El futuro de la fiesta en nuestro país dependerá de la preparación de los diputados? Mientras en el Congreso de la Ciudad de México siguen los estira y afloja de legisladores que intentan proteger animales y otros sopesar con madurez las consecuencias de prohibir sin ton ni son, mejor volver los ojos a planteamientos respetuosos de la inteligencia en torno al toro de lidia y a la socavada tradición taurina de México.
En su valioso libro Ofensa y defensa de la tauromaquia, de lectura obligada, con esclarecedor prólogo de Raúl Dorra –justamente porque no soy aficionado, estoy convencido de que sería triste que nuestra cultura, ya bastante entristecida, se quede sin los toros– y editado por la Universidad Autónoma de Puebla, el académico y taurófilo Horacio Reiba, Alcalino, cronista de La Jornada de Oriente, en uno de sus lúcidos ensayos, Apogeo del post toro de lidia mexicano, señala:
En occidente, el toreo es el último sacrificio ritual en que el victimario, para serlo, tiene que pasar antes por la posibilidad cierta de convertirse en víctima. Evidentemente, para que esta premisa funcione se precisa instaurar un equilibrio de fuerzas que nació quebrado, pues la mítica confrontación hombre-bestia no será nunca una pugna entre iguales, y, por tanto, la nivelación entre ambos, indispensable para dar vigencia a dicha simetría indispensable, ha de inducirse artificialmente. Una de las razones por las que la tauromaquia es cultura, primigenia e inevitablemente.
“Resulta obvio –prosigue Alcalino– que para lograr tal equilibrio, la víctima propiciatoria ha de ser un animal adulto lo suficientemente poderoso y fiero, de modo que su presunto victimario consiga doblegarlo en buena lid, mediante la actualización de unos atributos técnicos y morales que hagan posible, aun sin garantizarla, su supervivencia, y con ella el rito de dar muerte a la amenaza astada que ha osado desafiar.
“De la fiereza a la bravura. El arte del toreo tuvo como antecedente una tauromaquia dura y ríspida, en que para doblegar la primitiva fiereza del toro de lidia era necesario entablar un toma y daca dividido en breves asaltos –el castigo en varas, el cuerpo a cuerpo banderillero, el trasteo sobre piernas preparatorio de la estocada– donde el exclusivo empeño del lidiador era hundir el estoque en su antagonista, respetando la dignidad de ciertas reglas.
“Pero esa depuración condujo también a la selección de animales cada vez menos fieros por más bravos, si convenimos en llamar bravura al impulso de atacar en línea recta y con la testa humillada, propio del bovino producto de una atinada selección, y fiereza al puro instinto defensivo, ese agredir para quitarse de delante a quien osó desafiarlo, utilizando con bronquedad sus armas naturales, los rasgos de carácter del primitivo toro de lidia.
Lo que he denominado post toro de lidia mexicano está enseñoreado de la cabaña brava nacional desde hace bastantes años. Animal de anovillada presencia; aplomado ya de salida, su temperamento pacífico y excesiva fragilidad, no sostenida por casta brava, apenas resiste el ya clásico puyazo simulado, antes de llegar al último tercio dedicado a pasar cansinamente o medio topar los engaños en viajes incompletos y distraídos. Si llega a mover una oreja, corta el viaje por falta de fuerza o puntea mínimamente, los publicronistas hablan de aspereza y genio para justificar la desconfianza del diestro en turno, remata Reiba. Con todo, confiemos en que a la hora de legislar se eviten las fobias y la frivolidad.