Tras la puesta en vigor de los aranceles de 25 por ciento a las mercancías provenientes de México, Donald Trump repitió el bulo de que nuestro país estafa a Estados Unidos debido al superávit en la balanza comercial, es decir, porque en el papel salen de aquí productos por un mayor valor de los que entran por nuestra frontera norte. Este enfoque distorsiona la realidad al no tener en cuenta el nivel de entrelazamiento de las cadenas productivas de América del Norte, las cuales de hecho son una sola con nodos distribuidos a un lado u otro de las fronteras políticas de acuerdo con criterios de optimización de costos que no se deciden ni en la Casa Blanca ni en Palacio Nacional, sino en las juntas directivas de los miles de empresas con operaciones bi o trinacionales, contando a Canadá.
La industria automotriz resulta muy ilustrativa en este sentido. Si se contabiliza el valor de venta de un vehículo terminado como una exportación de México a Estados Unidos, parece que este último se encuentra en desventaja; percepción absurda no sólo porque muchos de los componentes únicamente se ensamblan, pero no se producen en México, sino además porque no hay firmas automotrices mexicanas, por lo que las ganancias más importantes –provenientes de la propiedad industrial– se quedan en Estados Unidos. Esto se lo han explicado al magnate las corporaciones y organismos cupulares de su propio país, pero con sus acciones demuestra que o es incapaz de comprender la complejidad de la economía global construida por Washington (no pocas veces mediante la violencia) o lo entiende, pero no le interesa, porque sus objetivos no tienen nada que ver con la balanza comercial.
Precisamente la ambigüedad, cuando no abierta contradicción, ha sido distintiva de todo el proceso de guerra arancelaria puesta en marcha por el republicano. Ayer mismo, su secretario de Comercio, Howard Lutnick, aseveró que los aranceles son una política "de drogas" y no comercial. En diversos momentos, Trump ha dicho que su propósito es obligar a México y Ottawa a controlar el tráfico de fentanilo; que es un mecanismo de presión en temas migratorios contra los mismos países; la reversión del déficit para que Estados Unidos deje de ser "el país estúpido"; la recaudación fiscal o la creación de empleos.
Además de la incoherencia entre medios y fines, cada uno de esos argumentos se levanta sobre mentiras. Por ejemplo, es inocultable que México ha hecho mucho más contra el narcotráfico que el actual o cualquier gobierno estadunidense: no se trata nada más de las cifras de decomisos o de la reducción de 50 por ciento en el flujo de fentanilo en menos de medio año, sino de que hasta la fecha Washington evade el reconocimiento de la existencia de cárteles autóctonos y de grandes capos propios; de la resistencia estadunidense a mover un dedo para frenar el río de armas que alimenta la violencia y, ante todo, de la configuración de su sistema bancario y empresarial como un paraíso para el lavado de dinero.
A todo lo anterior debe añadirse que las tarifas se imponen de manera abrupta, después de que Trump anunció su aplazamiento hasta abril y de que decenas de integrantes de su gabinete sostuvieran reuniones de trabajo con sus homólogos mexicanos, en las cuales se alcanzaron acuerdos que ambas partes consideraron satisfactorios tanto en materia comercial como de estupefacientes.
Esta cadena de disparates obliga a preguntarse qué busca realmente Donald Trump al dar el primer paso hacia la demolición del Tratado México-Estados Unidos-Canadá (T-MEC), que él mismo promovió y firmó durante su primer periodo presidencial. Si esta cuestión resulta inquietante para México en tanto vecino de una superpotencia encabezada por un individuo tan inestable, con un actuar equívoco y movido por causas opacas, debería prender alarmas en la sociedad estadunidense, cuyo destino está en manos de la irracionalidad.
En México, lo mejor que puede hacer la ciudadanía es reforzar la unidad que se ha reafirmado ante los embates externos, mostrar firmeza sin pánico y permanecer atenta al mensaje que emita la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo este domingo 9 de marzo, ya sea que anuncie contramedidas para afrontar los aranceles o que ofrezca un recuento de las acciones que han permitido sortearlos si se pausan o "revisan" en el ínterin, como anticipó Lutnick ayer.