La que originalmente fue convocada como una concentración para dar a conocer los distintos planes (A, B, C, D, E y los que se acumularan) elaborados por el gobierno mexicano como respuesta a la locura arancelaria de Donald Trump, terminó en una suerte de fiesta popular en la plancha del Zócalo para reivindicar la independencia, soberanía, libertad y democracia nacionales, y celebrar que el gringo imperial pospuso, una vez más, las tarifas a las importaciones provenientes de nuestro país. De pasadita, también, para recordar los objetivos sociales de la 4-T, resumidos como humanismo mexicano.
La presidenta Sheinbaum dijo que con el gobierno de Trump prevalecerán el respeto, el diálogo y la colaboración; hay principios irrenunciables: no podemos ceder nuestra soberanía ni permitir que nuestro pueblo resulte afectado por decisiones que tomen gobiernos y hegemonías extranjeras; siempre lo hemos expresado con convicción: México es un gran país, con un pueblo digno y valeroso; siempre pondremos por encima de todo el respeto a nuestro amado pueblo y a nuestra bendita nación.
La mandataria mexicana parece estar satisfecha con el resultado de las negociaciones con Trump, pero con este tipo de personajes enloquecidos e imperiales nunca hay que bajar la guardia ni olvidar quién y cómo reacciona el perverso inquilino de la Casa Blanca, quien hoy dice una cosa y mañana otra diametralmente opuesta.
Parece que esa satisfacción ha motivado a la presidenta Sheinbaum a guardar en el cajón de los recuerdos las opciones por ella misma planteadas ante el embate arancelario, entre las que sobresalió la evaluación muy importante de la diversificación geográfica de la economía mexicana; tenemos que reorientar la visión y se buscarán, si es necesario, otros socios comerciales, todo para proteger a México y a los mexicanos, es decir, cortar con la brutal dependencia que tiene nuestro país de Estados Unidos.
Pero entre posposición y posposición según amanezca el cavernícola de la Casa Blanca, todo indica que tal diversificación quedaría para mejor oportunidad, aunque en los hechos la ampliación del universo comercial exterior de México no sería muy complicada, toda vez que la propia Secretaría de Economía informa sobre el enorme abanico de oportunidades con el que cuenta nuestro país, mismas que permitirían mantener intocadas independencia, soberanía, libertad y democracia nacionales.
Así es: México cuenta con una red de 14 tratados de libre comercio con 52 países; 30 acuerdos para la promoción y protección recíproca de las inversiones con 31 naciones o regiones administrativas, y nueve acuerdos de complementación económica y acuerdos de alcance parcial en el marco de la Asociación Latinoamericana de Integración. Además, participa activamente en organismos y foros multilaterales y regionales como la Organización Mundial del Comercio, el Mecanismo de Cooperación Económica Asia-Pacífico y la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos.
Ni la más guapa de las sevillanas tiene un abanico de esas proporciones, pero México decidió desperdiciarlo –incluso desecharlo– con tal de mantener el cordón umbilical atado al siempre caprichoso y chantajista Estados Unidos, especialmente desde el primero de enero de 1994, cuando entró en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN, ahora T-MEC).
En 1993, previo al inicio del TLCAN, 83 por ciento de las exportaciones mexicanas tenían Estados Unidos como destino. El restante 17 por ciento de nuestro comercio exterior se esparcía por prácticamente todo el mundo. De cada dólar de esos envíos, 83 centavos provenían sólo del vecino del norte y 17 de decenas de naciones.
Poco más de tres décadas después, esa relación no ha variado mayor cosa, salvo por el volumen y el valor de las exportaciones (en las últimas tres décadas y hacia Estados Unidos se han multiplicado por 10). Al cierre de 2023, 84 por ciento de esos envíos tuvieron el mismo destino, el vecino del norte, aunque el pico se registró en el año 2000, con 89 por ciento.
Las rebanadas del pastel
Entonces, opciones para acabar con la dependencia gringa hay y sobradas; todo es cuestión de tomar la decisión (incluyendo las relativas a formar un bloque latinoamericano o los BRICS+), aunque a la que históricamente México se ha aferrado (poner todos los huevos en la misma canasta) es seguir pegado como calcomanía a un país que no tiene amigos, pero sí muchos gobernantes autoritarios, chantajistas y perversos, como Trump comprenderá, por mucho que la presidenta Sheinbaum confíe en que seguirán los buenos resultados en la negociación.
X: @cafevega