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Estado y novedades arrugadas

06 de marzo de 2025 00:02

Nunca, como en el gobierno de Donald Trump, la naturaleza del Estado capitalista se había mostrado con la desnudez que hoy le merecería la frase de Miguel Hernández: “desnudez, ¡qué verdad!”.

En Estados Unidos se ha acuñado la frase deep State para referirse a un núcleo de personajes vinculados a la empresa y la política que serían, según esto, el poder que subyace al Estado legal y se mantiene por encima de los poderes constituidos. Se trata de una realidad conjetural. El verdadero Estado profundo es el que ahora gobierna desde Washington y reúne a los mayores poderes económicos y políticos de ese país. Es el mismo del que Luis XIV dijo: “El Estado soy yo”. Y lo era en la medida de que no sólo ostentaba la autoridad suprema de Francia, sino que se clasificaba como uno de los mayores propietarios del país. “El Estado somos nosotros”, podrían decir 300 años después Trump, Musk y demás miembros del gabinete republicano. 

Al Estado de la clase dominante en la sociedad capitalista se lo suele definir restringiendo su entidad al gobierno: el hemisferio público del monopolio de las fuerzas armadas; de las finanzas (captación de impuestos, emisión de moneda, control de la banca); de las instituciones que rigen al cuerpo social); de la impartición de justicia, la imposición de penas y de los movimientos, grado de libertad –a veces sólo un enunciado vocabular, a veces con algún margen de cumplimiento efectivo– de los individuos y su condición de la cuna a la tumba en cierto territorio. 

Desde la Ilustración y mediante la concepción numinosa de un origen prerracional (“estado de naturaleza”) y la metáfora del contrato, el hemisferio privado del Estado quedó exento de las obligaciones impuestas a los funcionarios de gobierno y a cubierto de las críticas y presiones de las clases subordinadas que tienen por destinatarios a los gobernantes. 

De ahí la invocación al derecho de propiedad como natural e inherente a la nueva etapa histórica de la humanidad. Un derecho excluyente del que han disfrutado a lo largo de los últimos 500 años los detentadores de los capitales más voluminosos. Esos detentadores, en la etapa de la crisis estructural del capitalismo ha acumulado una suma de capital como nunca se había registrado en la historia del mundo. En la Plataforma de los Pueblos de Europa (Viena, febrero de 2024), William Robinson señalaba que en 2022 un círculo minúsculo de 66 millones de ultrarricos concentraba “una riqueza combinada de más de 190 billones de dólares, más del doble de todo el PIB mundial”. 

Esa monstruosa concentración de riqueza también explica que el monopolio de las finanzas, la ciencia, la tecnología y las armas se halle en poquísimas manos. Y que fenómenos de poder, antes sólo privativos del hemisferio público del Estado, se expresen en la estricta minoría de un solo individuo: Elon Musk, por ejemplo, ahora tras la adquisición del Canal de Panamá. 

Fenómenos concomitantes hacen que caiga el velo del hemisferio privado del Estado, un hemisferio que hoy contagia de sus prácticas al hemisferio público. Siempre tuvo las ventajas de que este careció. Sus representantes no necesitan en la empresa –su unidad operativa– de otros votos que los del dinero. En ella ocupa el lugar de un monarca quien detenta la mayoría de las acciones: su puesto por lo general es vitalicio. En ellos, tales puestos de dirección son heredables y el nepotismo no es motivo de mayor crítica. Tampoco están sujetos a las limitaciones impuestas por ley a los funcionarios públicos. Y responden, salvo raras excepciones, a la sentencia de Leonardo Sciascia: poder es impunidad. 

No es extraño, entonces, lo que Robinson dice: “En Estados Unidos está surgiendo un nuevo bloque de capital que reúne a Silicon Valley con el Pentágono y Wall Street, es decir, la tecnología, las finanzas y el complejo militar-industrial, junto con el complejo médico-industrial y la energía”. En la Reserva Federal (una entidad híbrida con elementos tanto públicos como privados) es claro el binomio público-privado del Estado capitalista. Un binomio en el cual, durante el neoliberalismo, el hemisferio público se fue encogiendo en favor del hemisferio privado. 

Hoy ambos hemisferios del Estado de la burguesía capitalista comparten un proyecto absolutista: hacerse de propiedades territoriales y de todo tipo de bienes y dinero, sea como sea. 

La fracción hegemónica de los multimillonarios y billonarios surgió con toda nitidez de la elección de 2024 en Estados Unidos. Sus representantes orgánicos en el gobierno se proponen recomponer el orden capitalista mundial. De aquí su agresividad y violación de cualquier regla que limite su proyecto. Cuenta con agentes directos en ese país y con los que operan en los países subordinados (usualmente de derecha): desde el gobierno, como en Argentina, y desde la oposición en países con gobiernos de tendencia progresista. 

En México, esa oposición asume el papel de heraldo de novedades arrugadas y se expresa en marchas partidarias disfrazadas de ciudadanía y en los típicos desplegados de los abajo firmantes. Entreguista, le tira a que una fuerza, desde el extranjero, le devuelva el poder que no fue capaz de conquistar en las urnas.



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