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Cuauhtémoc

04 de marzo de 2025 00:01

Joven abuelo: escúchame loarte / único héroe a la altura del arte. Dos versos de “Suave patria”, de Ramón López Velarde, sintetizan lo que significa Cuauhtémoc en la cultura nacional.

En la biografía heroica de Salvador Toscano (que, sin embargo, sigue la línea narrativa de Hernán Cortés y que da por buenos algunos de los cuentos más inverosímiles del capitán sobre “el pusilánime Moctezuma” y su creencia en la divinidad de los “extranjeros”), escribe sobre los “héroes”: “Alvarado todavía habría de cometer un error más. A instancias de Moctezuma dejó libre a Cuitláhuac, también prisionero en el palacio, para que –decía el soberano de México– recomendara la paz a los mexicanos. Pero el valeroso señor de Ixtapalapa, Cuitláhuac, salió de la infamia de la prisión para ponerse a la cabeza de los suyos. Y mientras Cuauhtémoc surgía a la historia como el caudillo de la rebelión, Cuitláhuac pasaría como el héroe de la expulsión y derrota de los extranjeros en la Noche Tenebrosa”.

Dicho “talante heroico” aparece incluso en las fuentes españolas. Bernal Díaz retrata así a Cuauhtémoc: “Era un sobrino o pariente muy cercano de Montezuma, que se decía Guatemuz, mancebo de hasta 25 años, bien gentilhombre para ser indio, y muy esforzado, y se hizo temer de tal manera que todos los suyos temblaban de él”.

El Códice Ramírez lo presenta a él, así como la política que habría de seguir una vez coronado: “Y eligieron los mexicanos por rey a un sobrino de Motecuzuma llamado Quauhtemoc, señor de Tlatilulco en México, sacerdote mayor de sus idolatrías y hombre de mucho valor y terrible […] Dijeron que querían más morir, que hacerse esclavos de gente tan mala como los españoles; así quedó concluido que era mejor morir”.

En ambos casos se ve esa resolución: los dos últimos tlacahtecutlis de MéxicoTenochtitlan imponen, por convicción y por la fuerza, la posición de resistir sin tregua a españoles y aliados. Y no está en duda: podría reproducir 20, 30 citas del propio Cortés y de sus compañeros en que quedan muy claros el valor y la capacidad del joven Cuauhtémoc.

Es curioso que la derecha española neoimperial y sus epígonos “historiográficos” hayan llenado esta semana las redes acusando a Cuauhtémoc de “cobarde”: al hacerlo llaman mentiroso a su gran héroe, Cortés.

El nacionalismo mexicano, desde antes de que México se llamara así, fue haciendo de Cuauhtémoc el gran héroe trágico y piedra sillar de la nación. Algunos argumentan con razón que eso implica colocar a Tenochtitlan como resultado de la historia mesoamericana, o dar por buena la fantasía de Cortés sobre la existencia de un imperio, o difuminar el mosaico lingüístico y cultural de Mesoamérica y Aridoamérica, o caer en el centralismo aztecocentrista (chilangocéntrico), e incluso, exaltar el militarismo mexica, lo que haría del discurso del nacionalismo mexicano algo similar a los discursos imperiales.

Sin embargo, recuerdo que a Cuauhtémoc lo tomaron como símbolo algunos movimientos de resistencia indígena. Si basáramos el nacionalismo mexicano en la agresión y la opresión (como los nacionalismos español o yanqui), nos identificaríamos con Motecuzoma Ilhuicamina o Ahuízotl, no con Cuauhtémoc. Y a partir de ahí nos identificamos con los rebeldes, con los que resisten a un colonialismo cuyo primer resultado fue el colapso demográfico: la población de lo que hoy son México y parte de Centroamérica pasó de 14 a 2 millones de habitantes entre 1500 y 1600, y no debido únicamente a las epidemias: también, a la ruptura de los lazos comunitarios y las redes colectivas, al esclavismo en las minas y las encomiendas en el campo, al trabajo forzado en la construcción de ciudades y las guerras de exterminio en el Septentrión o Yucatán…

Los nacionalistas criollos del siglo XVIII eligieron a Cuauhtémoc como símbolo, pero también lo han hecho las comunidades en resistencia. Y también en eso querríamos fincar nuestra identidad y nuestro orgullo: las derechas españolas y los mexicanos cipayos (y algunos de buena fe que no se pueden sacudir la educación priísta ni a Octavio Paz) insisten en que somos (somos, no estamos) “acomplejados” o “resentidos”. Se equivocan: para muchos de nosotros es un orgullo fincar nuestra identidad en la resistencia contra los opresores, la lucha contra el colonialismo y el imperialismo; las rebeldías y revoluciones populares. Descender de mixtecos, nahuas y otomíes; andaluces, vascos y castellanos; moros y cristianos; africanos esclavizados y cimarrones; libaneses, nicaragüenses y hasta algún pirata inglés. Y que a este mosaico pluricultural se añadan todos los combatientes por la libertad contra el nazifascismo a los que abrimos las puertas en el siglo XX: judíos de Europa oriental que huían de Hitler, españoles que huían de Franco, sudamericanos que huían de Videla y Pinochet. Es nuestro el México de Cuauhtémoc; de Josefa Ortiz, Leona Vicario, Hidalgo, Morelos y Guerrero; de Juárez y la chinaca; de los zapatistas, de Cárdenas, del reparto agrario y la expropiación petrolera. Y en ese México hay grandes victorias.

Cada uno de esos símbolos tiene que ser rediscutido y el de Cuauhtémoc debe hacerse a partir de la revisión del militarismo mexica y de la idea que hace de Tenochtitlan el antecedente de nuestra nacionalidad, idea que inventaron Cortés y sus amigos. Sin embargo, su cobarde asesinato, hace 500 años, también nos lleva a identificarnos con él.


 



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