótica nazi, encierra una compleja red de significados y relaciones de poder económico con desesperación extendida a todos los ámbitos de la vida pública. Necesitamos, por eso, una semiótica emancipada y emancipadora, no sólo contra el “saludo nazi”, convertido hoy en una amenaza real de la supremacía de la raza aria y la eliminación de los “enemigos”. Judíos, comunistas, socialdemócratas y otros grupos considerados indeseables. Su saludo es ejemplo monstruoso de cómo la ideología dominante puede ser impuesta a través de sus “batallas culturales” y sus símbolos.



Para una semiótica del “saludo nazi”

Con el saludo nazi se reitera la producción de ese consenso que obliga a sus adheridos a participar activamente en la ritualización del poder nazi
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