La segunda mitad del siglo XX presenció la emergencia de una forma de pensar el marxismo más allá de los cánones del historicismo y la dialéctica, predominantes en la producción occidental. Originada en la década de 1960 en lo que Régis Debray denominó como “Seminarios estratégicos”, conducidos por el profesor de la Normal Superior Louis Althusser, esta forma rompió consensos importantes. Subvirtiendo la comprensión del tiempo histórico lineal, así como la concepción epistemológica anclada en la expresividad (la parte era un epifenómeno del todo) y, sobre todo, desmovilizando la noción del “sujeto de la historia” llamado a realizar tareas asignadas por una filosofía de la historia, Althusser causó una tremenda tormenta teórica al seno del marxismo de la cual seguimos viviendo sus efectos.
La influencia extra-francesa del filósofo –de la que él mismo mostraba sorpresa en su autobiografía– fue muy importante. América Latina mostró gran disposición al diálogo con su obra, siendo recibido de manera proactiva entre una heterogénea intelectualidad revolucionaria. Cuba revolucionaria fue el primer lugar de su traducción, pero Brasil, Argentina y, por supuesto, México, se convirtieron en espacios de discusión académico-políticos de aquellas intervenciones teóricas que rápidamente movilizaron conclusiones políticas.
Aunque sobre el althusserianismo mexicano se ha escrito mucho y se podría seguir haciéndolo, estaba lejos de ser una “escuela” o una “teoría”, sino más bien respuestas diversificadas que querían dar salida a una situación de crisis en el campo marxista. Entre quienes se sumaron a aquella lectura crítica –que estuvo lejos de ser repetición o glosa– fue la filósofa Mariflor Aguilar, quien a mediados de la década de 1980 publicó Teoría de la ideología.
Dicha obra dio cuenta de las transformaciones del concepto de ideología en Althusser, y sostenía como eje central la genealogía de dicha noción en la obra del filósofo. Así, presentó el concepto en los textos de 1962-65 publicados en La revolución teórica de Marx: uno a uno desmenuzó la perspectiva implícita y explícita que estaba contenida en esas publicaciones. Detectó que en 1964 ocurrió una superación de la dicotomía entre ciencia e ideología que el profesor galo había dispuesto hasta ese momento. Sin embargo, para Aguilar el error de Althusser era el de hacer equiparables dos nociones que respondían a dimensiones distintas e inconmensurables: “Esto lo hunde en una gran confusión que ocasiona su autocrítica posterior en la cual se acusa a sí mismo de teoricista por reducir la ideología al error, por reducir el complejo de relaciones sociales ideológicas a la contraparte de la ciencia”, escribió.
Sin embargo, el paso fundamental de Althusser, para la filósofa mexicana, se encontraba en el desarrollo de una teoría de la ideología que eludía la construcción de oposiciones y justamente en ello se juega la posibilidad de abandonar el resabio idealista de la búsqueda de “la verdad”, dando cuenta de la materialidad de la disputa en torno a ella. Así, en el último capítulo de su obra logró avanzar en discernir los aportes y las limitaciones del famoso texto Ideología y aparatos ideológicos de Estado.
Para la autora, la concepción de Althusser tenía dos almas, una propiamente filosófica con deuda con el psicoanálisis lacaniano y freudiano y una “científica” que respondía a la apropiación y resignificación de la obra de Gramsci. La teórica analizó en cinco tesis la noción renovada de ideología, cuatro dedicadas a dimensión filosófica y una a la científica. Las cuatro primeras eran: la ideología no tiene historia, la ideología es una relación imaginaria con sus condiciones de existencia, la ideología tiene una existencia material y la ideología interpela y constituye al sujeto. La última tesis que tiene que ver con la dimensión científica (que sería deudora de Gramsci) es aquella que refiere al “aparato ideológico” en su versión estatal, es decir, aquella que versaba sobre la forma de la materialidad y las prácticas alrededor de los aparatos.
Así, Teoría de la ideología fue uno de los textos más sistemáticos producidos en torno a la obra de Althusser en México, su valor descansó en mirar críticamente la totalidad de la producción del francés mostrando sus distintos anudamientos. El libro validaba la idea de que Althusser había dado herramientas para enjuiciar críticamente su propia obra, pues permitía operar de manera similar a como él lo había hecho con Karl Marx.
Recientemente nombrada profesora emérita en la Universidad Nacional, como lo informó La Jornada, la obra de Aguilar expresa bien la renovación filosófica generada en primera instancia por el althusserianismo y una persistencia de un compromiso político poco usual en el mundo académico. Sobre este último tema, Resistir es construir es una obra que conecta la teoría y la práctica desde la insurgencia zapatista y otras experiencias anticapitalistas, que como ha señalado Carlos Oliva –interlocutor de Aguilar– es lo que distingue su intervención teórica.
*Investigador UAM