México es un país de tránsito para miles de personas que buscan llegar a Estados Unidos. Aunque el tema migratorio ya es añejo en la agenda bilateral, el inicio de la actual administración de Donald Trump plantea nuevos retos y escenarios. Uno es la exigencia en torno a la vigilancia y la detención-contención de los migrantes, pues conlleva efectos directos en los riesgos de ese tránsito.
Investigaciones periodísticas han documentado que el ingreso que representan los migrantes para los grupos criminales es de entre 70 y 100 millones de dólares tan sólo en el estado de Chihuahua. La migrante es una población en disputa para criminales que operan en la entidad, pero que también están presentes en otros puntos del territorio nacional. La vulnerabilidad de adultos y niños es más profunda cuando se encuentran en situación de calle, sin espacios que garanticen seguridad mínima.
En este escenario, una dimensión clave del proceso migratorio es la de las redes de solidaridad que se articulan para acompañarlos. La empatía que empuja esa solidaridad se forja dentro de las mismas comunidades en movilidad o entre quienes permanecen en los espacios por los que transitan los migrantes y constituyen piezas claves en esa migración. Ejemplos de solidaridad con quienes migran, que dignifican y visibilizan la movilidad, son parte de nuestra historia reciente, como es el caso de Las Patronas, cuyo apoyo ha resultado vital en el paso de los migrantes por el sur del país, proporcionando agua, alimentos y revitalizando su esperanza. Otro ejemplo es el de la Pastoral de la Movilidad, de la Iglesia católica, que acoge, protege e integra a migrantes y los acompaña en sus desplazamientos en ciudades de México a través de Casas del Migrante.
La Casa del Migrante San Agustín es parte de la Pastoral de la Movilidad. Abrió sus puertas en 2019 y desde entonces ha atendido a 30 mil 835 personas. En estas 30 mil 835 historias se cuentan las de familias desplazadas tanto nacionales como extranjeras, personas en busca de asilo y refugio, deportados, migrantes internos y trabajadores temporales.
Casa San Agustín, como le decimos con cariño quienes de alguna forma estamos involucrados con su funcionamiento, se sostiene desde su apertura con trabajo voluntario, donaciones en especie y efectivo, que pueden ser deducibles de impuestos. Ocasionalmente, ha recibido apoyos de organismos internacionales, como el de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), que permitió habilitar ocho duchas. Apoyos claves, como éste, se encuentran cancelados debido a la crisis generada por la suspensión de la ayuda humanitaria estadunidense a pocos días del inicio de la gestión de Trump. Pese a estos reveses, Casa San Agustín es un espacio de hospitalidad y acompañamiento para migrantes, que se estableció, ha crecido y opera con la solidaridad de sus redes de apoyo.
La empatía hacia adultos y niños migrantes tiene detrás una enorme red de recursos invisibles que se consolidan a partir del trabajo voluntario, el tiempo, los cuidados y autocuidados, pero también recursos económicos y el interés de quienes desde la sociedad civil suman para albergar a quienes se encuentran en movilidad, sin importar origen étnico, nacionalidad o creencias. Ya sea la ayuda monetaria para la repatriación; el otorgar un lugar seguro para dormir o tomar un baño; una muda de ropa y un par de zapatos para continuar el trayecto; atención médica; pero, también, una red de empleo para que la vida sea viable cuando se ha tomado la decisión de hacer de algún sitio de México algo más que un lugar de tránsito.
En la historia reciente de la migración en el corredor Ciudad Juárez-Chihuahua pesa la memoria del lamentable e indignante deceso de 40 personas en mayo de 2023, dentro de la sede del Instituto Nacional de Migración. No desestimamos el papel del gobierno mexicano para reducir los impactos de la agudización de la crisis migratoria y las sanciones que siguieron a ese terrible acontecimiento, pero deseamos visibilizar la importancia de los espacios que se han posicionado como sitios seguros para los migrantes, sirviéndoles para construir estrategias de tránsito menos riesgosas. Así y como contrapunto a tan lamentable hecho, en ese corredor, Casa del Migrante San Agustín construye esperanza y confirma la noción de que la solidaridad trasciende fronteras.
Los interesados en conocer más sobre la labor de la Casa y el proyecto de la Pastoral de la Movilidad pueden comunicarse al teléfono 61-4688-4712, con Linda Flores o Rocío de las Casas.
Irina Córdoba Ramírez, del Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, y Ariel Mojica Madrigal, del Centro de Estudios Rurales, El Colegio de Michoacán, forman parte del consejo de la Casa del Migrante San Agustín.